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OPINION
Por Mario Wainfeld

La licuación de la política

Fue una semana desbordante de hechos, de rumores, de renuncias, de enroques. Plena de crónica, de anécdotas excitadas y excitantes. Sin embargo, si se para por un segundo la calesita, puede notarse que en estas jornadas de vértigo han ocurrido al menos tres hechos dignos de una mirada editorial, que ameritan algo más que el –siempre fascinante– relato de lo que ocurre en Palacio: el desembarco de Ricardo López Murphy en Economía, la degradación de Graciela Fernández Meijide, el fallo de Gabriel Cavallo sobre las leyes de impunidad.
El advenimiento de los hombres de FIEL al gobierno de la Alianza es más que un cambio de ministro o de programa. Lo que se puso cabalmente en acto en la jura del Salón Blanco es la licuación del poder político democrático, su disminución hasta frisar con la irrelevancia. La consunción de la política, entendida como mediación entre la mayoría y los poderes fácticos.
Todo el establishment financiero se dio cita para aplaudir, con ecuanimidad no exenta de calidez, a José Luis Machinea y recibir en triunfo al Gordo López Murphy. Cómodos, con aires de dueños de casa, banqueros y consultores, columnistas de diarios de negocios ocuparon el espacio de la Rosada. Su alegre presencia, en rol de locales, sumada a la buena onda que prodigaban los militares por el juramento de Horacio Jaunarena, evocaba –tanto como una gota de agua evoca a otra– cualquier hecho similar durante cualquier dictadura militar. Los poderes fácticos, desnudos, casi aliviados del estorbo de la representación democrática. Los dueños del país, al fin, juntando el poder real y el institucional.
Las ausencias de Raúl Alfonsín y Carlos “Chacho” Alvarez, alusivas más a impotencia que a un poder de veto, fueron de todas formas señaladas por el establishment y sus voceros mediáticos como un riesgo feroz, una resistencia cerril a doblegar. Con cierto timing litúrgico, ni el ministro entrante ni el Presidente abrieron la boca. Ni falta que hacía. Las presencias, las ausencias lo decían todo.
“Los mercados”, que así se nomina a los agentes que manejan títulos de la deuda pública argentina y a un puñado de timberos insignes, hicieron subir la Bolsa cual un corcho de champagne, otorgándole así al flamante ministro de Economía aires de ser un elegido de los dioses. Para que no se malacostumbrara, horas después los papeles bajarían velozmente y pondrían en jaque no ya su gloria sino su estabilidad. Treinta o cuarenta millones de pesos convertibles (una bicoca quizás insuficiente para comprar el pase de Román Riquelme) movidos de un modo certero, alcanzan para que un ministro blindado derive sin escalas del éxtasis a la agonía.

LM marca su nivel

López Murphy (LM) no se privó de nada, ni siquiera de nombrar a un cuadro de la dictadura militar, como Manuel Solanet. Recibió presto a los representantes de la banca, le negó audiencias a la UIA y jibarizó las secretarías de Industria y Agricultura. Y sin embargo, en los tres días ulteriores a su “sí, juro” la City sólo emitió rumores, versiones, aprietes flagrantes. Un lector desprevenido puede preguntarse por qué hacerle eso a LM quien, como escribió ayer en este medio Julio Nudler, “siempre ha trabajado para el establishment y producido estudios a gusto del cliente”. ¿Por qué presionar a quien es un intelectual orgánico del sector y ha vivido buen tiempo a su sueldo?
En los despachos oficiales, la respuesta no tiene misterios. Los mensajes y las exigencias no apuntan a LM sino al Gobierno en su totalidad y en especial al Presidente. “LM es en sí mismo un proyecto y un programa, pero los mercados quieren escuchar a De la Rúa, por eso nos extorsionan”, susurró ante Página/12 un importante funcionario de la Rosada, de los más cercanos a De la Rúa. Aun entre los componentes del riñón presidencial cundió en estos días el desánimo, la sensación de estar siendo extorsionados, los rezongos cada vez más explícitos por la falta de protagonismo del Presidente. Sus espadas más fieles quieren verlo más presente, disciplinando a las huestes políticas de la Alianza y poniéndole el pecho al nuevo plan económico. “Tiene que salir él a asumir que estamos en problemas, que tenemos que cambiar de rumbo, que estamos fracasando no ya el Gobierno sino toda la clase dirigente”, bramó ante este diario uno de los pilares del Ejecutivo. Empero, la gestualidad del Presidente tiende a negar el conflicto y el cambio, evocando a la de los DT que mueven el banco dando un beso al jugador que entra y una cariñosa palmadita en la cola al que sale. Mera continuidad, sin ruptura. El equipo es uno y todos amigos.
Cierto es que De la Rúa hizo un par de anuncios que parecen contradecir el reclamo de los mercados: no se arancelará la universidad, ni se reducirán salarios, ni habrá despidos. Muchos funcionarios, incluidos “progres” de la UCR y el Frepaso, están convencidos de que así será. Que LM no será un talibán neoliberal sino una especie de “tigre de papel” que comprenderá los condicionamientos propios de una fuerza popular. Si lo hace pondrá en jaque su reputación (y su futuro post gestión) que dependen del discurso, los deseos y los intereses del sector financiero. Menuda cinchada. Habrá que ver qué fuerza prevalece. De momento hay una que parece mucho más potente que la otra. En todo caso parece imposible que puedan seguir coexistiendo, digamos de hoy a un semestre vista, las promesas presidenciales, la presencia de LM en el gabinete y el aire que le dan los mercados.

