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RED HOT CHILI PEPPERS CERRO EL VIRTUAL “ROCK IN BAIRES”
El funk que paró la tormenta

Unas 40 mil personas casi llenaron anoche el estadio de Vélez para asistir a un emocionante show del grupo, que venía de tocar en "Rock in Rio". El espectáculo estuvo a punto de suspenderse, por la lluvia.

El cantante Antonhy Kiedis, héroe de las chicas. Los héroes musicales fueron Flea y Frusciante.

Por Carlos Polimeni

El tema de Jimi Hendrix con que los Red Hot Chili Peppers cerraron esta madrugada su notable show bien podría operar de síntesis del espectáculo: “Fire” (“Fuego”) sonaba a declaración de principios en un estadio de ánimos incendiados, en que una multitud de 40 mil personas parecía saltar al unísono. La banda había armado una lista de temas que le garantizaba impacto, con mayoría absoluta de dos discos claves de su carrera, como “Californication”, que lo devolvió a los lugares de privilegio de los rankings de medio mundo, y su mejor declaración de principios “Blood sugar sexx magik”. El set fue relativamente breve –dieciseis temas en noventa minutos– y remató con bises infalibles, como “Sir psycho” y “Fire”.
El show fue casi un milagro. A las 20.30, hora en que debía estar terminando la performance de los grupos soportes argentinos ,que no tocaron, la cantidad de lluvia que había caído sobre la ciudad indicaba que era razonable suspender la velada. El empresario Daniel Grinbank, pese a que tenía 35 mil entradas vendidas, le propuso al grupo pensar en postergar todo, quizás para hoy. Los RHCP se negaron de plano, después de mirar como el cielo iba abriéndose. El cielo les dió la razón: no llovió más, desde las 21, cuando salió Deftones a deformar, en adelante.
Casi por inercia, la actuación de los Peppers empezó a las 23. Casi con lógica, abrieron con uno de los temas mas grossos de su último, y aquí super exitoso disco, “Californication”. Apenas Flea atacó con la introducción en bajo, una ovación sacudió el estadio mojado: es que “Around the world” es un pasaporte al contagio. El público era una suma de públicos. Padres con hijos, a montones. Chicos con aspecto e ilusión de primer show solos. Adolescentes con look trabajado por horas, con pelos de todos los colores posibles. Muchos punks de esta era. Muchas remeras de Nirvana. Parejas de treintañeros, en plan de comentar: “Uh, éste tema lo escuchamos en el 87”.
“Give a way”, “Californication”, “Under the bridge” y “I like dirt” se llevaron las grandes ovaciones en ese césped caldeado por el sudor y lleno de gente enrojecida. Alguien revoleó un zapato para expresar admiración y Flea lo levantó y mostró a la multitud. “Oh, un zapato aquí”, dijo con su simpática voz de pito, en castellano. “Un pequeño zapato argentino”, insistió, entre risas. La performance demencial del guitarrista John Frusciante, su constante desequilibrio escénico, fueron el polo musical de la noche que tan mal había empezado. Flea y el baterista Chad Smith construyeron sin altibajos esa pared, que posibilita el grupo. Adelante, a veces desafinando, pero siempre remontando, Anthony Kiedis, cumplió con creces su labor de cantar y hacer piruetas. La gente, que fue un espectáculo aparte, merecía la entrega absoluta de un grupo tocado con la varita del funk.

 


 

EL DILUVIO ALTERO TODOS LOS PLANES
Liniers era casi un rio

La lluvia fue la gran protagonista de las horas previas al show. Cuando a partir de las 18 la ciudad fue azotada por uno de sus típicos diluvios de verano, en Vélez se multiplicaron las caras largas y empezaron los cálculos. Los primeros en perder fueron los grupos locales Santos Inocentes y Catupecu Machu, cuyas actuaciones se suspendieron. El show de Deftones estuvo en duda hasta último momento. Finalmente, con un retraso considerable, el grupo de Chino Moreno, uno de los tantos surgidos a partir de la existencia de Red Hot Chili Peppers, hizo lo suyo con profesionalismo.Aun en los momentos más violentos del temporal, el mensaje de la organización era que se hacía “sí o sí”,, pero entre bambalinas se negociaba. A las 20, unas 6 mil personas no se movían, aguantando el agua en las plateas y el campo. Afuera, los accesos se convertían en un caos: autos que se quedaban en el camino, colectivos parados, asistentes tratando de vadear calles hechas ríos. El barrio aparecía tomado por los fans que, frente al embate del cielo, hacían antesala en todo puesto de panchos o pizzería que contaran con un techo. Adentro, el negocio de la noche fue vender, más no comprar, ponchitos impermeables, que una vez que la lluvia paró no servían más que como recuerdo

 

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