Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
ESPACIO PUBLICITARIO


“TROPICALISIMA.COM” SE EMITE DESDE EL BOLICHE METROPOLIS
El fenómeno de la televisión-bailanta

 Desde la discoteca de Plaza Italia, cada tarde de domingo, el ciclo convoca a cerca de mil personas, y sobrevive en su estructura de programa ómnibus. Es una TV que reditúa, pero nadie repara en ella.
“Tropicalísima.com” va todos los domingos a las 15, por América.
Su escena reproduce el clima que se vive en las bailantas.

Por Julián Gorodischer

“A Winnie Pooh le bajó la presión”, dice el rumor que empieza a correr en Metrópolis. Ya pasaron dos horas desde que comenzó la fiesta, y los muñecos disfrazados luchan contra una piel demasiado gruesa para el calor de un domingo infernal. De pronto, en “Tropicalísima.com” (el único programa de música tropical que se mudó a la bailanta verdadera) se desata una pequeña crisis: Winnie “agoniza” debajo de la escalera. “Tirale agua encima”, aconseja una madre solidaria de la primera fila a un asistente; el muñeco se abanica con las dos manos. Pero las cámaras se encienden, después del corte, y el osito baila otra vez, junto a las fans de Los Chacales. Para un profesional, pese a todo, el show debe seguir. 
Cerca de la barra de bebidas, Rosa se emociona. “Ese es Maxi, mi sobrino”, grita, y señala al escenario. Uno de los Reyes Magos, el de capa roja, saluda tímidamente a la tía que sostiene una bandera. Dice en el paño: “Maxi, te queremos”. Poco después, empieza otra faena: Rosa se pone a la cabeza de las “cazadoras”, que se fugan al VIP del entrepiso cuando llega la pausa en “Tropicalísima...” (que se emite los domingos a las 15, por América), ansiosas por un autógrafo, no importa de quién. Si es de Pepo (o Bepo, según quien lo pronuncie) mucho mejor. El es un patovica -que estrenó su carrera en el 2000 en “Venite con Georgina”– y ahora sonríe y muestra sus tatuajes en el escenario de Metrópolis. No habla bien el castellano –es de origen brasileño– y por eso casi no abre la boca: gesticula mucho y saluda en forma indiscriminada. En los cortes, se peina frente al espejo. O regala un beso a Rosa y compañía, sin omitir la muletilla: “Gracias, te quiero mucho”.
Ahora, la pasión de “Las Locas” .-las fans de Luz Mala– disminuye. Es tiempo de indiferencia. En el escenario, anunciada por Leo .-el conductor de voz muy grave– como una estrella, aparece Noelia. A una mujer como ella no se la festeja. Las Locas llegaron desde el conurbano para apoyar a sus cantantes favoritos .-como Julio, de Los Chacales, el más vivado– y no para alentar a una como Noelia, que es demasiado provocativa y usa un traje muy apretado. Ella mira a la cámara, sensual, y dice despacio su estribillo de difusión: “Por lo que yo te quiero...”. Baja, de pronto, a la hinchada y alguno estira la mano, peligrosamente. Noelia se deja llevar por el pogo, que le impide seguir avanzando, acaricia un bebé (aquí son multitud) y vuelve al reparo. Antes de partir, adhiere al rito: “Los quiero mucho”.
El momento del “Orgullo Gordo” llega con la diva de la bailanta, la mujer que hace de un movimiento rotatorio de cintura su marca personal. Lía Crucet genera un fervoroso apoyo: esta mujer es otra cosa. Muchas excedidas de peso acompañan cada verso de “Mueve tu cintura; lo hacemos despacito”, como si se tratara de una reivindicación. Alguna sube y la besa. Tal vez, le dijo: “Gracias”, en ese susurro al oído que nadie escuchó. Abajo, Winnie está completamente recuperado, pero ahora es Pluto el que se queja: “No puedo más”, se le lee en los labios, debajo de la mascarilla de red por la que respira (o al menos lo intenta). “Adelante, vamos”, lo empuja su entrenadora de camisa floreada. Que haga lo que le encargaron: tomar a los chicos de la mano y enseñarles sus primeros pasos de cumbia.
Antes de que lleguen Los Chacales, muchas se escapan al baño a maquillarse. Tienen que estar lindas cuando Julio pise el escenario. El grupo empieza con el hit, y el aullido llega de cada rincón. Es el esplendor de una tarde muy larga. “Eres la dueña de mi vida, hoy lo decidí...”, canta Julio, y no lo hace mal. Aporta un poco de ritmo rockero al tono uniforme que se había escuchado: se mueve rápido y hace coreografías muy elaboradas. Por momentos, con los músicos, bajan las cabezas y sacuden las melenas muy fuerte. Gritan un par de sílabas que todas parecen entender, como un guiño: “Dona, dona...”. A ellas, les gusta mucho este número y alguna intenta infiltrarse por debajo del escenario, para darle un beso en la mejilla. Pero el guardia se antepone: “No se puede”, dice, cortés, sin la brusquedad que desplegaría por las noches. Esto, queda claro, es un simulacro: afuera hay sol y hay muchos chicos que revolotean. La escena no admite excesos. “Nos vamos”, se enoja la chica, minutos después, y su cohorte la acompaña hacia la puerta. Hicieron la cola desde las 12, se empujaron con saña para entrar antes que las otras, ocuparon la primera fila y esperaron a Julio con la paciencia de un monje zen. Pero se van antes de que el show termine. Un beso, admiten en la retirada, no se le niega a nadie.
Llega, poco después, el gran número del cierre: la presentación de la “Banda Oficial de Rodrigo”. Es un día especial, que incluyó el lanzamiento de “Rovinjú”, la bebida del Potro (que su madre promociona como “deliciosa y llena de burbujas”) y ahora está por comenzar el plato fuerte, el momento esperado. La popular se llena de más gente, que parece haber llegado tarde sólo para este número, y Betty Olave recibe la ovación de rigor. Ella se toma un Rovinjú a la vista de todos .-para demostrar que es muy rico– y después tararea (pero muy bajito) la letra de “Lo mejor del amor”, para no opacar al cantante. Abajo, la gran fiesta del cierre incluye guerras de papel picado. El desafío es llenar la bolsita con lo que quedó en el piso, y ya casi no hay de dónde agarrar. Pero los más chicos insisten. 
Cuando canta Ulises, el sucesor, se sobreentiende que es tiempo de que el juego se termine. “Fue lo mejor del amor”, dice en un agudo que se le escapa, y todos aplauden a tono con el homenaje. “Te quiero Rodrigo”, insiste Betty, saturada de Rovinjú, y Leo .-el conductor– se despide hasta la próxima. La retirada no tiene un gramo de la euforia de las 15, cuando las puertas se abrieron y las madres más osadas, con sus bebés en brazos, se disputaron la primera fila al grito de “no seas bruto”. Esto, mientras cae el sol, es otra cosa: una caminata un poco triste, por Santa Fe, rumbo a Plaza Italia, a tomar el colectivo de regreso y esperar a que llegue otro domingo.