No es sólo Ella

Graciela Fernández Meijide es un ejemplo notable de cómo se licuan el poder político y la representatividad. La entropía de quien pintó hasta para ser Presidenta no es sólo un bajón para ella: también para el Frepaso, la Alianza y el sistema democrático todo. Una figura pública capaz de concitar la pasión, la ilusión y el apoyo de muchos ciudadanos es un patrimonio colectivo. Su caída, una pérdida para todos aunque, con mirada cortita, haya políticos –aun de su propio palo– que se relaman de gusto.
Le sobraron errores personales a Graciela. Su falta de voluntad –o aptitud– de articular con sus compañeros de gestión, con los gobernadores del PJ y aun con el líder de su propio partido. Su obstinación en negar sus errores, rayana en la altanería. Su falta de timing para dar un paso al costado después de dos derrotas electorales o de meses de opaca gestión, redoblada ahora al aceptar un cargo inoficioso, carente de cualquier significado que no sea personal. Por si todo eso no bastara, le picaron cerca demasiadas balas vinculadas a la falta de transparencia.
Excelente candidata, fracasante funcionaria. Buena comunicadora para cuestionar a otros, mala para proponer acciones de Estado, Graciela es también un emblema del Frepaso, de la Alianza, de la política local toda.
No sólo en ese aspecto el triste final de Graciela habla de mucho más que de Graciela. Su exilio delata también errores graves del Presidente y de Carlos Alvarez, que la elevaron a un puesto para el que no capacitaba y que después –en uno de los pocos acuerdos que conservaron– la mantuvieron sólo para dar testimonio de la unidad de la Alianza. De esa quimera que ellos dos, Ella, Raúl Alfonsín y Rodolfo Terragno prometieron a la sociedad como un cambio sensato, posible, moderado. Una quimera que se licuó tanto como el capital político de cada uno de ellos.

El espanto, ese adhesivo

Alfonsín y Alvarez, ya se dijo, le hurtaron el cuerpo a la jura de LM. Sin embargo, el jefe radical hará campaña electoral con la bandera de la Alianza y el Frepaso redoblará su presencia en el gabinete teñido por la presencia de LM. Una aparente paradoja que se deja explicar parafraseando el célebre verso de Borges. No los une el amor sino el espanto. La Alianza es tan débil que nadie puede optar por irse de ella, a riesgo de ser culpabilizado de su derrota definitiva. Una charada que viene padeciendo Chacho desde que renunció a la vicepresidencia y que en estos días lo determinó a aceptar el convite presidencial de sumar compañeros al gabinete.
Negarse era dejar al gobierno expuesto a las vendettas de los mercados, aceptar quedar pegado a Solanet, Artana & Cía. El jefe frepasista optó por este último mal, por considerarlo menor. La decisión fue precedida por el toma y daca acerca de quién sería secretario general, si Darío Alessandro (propuesto por De la Rúa) o Ricardo Mitre (contraofertado por Alvarez). El Presidente prefería a Alessandro por su perfil relativamente alto y por conocerlo bien. Los frepasistas no querían desguarnecer la presidencia de Diputados y –aunque no lo dijeran a gritos– tampoco dejar una banca en manos de un socio radical. Sugirieron a Mitre, otro alter ego de Alvarez, para demostrar compromiso. El Presidente se enfadó porque sintió que le impusieron un nombre. “Al menos podrían haberme propuesto una terna”, resopló De la Rúa, siempre celoso de demostrar el poder de su investidura. Las posiciones de uno y otro tenían su lógica y no eran tan distantes. Pero el toma y daca sonó tenso por el modo en que se actuó. Como siempre, mediante emisarios, sin sentarse un rato cara a cara, escondiendo barajas, trasuntando desconfianzas. Una forma de relación que revela, si no ahonda, la falta de affectio societatis.
Ninguno de los dos socios puede ir aislado a las elecciones de octubre si quiere, cada uno dentro de sus respectivas ambiciones, evitar una débacle. Forzados a hacer lo que les impone el tablero, frepasistas y radicales diluyen su perfil en pos de lo que –opinablemente– piensan que es su tabla de supervivencia.

Una luz en las sombras

El fallo de Gabriel Cavallo decretando la inconstitucionalidad y la nulidad de las leyes de la impunidad arroja la mejor luz posible sobre las posibilidades de la democracia. Es un triunfo sobre el terrorismo de Estado, sobre la cobardía moral de muchos dirigentes elegidos por el pueblo, logrado con armas nobles: el debate público, la movilización, el estudio, la promoción de demandas en los tribunales con las leyes en la mano. Larga paciencia y enorme templanza tuvieron organismos y militantes de derechos humanos explorando cada uno de los espacios que les permitía una legalidad usualmente esquiva y menguante. Y encontraron discursos, doctrinas, pensamientos técnica y éticamente irreprochables. La defensa del statu quo (que tuvo momentos cúlmines en los editoriales de Mariano Grondona y de La Nación) lució en estos días tartajeante, imprecisa, apelando (como en los buenos tiempos de la dictadura), a falta de mejores argumentos, a la razón de Estado.
En democracia se construyó esa doctrina legal, revolucionaria y al unísono legal, a tono con el siglo XXI y al mismo tiempo consagración de principios constitutivos de los humanismos de todas las épocas. En democracia creció la memoria colectiva. Se recuperaron hijos de desaparecidos. Se apuntala el aval colectivo al escrache, el repudio cada vez más masivo a la dictadura, a sus corifeos, a sus cobardes gambetas a los tribunales. En la libertad de expresarse, de buscar la justicia, de consagrar standards mínimos de libertad y de riqueza para todos los seres humanos está la sal y la carne de la democracia.
Vale la pena recordarlo y enfatizarlo, aun en estos deprimentes días oscuros, signados por el reverdecer de poderes minoritarios y por el marchitamiento de representantes del pueblo que parecen incapaces de estara la altura de los anhelos y aun de los derechos de quienes los honraron con su fe y su voto.


 

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