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el Kiosco de Página/12

Tentaciones
Por Sandra Russo

Cuando todavía no se han agotado los ecos del furor que despertó “Expedición Robinson” –el tímido galán surgido del envío, Diego Garibotti, sigue dando notas para decir que está buscando al amor de su vida, aunque los clubes de fans de Picky comienzan a languidecer–, está en gatera el “Gran Hermano” y esta semana comienza a emitirse por la señal de cable Fox la que promete ser la estrella de atractivos más transparentes en toda esta insoportable saga de reality shows: “Temptation Island”, en la que no está en juego ni un botín considerable (apenas un par de miles de dólares) ni un mecanismo voyeurista con alguna probabilidad de recompensa explícita. Fox es, en Estados Unidos, una señal de aire, y sus contenidos deben acatar las rígidas normas sobre “lo que se puede mostrar” y lo que no. En el cuáquero país del norte, donde gobierna desde hace poco más de un mes un señor cuya primera medida fue vetar el apoyo norteamericano a organizaciones extranjeras que promueven la despenalización del aborto, 17.200.000 personas por semana, los días más flojos, vieron “Temptation Island”, el programa en el que participan “parejas no casadas, pero seriamente comprometidas” que apenas llegan a la isla de Belice son separadas, varones con varones y mujeres con mujeres, para pasar dos semanas en compañía de otros varones y otras mujeres que intentarán seducirlos.
¿Cuál es el chiste? Si hay sexo, no se ve. Lo que sí puede verse, y es lo único que esperan esos tantos millones de personas (gobernadas por un señor que ya metió una pata en el Golfo Pérsico y que ahora apura el “fast track” para que los acuerdos comerciales no encuentren frenos parlamentarios en ningún lugar de América), son jueguitos de seducción en los que los participantes deberán resistir la tentación de ser infieles. Los varones y las mujeres contratados por la producción para tentar a los participantes lisonjean, coquetean, flirtean con los y las participantes, que previsiblemente histeriquean un poco y parecen flaquear (después de todo, hay un tempo televisivo que respetar, una ficción no ficcional que mantener a tope), pero si quieren llegar al final, deben resistir. ¿Resistir a qué? No a la atracción, no a la diversión, no al deseo: lo que se debe resistir es al acto (al acto en cualquiera de sus formas y presentaciones, desde un beso a un coito).
Hubo un momento en la historia de la sociedad judeocristiana en el que el pecado dejó de ser un acto, como era en los albores del cristianismo, para ser una intención. La mirada inquisidora de los Padres de la Iglesia dejó de posarse en las acciones humanas para internarse en los deseos, y es de ellos de donde surge ese disciplinador social tan poderoso que es la culpa. Freud y sus muchachos retomaron a su manera, muchos siglos después, esa línea de pensamiento que finalmente terminó siendo nuestro sentido común: somos lo que hacemos, pero también, y no menos, lo que sentimos.
Ahora, los vaivenes casi inescrutables de los medios electrónicos nos devuelven, con “Temptation Island”, al ideario pagano en el que lo único que importa no es la verdad sino la consecuencia. Si los participantes resisten el contacto físico, son fieles. Mientras tanto, millones de personas que resisten tentaciones cada día para sostener sus respectivas células de la sociedad, gozan de las alternativas de la paja en el ojo ajeno.

 

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