Por Cecilia Sosa

“La UBA se quiere poner a la cabeza de la trasformación del sistema educativo, según la metáfora de las autopistas: muchos carriles, con subidas y bajadas intermedias y sin peaje.” En diálogo con Página/12, Pablo Martínez Sameck sintetizó así a la batería de propuestas que este año impulsará la Universidad de Buenos Aires, en sintonía con el plan del Ministerio de Educación de integrar a las instituciones de educación superior. Para marzo estará definido un proyecto de la UBA para articular sus carreras con los terciarios, las universidades del Conurbano y el sector productivo. Para eso, a fines del 2000 se creó en el seno del rectorado una nueva Subsecretaría de Promoción de Programas de Educación Superior en Red, a cargo de Sameck, un hombre del Frepaso.
Esta semana, la universidad alcanzó un primer acuerdo con la Secretaría de Educación Superior del ministerio: desarrollar, como experiencias piloto, colegios universitarios en la Ciudad de Buenos Aires. “Se trata de profundizar la participación para crear un verdadero sistema cooperativo. Y una de las posibilidades es transformar alguna institución de la UBA en colegio y articularlo con terciarios”, explicó Sameck. Si bien nadie lo confirmó, este diario averiguó que una de las posibilidades en estudio es transformar en colegio universitario a la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini. La iniciativa requerirá, además, el acuerdo del gobierno porteño, que ya se mostró interesado.
“El objetivo principal es hacer más eficiente el presupuesto de la universidad y de los institutos terciarios”, contó Susana Mirande, vicerrectora de la UBA. “Queremos abrirle el camino a mucha gente para la que hoy la educación superior está cerrada. La UBA podrá reconocer como primer ciclo de sus carreras a los estudios terciarios”, agregó. “Hay que romper con la tradicional dicotomía de las universidades como el saber universal y el terciario como el conocimiento técnico. Los estudiantes que ingresan en una tecnicatura deben poder avanzar sin techos hasta llegar, si lo desean, a un doctorado”, siguió Sameck. “En la actualidad, si un egresado de un terciario quiere empezar la universidad, al Estado le cuesta el doble, porque tiene que empezar todo de nuevo”, agregó Roberto D’Amico, colaborador de la subsecretaria de la UBA.
Un eventual efecto colateral de la articulación –que será bienvenido en la UBA– sería la descompresión de la matrícula estudiantil, sobre todo en los primeros años de las carreras, que es justamente donde se concentra la mayor población.
“La idea no es arrancar con un proyecto faraónico, sino empezar con unos pocos convenios en la ciudad y la provincia. Y analizar cómo van funcionando”, explicó Mirande. “La UBA podría colaborar en la reconversión de los terciarios transfiriendo docentes, diseñando un sistema de ciencia y técnica o rastreando las necesidades y demandas de inserción de cada lugar”, sugirió Sameck. “Mejorando la formación de formadores mejora el sistema educativo en su conjunto”, siguió.
Otra pata del proyecto se apoya en mejorar la vinculación con el sector productivo. “La idea es ver cuáles son los perfiles profesionales que están requiriendo las empresas de la ciudad. En función de esto, se podrían diseñar nuevas tecnicaturas para que los egresados de los terciarios encuentren inserción laboral segura”, dijo D’Amico. Y Sameck agregó: “Toda esta transformación es exigida por el propio paradigma tecnológico. Hoy, los cambios profundos del sistema productivo no encuentran traducción en el ámbito académico. El gran retraso que hay en la diversificación de títulos dificulta la salida laboral”.
El financiamiento del plan articulador vendría en parte del Fonit y se espera contar con créditos blandos.

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