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Cuando hacer donaciones se vuelve una verdadera misión imposible

Desde hace más de 20 años, un peluquero de Belgrano, conocido como �El Mono Relojero�, recorre el país para donar juguetes, ropa y remedios. Por la indiferencia de los funcionarios, hoy tiene su depósito lleno, con medicamentos vencidos.

Por Alejandra Dandan

En este país, dice Carlos González, te obligan a dejar las utopías. El no está dispuesto a hacerlo. Tiene tres depósitos repletos de juguetes, ropa y remedios que deberían haber llegado hace dos meses a El Soberbio, uno de los pueblos más pobres de Misiones. No lo dejaron. Pidió a la gobernación un camión y pasajes para traslado de la carga valuada en 350 mil dólares y nunca le respondieron. Primero desconfiaron, después creyeron que lo recogido entre vecinos y tres colegios de Belgrano podría ser parte del plan de un loco. Hace veinte años, este peluquero de chicos recorre el país vestido de Mono Relojero. Cada año, cerca de Navidad, llega a los lugares más alejados de los centros urbanos más pobres. A cambio, pide a los funcionarios un camión para el traslado, tres pasajes y unos tres mil pesos para sostener gastos y la campaña del año siguiente. Eso mismo hizo ahora que empieza a pasar entre unas cajas con cientos de remedios que, por las demoras, ya han pasado su fecha de vencimiento.
Parece la fábula de un absurdo. El Mono Relojero camina ahora intentando abrirse espacio entre las cajas que lo doblan en altura. Baja y sube, desesperado, desde la planta alta a la entrada de un depósito prestado en Liniers. El lugar está repleto; las cajas, paralizadas. “La verdad es que acá se cagan en todo, ser solidario es muy difícil en este país”, dice, mientras se va rumiando alternativas para encontrar un camino que saque de Buenos Aires la montaña que empieza a derrumbarse por ahí atrás.
Desde el ‘81 este hombre recorre el país. Hasta entonces había repartido juguetes en hogares e institutos de menores del Gran Buenos Aires. Pero finalmente se cansó: los trámites exigidos para donar eran demasiados. Por eso un día decidió llevar al interior el cargamento de cosas que junta durante todo un año. Cuando menciona esos lugares donde se fue metiendo, habla del “Africa argentina”, de gente que vive a 700 kilómetros de centros urbanos también remotos. De falta de luz, y detrás de eso, de todo.
Allí situó su objetivo, ese que se propuso un día, mientras trabajaba en una peluquería de Belgrano. Era peluquero de chicos y se preguntó qué pasaría en la cabeza de sus minúsculos clientes si alguien les propusiera regalar sus juguetes más lindos. No fue él quien hizo la propuesta. Fue su doble, ese alter ego burlón y despachado con el que fue conocido más tarde. El Mono Relojero armó una nueva peluquería en Cabildo al 2000, que quedó transformada en el bunker de su febril campaña. A los primeros chicos los sucedieron otros y atrás del Mono ahora están tres de las escuelas más caras de Belgrano. El Dailan Kifki, el Moruli y el Belgrano Days School fueron algunas de las que tuvieron que ver con este cargamento paralizado durante meses en Buenos Aires.
En noviembre González se puso en contacto con el intendente de El Soberbio, el pueblo del extremo norte de Misiones al que iba dirigida este año la carga. “Se interesó, pero nunca me llamó: se olvidó”, dice González, que adelanta con obstinada minuciosidad cada paso. Unos días después, el 5 de diciembre, se puso en contacto con Pablo Knutson de Acción Social de la gobernación de Misiones y con Julio Duarte de Legal y Técnica. “Desde el 5 de diciembre hasta el 15 de febrero llamé 42 veces -detalla–, tengo todos los talonarios para probarlo.”
Esa vez supo que Knutson había vuelto de vacaciones y aceptó una promesa: “Mañana te llamo”, le dijeron. “Nunca lo hizo”, remata él. El Mono les había pedido pasajes y cobertura logística para recorrer ese pueblo mayoritariamente indígena, considerado el más pobre de la provincia. “Me hizo pensar esto que esos funcionarios comen todos los días.”
Adentro de los cientos de cajas hay televisores, heladeras, equipos de música, juguetes y remedios. Todas esas cosas tienen una fecha para llegar a destino: antes de que terminen las clases. Después, aprendió el Mono, es demasiado tarde: las escuelas aún son lugares de confluencia para muchasde las comunidades a donde va la carga. Hasta el año pasado ese ritual no se modificó aunque ahora parece quebrado.
Durante el trayecto al galpón de Liniers, Carlos cuenta sobre la vez que viajó hasta Abrepuerta, en el norte de Jujuy, con Los Auténticos Decadentes. “En la televisión estaban dando un show de ellos: la gente no creía que los que estaban ahí eran los reales. Le creían más a la televisión que a los músicos”.
Por eso, vuelve a decir el Mono, “para mí esto pasa por ser argentino. Vos no podés dejar que se venzan medicamentos por el bicicleteo. En Estados Unidos o Europa esto no pasa”.
El viaje ahora cambió de destino. El camión no irá a Misiones sino a Jujuy. En el semiacoplado que pasará a recogerlo, llevará también la caja con los remedios. “Sólo para que se vea cuántos son los que quedaron vencidos”, desafía.

 

 

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