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Riesgos
Por Sandra Russo

En una de sus últimas columnas en el diario El País, Manuel Vicent escribió algo así como que hubo una vez un planeta, éste, en el que sólo ardía el reino vegetal: los bosques, las praderas, las selvas. Pero ahora también arde el reino animal: Europa tiembla bajo las amenazas de la “vaca loca” y de la aftosa. Los noticieros franceses, españoles, italianos y británicos muestran cada noche cómo arden vacas, cerdos, ovejas. Se pronuncia hasta con cierto goce la palabra “sacrificio”, y se vuelve a aludir a ella, con todavía más morbo, cuando se afirma que el “sacrificio” ha sido innecesario. La pantalla exhibe la desoladora imagen de decenas de cerdos muertos, y la televoz indica que tras el “sacrificio” los análisis previos realizados a esos animales dieron resultados negativos. Al “sacrificio” inútil ahora se le llama precaución, prevención, control o prudencia: quienes dan las órdenes de sacrificar animales sanos no se consternan sino que se jactan de haber tomado medidas para ir hacia ese “riesgo cero” al que parece aspirar “la opinión pública”, que ya no es tal: se ha travestido en “organizaciones de consumidores”.
A la luz de estos nuevos fantasmas que agitan al primer mundo, el ambiente académico ha puesto de moda al sociólogo alemán Ulrich Beck, quien en 1986 salió al ruedo anunciando que esta “segunda modernidad” inauguraba una “sociedad del riesgo”. El desarrollo tecnológico contrastado con la minimización de los Estados da por resultado una sociedad que produce paralelamente progreso y riesgo. Robots fabulosos en las fábricas y lúmpenes agresivos en las calles. Hallazgos científicos increíbles y virus que se escapan de los laboratorios. Comida barata y altamente procesada, y más hambrientos, o la “vaca loca”, o la aftosa. La tesis de Beck es discutida acaloradamente. Los efectos colaterales del progreso o de las nuevas tecnologías han sido cuestionados a lo largo de toda la historia humana, muchas veces desde una reacción que parece querer impedir que llueva de arriba para abajo. Pero, al mismo tiempo, hasta los más cautos admiten que hay algo en la tesis de Beck que da en el blanco: su éxito, su eco, no hace más que demostrar que el hombre pronuncia alguna verdad.
Enrique Gil Calvo, profesor de Sociología de la Universidad Complutense, desestima la seriedad de “los nuevos riesgos” tal como los formula Beck: ni hay objetivamente más riesgos ahora que cuando la gente se moría por la infección de una muela, ni los riesgos actuales son más artificiales que los que han sacudido a la humanidad durante siglos. “Hace doce mil años que los cazadores preagrícolas extinguieron la megafauna del pleistoceno. Hace diez milenios, la revolución agrícola inventó las epidemias contagiosas al crear las ciudades-estado neolíticas”, dice Gil Calvo, para dejar en claro que la “vaca loca”, si fuese realmente una amenaza tan grande como parecen creer quienes en Europa se han vuelto súbitamente vegetarianos, no es más que una nueva y desagradable contingencia.
Pero Gil Calvo reconoce que Beck da en la clave cuando se mete con el riesgo y cuando habla de miedo. Porque si hay un riesgo moderno por excelencia, es el miedo al riesgo. “Nuestra sociedad es cada vez más densa, dada la multiplicación de nuestras redes de interconexión: es la densidad moral de Durkheim. Y eso hace que los pánicos, financieros o sociales, se multipliquen instantáneamente en cuanto suena una voz aparentemente autorizada”, afirma el profesor.
Mientras en Europa arden los cerdos y se suspenden las carreras de caballos, mientras se pudren los quesos franceses y los ganaderos británicos muestran sus establos vacíos y lloran a sus pobres vacas, el chip del miedo al riesgo recorre el planeta. Nunca como ahora el afuera propuso tanta asepsia y seguridad al adentro de los sujetos. El afuera dice: atravesamos una zona de turbulencias, ajústense el cinturón de seguridad; menos de diez unidades, pague en la caja rápida; coloque el código de barras hacia arriba para que la máquina pueda leer su ticket; consumir preferentemente antes del 7/8/03; dejar hervir diez minutos;conservar en lugar fresco; digite su clave personal; si sabe el número de interno, márquelo. En tiempos en los que empezamos a añorar las voces humanas de los operadores y las telefonistas, cada vez más gente siente una ansiedad insoportable en los aeropuertos o los supermercados. El miedo al riesgo es difuso pero carnal: como antes Baco encarnaba en faunos de cuerpos y mentes descontrolados, hoy el miedo al riesgo encarna en cuerpos y mentes aterrorizados por el descontrol. El engranaje de nuestro mundo es tan perfecto que una falla, por mínima que sea, hará temblar a los mercados, desatará una peste, inoculará un virus, hará caer el avión. Tal vez el más artificial de nuestros males sea creer que es posible atravesar la vida sin riesgos.

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