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OPINION

Palabras vs. números

Por James Neilson

En Davos se congregaron los cardenales de la iglesia oficial de nuestro tiempo cuya lengua litúrgica está conformada principalmente por números; en Porto Alegre, se reunieron herejes de ciertas confesiones arcaicas que rinden culto a la palabra. Aquéllos hablaban con melancolía fingida de realidades acaso desafortunadas pero no por eso modificables; éstos, con mayor vehemencia, de sueños que saben no se concretarán nunca pero que se niegan a abandonar. Si los suizos dejaron penetrar en su reducto alpino a algunos literatos y filósofos, fue a fin de mostrar que no son tan fríamente fanáticos como todos sospechan, mientras que los brasileños, por motivos similares, se aseguraron la presencia de economistas y sociólogos debidamente entrenados en el arte moderno de manipular cifras que, creyeron, lograrían refutar a los davosianos.
Hace un siglo, los planteos de los convencidos del poder de la palabra hubieran resultado incomparablemente más influyentes que las lucubraciones de quienes prefieren expresarse a través de guarismos. Pero los tiempos han cambiado. Hoy en día, una pequeña variación estadística –la reducción o aumento del índice de desempleo, de productividad o de riesgo país– pesa más en el “mundo real” que bibliotecas enteras de discursos apasionados.
Incluso a los disidentes las cifras parecen serles más confiables, más “científicas” que las palabras, de ahí su proliferación. ¿Lo son? Cuando de asuntos sencillos como la medición de distancias entre ciudades se trata es evidente que sí, pero por lo común la realidad les queda grande. Hasta las estadísticas económicas son tan falibles, es decir engañosas, como las peores diatribas demagógicas. La magnitud supuestamente gigantesca de la economía de la Unión Soviética antes de la caída figuraba en miles de documentos respetados que fueron difundidos antes de 1990, pero se debió más a la imaginación de los estudiosos que a cualquier dato averiguable. Sin embargo, ni aquel pequeño error de cálculo ni los desaciertos a menudo desopilantes de los gurúes más renombrados perjudicarán en absoluto a la iglesia dominante. Tampoco la afectarán la indignación de los izquierdistas y nacionalistas en lugares como Porto Alegre, los sermones de obispos católicos y clérigos musulmanes ni el repudio de estetas conservadores horrorizados por el avance del populismo comercial. Puede que un día la fe en el poder de los números comparta el destino de otras ilusiones, pero aún no nos hemos acercado a esta fecha y, de todos modos, no hay garantía alguna de que la próxima ilusión sea mejor.


 

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