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OPINION
Por Mario Wainfeld

Estrategas del ocultamiento

Al presidente Fernando de la Rúa lo enardece que se parangone su gestión con la de su predecesor. Hay dos temas, empero, en que su desempeño hace añorar al de Carlos Menem: la relación de fuerzas entre el poder político y las Fuerzas Armadas (ese Frankenstein que Ricardo López Murphy se ha obstinado, con cierto éxito, en revivir) y la lucha contra la aftosa. El esmerilamiento de las Fuerzas Armadas fue un subproducto virtuoso del ajuste estatal y de las privatizaciones, dos “remedios” que contuvieron mucho de veneno. En cambio, haber erradicado la aftosa fue un logro sin contraindicaciones del anterior oficialismo, que el gobierno de la Alianza consiguió desandar en cuestión de meses.
Una parte de la historia tomó conocimiento público en estos días. Es muy grave pero consiste apenas en la punta de un iceberg. La calificación de cada país en la lucha contra la aftosa la confiere la Oficina Internacional de Epizootias (OIE). Argentina llegó durante el gobierno peronista a ser calificado como país libre de aftosa con vacunación. Es un rango confiable para los mercados importadores, pendientes de la calidad de la carne. Pero no es el primer lugar del podio en la OIE: eso se reserva para los países libres que no vacunan.
A fines de su gestión el gobierno menemista se tentó con la fantasía de llegar a ser país libre sin vacunación y se suspendió la aplicación de vacunas. Esa fruición por la foto –de improbable repercusión en las ventas– también fascinó a sus sucesores aliancistas. Para lograrla siguieron con la torpe política final del menemismo. Y ya que estaban ocultaron la existencia de algún foco infeccioso en Formosa que les impediría obtener su diploma. Hasta ahí les salió bien: en abril de 2000 el entonces titular del órgano de aplicación, SENASA, Oscar Bruni consiguió su foto en París para alegría de su superior, el secretario de Agricultura Antonio “Pacheco” Berhongaray y del propio Presidente.
La suspensión de la vacunación y de algunas acciones conexas produjo un efecto letal: el resurgimiento de la aftosa. Ante la evidencia, el Gobierno reaccionó pensando en la imagen antes que en los hechos. La decisión oficial, emprendida por Berhongaray y Bruni fue lo que en los propios pasillos de la secretaría se bautizó “estrategia del ocultamiento”: vacunar sin confesarlo. En Argentina había “focos” (un foco es un establecimiento infectado) de aftosa y se vacunaba para prevenir y reparar. Pero se negaba la existencia de los focos y se ocultaba la vacunación. El coctel explosivo se completó con una interna feroz entre Bruni y Pacheco, que sólo culminó cuando aquél renunció por razones de salud.
La semana pasada la situación estalló o empezó a estallar. El Gobierno hizo pública su decisión de vacunar –aunque porfía en negar que lo estaba haciendo clandestinamente desde meses atrás– y salió corriendo a pedir a la OIE un cambio parcial en su calificación, volver a la categoría “paíslibre con vacunación” en algunas regiones del país. Pero la OIE le bajó el rango en todo el territorio nacional.
Así dicho no parece tan fatal. Pero todo indica que el problema no parará ahí. Hasta ahora, la “estrategia del silencio” había sido avalada por las principales entidades corporativas rurales, confiadas en que el Estado solucionaría los problemas y que era mejor no menearlos para no avivar a organismos y mercados exteriores. Esa convicción, bien que mal,
se “bajó” a entidades menores o socios que la acataron bastante tiempo. Pero el fracaso es cada vez más ostensible y en los últimos tiempos numerosos productores aterrados por el resultado de la estrategia de sus referentes estatales y corporativos denuncian que, aunque se vacuna, hay focos de aftosa en todo el país y no sólo en un par de regiones. El viernes Dardo Chiesa, presidente de CARBAP (una de las cuatro organizaciones de productores más grandes), denunció 300 focos nada más que en las provincias de Buenos Aires y La Pampa. Berhongaray desmintió presto, pero todo indica que Chiesa estuvo más cerca de quedarse corto que de mentir. Un vistazo atento a los diarios del Interior registra que la existencia de focos de aftosa es, cada vez más, tema de tapa en diversas latitudes del país.
Los costos ya son siderales. Debe vacunarse de raje, en todo el país, con el consiguiente incremento de costos y baja de prestigio internacional. El SENASA dice que los productores no deberán gastar nada en la primera etapa. Una forma elegante de evitar explicar:
que pagaron las vacunaciones desde abril de 2000 hasta ahora,
que los largos 22 millones de pesos que insumirá la primera tanda de vacunas los pagarán los contribuyentes, y
que las etapas ulteriores váyase a saber quién las paga pero algo sangrará.
Todo sugiere que dentro de poco se conocerá que la situación es más grave aún, el número de focos enorme y la pérdida de control por parte del Estado, casi total. Circunstancia densa, agravada porque fue ocultada a la comunidad, con la supuestamente constructiva (y frustrada) intención de resolverla. En el camino menemistas y aliancistas desbarataron la trama de alrededor de 350 fundaciones de productores que –aunadas al Estado– lograron erradicar la aftosa un puñado de años atrás. Un capital social que se desmigaja merced a la torpeza de los funcionarios. Y, ya se sabe, la organización social es más difícil de recuperar que la salud del ganado en pie.
Si a un imaginable lector urbano lo fastidian tantas líneas dedicadas a un tema rural, razone por un instante que significa pérdida de millones de dólares de exportaciones, amén de riesgo para el ganado vivo, sazonada con erogaciones estatales que él pagará. Y advierta cuánto tiene de metáfora acerca de cómo se administra la hacienda pública por acá. Pensando en la foto más que en la gestión. Reaccionando tardía e imperfectamente. Barriendo los conflictos por debajo de la mesa. Inmersos en internas paralizantes. Teniendo como principal estrategia de comunicación el ocultamiento de los problemas. Y como principal medio para enfrentarlos lo que Rodolfo Terragno llamaba “cronoterapia”: que sea el transcurso del tiempo el que cure las patologías. La cronoterapia fracasó miserablemente contra el virus de la aftosa. Y no sólo contra él.