Doble sentido

“Me agarré el piquito con el cierre”, dice el verso que más repiten los integrantes de Zona límite. Los pelilargos lo entonan con mucho énfasis, y abajo la multitud aúlla. Ese giro más o menos explícito, que se corea como broma compartida, vuelve una y otra vez en el desfile de los grupos bailanteros. El conjunto La Farra abona a la tendencia: El fruto del amor es la banana, cantan, parte de una melodía pegadiza que los chicos repiten. Estos cantantes son un poco más osados y a veces bajan sus manos, sugerentes, pero en seguida se arrepienten y disimulan el gesto subido.
No todos, en “Tropicalísima.com” y otros programas de bailanta, avalan el doble sentido. “Es un asco”, responden las seguidoras de Ráfaga cuando se les pide una toma de partido. Su bando se enfrenta a las “asquerosidades”. Ellas prefieren la suavidad de la estrofa “Chiquilina, muero por robar un besito de tu boca”, y están convencidas de que Ariel, el cantante, jamás se animaría a “pasarse de rosca como los zarpados”. Eso queda para los de Zona límite, que despiertan muchas risas y miradas cómplices, pero no tienen un séquito de seguidoras definido. No hay una sola que se anime a ponerse la camiseta del “Me agarré el piquito...”. No quedaría bien.

 

 

PRINCIPAL