¡No Fidel! ¡No somos lamebotas!

También hubo estrategia de ocultamiento, esta vez en el interior del mismo Gobierno, el año pasado al votar sobre Cuba en la ONU. El canciller y el Presidente clausuraron no ya el debate público sino la propiainformación a sus compañeros de gestión. Por razones conocidas por todos, este año no ocurrirá lo mismo.
En estos días Adalberto Rodríguez Giavarini visitó al ex presidente Raúl Alfonsín, el aliancista de primer nivel más enojado por la decisión clandestina del 2000 y el más convencido hoy de que hay que cambiarla. El encuentro no responde estrictamente al tema Cuba: desde que asumió, cada mes o mes y medio, el canciller suele conversar e informar al ex Presidente sobre su gestión. Pero se centró exclusivamente en ese punto. Voces cercanas al ex presidente lo escucharon rescatar la buena onda de Giavarini, pero asumiendo que es muy difícil que cambie el voto argentino. De paso, el amable trato del canciller a Alfonsín no disuelve la bronca que el líder del radicalismo viene acumulando contra De la Rúa, a quien acusa (aún en oídos de otros miembros del gabinete) de manejarse con criterio “monárquico”.

La Casa Rosada se reserva el derecho de admisión

Tal vez no hayan sido exactamente monárquicos pero sí poco felices y hasta poco democráticos dos gestos del Gobierno, producidos por la ministra de Trabajo Patricia Bullrich. El primero fue hurtar su cuerpo a la reunión convocada mientras en la puerta de su repartición culminaba una movilización de varios miles de personas venidas a pie desde La Matanza.
Vale la pena dedicar un párrafo a rememorar cómo se movieron los manifestantes. La columna se engrosó con desocupados que la iban abordando en el camino. Afrontó con decoro un calor que derretía y –sin promover un incidente digno de mención– llegaron (en muchos casos por razones obvias sin haber comprado una gaseosa) a Leandro Alem al 600. Tuvieron la suficiente templanza como para dispersarse en buen orden tras escuchar que toda su movida había sido en vano.
Semejante multitud con semejante conducta merecía que la ministra tuviera el gesto de interesarse personalmente por el tema.
También fue ilustrativo que el Ejecutivo hiciera suya la bolilla negra que arrojó Bullrich respecto del dirigente Luis D’Elía, atribuyéndole deshonestidad y falta de representatividad. Más allá de la conveniencia política del gesto, parece un exceso de inquina con un dirigente popular. Nadie está exento de ser llevado ante la Justicia por sus actos y D’Elía no es la excepción. Pero todos son inocentes hasta que una sentencia firme resuelva lo contrario y este principio no excluye a D’Elía. Por cierto, si se excluyera de las reuniones en la Rosada a todos los sospechados e imputados aumentaría exponencialmente la soledad que, quiere la leyenda, suele aquejar a quienes ocupan el sillón de Rivadavia. Por ejemplo, si los Granaderos se tomaran al pie de la letra el criterio sugerido por Bullrich e impidieran a Fernando de Santibañes –que carga sobre sus espaldas más entuertos judiciales que D’Elía– hacer su visita casi diaria al Presidente, a la tardecita, a la hora del whisky.

Coda

La Alianza llegó al poder envuelta en la bandera de la transparencia. Identificar transparencia con honestidad es empobrecer el concepto. Una democracia en una sociedad de masas es una enorme red de información y negociación. Ser transparente es hacer públicas las decisiones y precederlas de debates públicos igualmente difundidos. Un Presidente, un ministro o un secretario son –deberían ser– máquinas de comunicar. No agencias publicitarias sino personajes públicos que exponen a la luz sus actos, las presiones que los condicionan, los riesgos que los acechan. Pero a este gobierno, empezando por su cúspide, lo seducen el silencio, elasentimiento. O como mucho las palabras formales, las fotos y los slogans. Eso fue, por ejemplo, la primera reunión del sedicente diálogo social del viernes, consistente en una monótona seguidilla de monólogos. El Gobierno reunió a los sectores productivos en un ámbito manifiestamente inconducente, lo que quedaba patente con solo observar cómo tirios y troyanos se agrupaban en torno a una mesa manifiestamente pequeña.
Mientras la economía real no mueve el amperímetro, el blindaje cruje por una crisis en Turquía. Y en la City vuelven a escucharse los rezongos sobre José Luis Machinea y las invocaciones a las notables condiciones de timonel de Domingo Cavallo. Pero claro, de eso, como de casi todo, no se habla.


 

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