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LA ESTACION ORBITAL CAYO AL PACIFICO SIN CAUSAR PROBLEMAS
La Mir convertida en estrella fugaz

Fue un show de luz y color que sólo unos habitantes de las islas Fidji pudieron ver. Alivio en Moscú y los países del Pacífico.

En el Centro Espacial de
Moscú, los ingenieros y técnicos siguieron en silencio la caída.
Al confirmarse el éxito de la maniobra hubo alivio generalizado, pero ninguna muestra de euforia.

Después de 86.331 órbitas alrededor de la Tierra y tras 15 años de permanecer en el espacio, los temores en torno de cómo sería el final de la Mir quedaron despejados: la estación orbital se desintegró en la atmósfera y sus últimos restos terminaron en el fondo del océano Pacífico, tal como estaba previsto, después de completar una maniobra técnicamente perfecta. “La estación orbital Mir ha completado su vuelo”, anunciaron los altavoces, en medio del silencio imperante, en el Centro Espacial de Moscú, donde los ingenieros y técnicos tuvieron una sensación de tranquilidad por el éxito de la operación, mezclada con la tristeza del fin de la estación, símbolo del poderío espacial ruso de otros tiempos. Para los habitantes de las islas Fidji, en cambio, el acontecimiento representó una exhibición de luz y color, que pudieron observar desde una posición privilegiada.
La estación orbital Mir se quemó como una bola de fuego después de atravesar la atmósfera, y sus restos cayeron al océano Pacífico, tras completar una exitosa maniobra en la que no hubo que lamentar ningún contratiempo, y con la que se cerraron 15 años de vida de la Mir y un capítulo vital de la navegación espacial rusa. La estación y sus últimos restos se precipitaron a la 1.57 (hora argentina) en el Pacífico Sur. “Hemos mostrado nuestra gran clase”, afirmó Yuri Koptev, director de la Agencia Espacial rusa.
La destrucción de la Mir significa, sin embargo, un amargo triunfo. Luego de la maniobra, que transcurrió paso a paso según estaba planeado, las autoridades espaciales anunciaron el final del estado de alarma.
La pérdida de la estación tras 15 años, un mes y dos días de existencia, fue “como la despedida de un pariente muy querido”, declaró el cosmonauta ruso Alexander Kaleri, que a comienzos de 2000 formó parte de la última tripulación de la Mir. Vladimir Solovyov, que puso en funcionamiento los sistemas de la Mir en marzo de 1986 y supervisó su destrucción desde el centro de control, no ocultó su tristeza “porque la Mir podría haber volado otros dos o tres años si no fuera por problemas financieros y obligaciones con la Estación Espacial Internacional (ISS)”.
En su caída hacia la Tierra, primero se quemaron los colectores solares y luego se desintegró el casco principal, a 80 kilómetros sobre el planeta. Japón fue el último territorio poblado que sobrevoló la estación, antes de caer en la zona prevista, el Pacífico Sur, entre Nueva Zelanda y las costas de Chile, a 40 grados de latitud sur y 160 de longitud oeste. Se estima que unos 1500 fragmentos metálicos se hundieron en el mar, los más pesados de dos toneladas.
La caída de la Mir fue un proceso que duró 5 horas: comenzó cuando el control de Tierra activó la primera maniobra de frenado, mediante los reactores del transporte espacial Progress acoplado a la nave. Siguió un segundo impulso de frenado, de veinte minutos de duración, y la decisiva tercera maniobra de frenado se produjo cuando los reactores de la estación y del Progress fueron activados conjuntamente durante otros 20 minutos, hasta agotar sus últimas reservas de combustible.
A partir de allí, la Mir pasó sobre China y Japón y desapareció de las pantallas de radar. Imágenes de video amateur desde las islas Fidji mostraron lo que se asemejaba a una serie de estrellas fugaces, que pudo ser apreciada por sólo algunos privilegiados isleños que miraron hacia el cielo, y que describieron sus fragmentos como “grandes bolas de fuego de color naranja amarillento que cruzaron el cielo a gran velocidad y altitud, y dejaron una cola de humo que duró apenas unos minutos”.
Los restos de esta maravilla de la ciencia compartirán ahora hogar con otros ingenios espaciales obsoletos y con los verdaderos dueños del lugar: los animales y plantas marinos del océano coralino. “Lo que queda de la vieja Mir descansará aquí hasta que a alguien se le ocurra intentar recuperarla, como han hecho con el Titanic”, comentó el vocero del Foro del Pacífico Sur, Ulafala Aiavao.
Después del éxito de la operación, desde la Agencia Espacial rusa no descartaron la construcción de otra estación orbital, aunque su director, Yuri Koptev, aclaró que esto ocurrirá “cuando Rusia tenga los medios financieros para ello”.
Por otro lado, el jefe del Partido Comunista ruso, Guennadi Ziuganov, calificó la destrucción de la estación orbital Mir como “un crimen contra el futuro de Rusia”’ y responsabilizó del mismo al presidente Vladimir Putin, a quien criticó por la negativa de tomar directamente a su cargo el programa espacial, dejado en manos de la Agencia Espacial rusa, “cuyos dirigentes sólo defienden los intereses norteamericanos”, afirmó el dirigente comunista.

 

El negocio de un símbolo

Naturalmente, las cosas en la estación orbital no fueron las mismas desde que la URSS saltó en pedazos. Se admitió publicidad en la nave, se firmó un contrato de colaboración con Estados Unidos para el trabajo conjunto con el transbordador espacial, se abrió la nave a tripulantes de numerosos países, se negoció con el ahora independiente Kazajstán las condiciones de utilización del polígono de Baikonur, se aceptó incluso el entrenamiento de turistas espaciales (cómo el norteamericano Denis Tito), se creó una firma (MirCorp) con inversionistas extranjeros para la explotación comercial de la estación y, en definitiva, se incorporó al programa una mentalidad nueva cuya filosofía se resumía así: la Mir también puede ser un buen negocio. El gran operador de la nave, la corporación Energía, cotiza ya en bolsa; y el principal fabricante de cohetes, Krunichev, cubierto en tiempos soviéticos por un espeso velo de secreto, sobrevive gracias a sustanciosos contratos internacionales.
La penuria rusa está en el origen de muchos de los percances que ha sufrido la Mir pero, no obstante, lo que más sorprende es que, incluso enfrentándose a gravísimos problemas presupuestarios, la estación orbital haya sobrevivido más allá de lo esperado y haya sentado las bases para que el trabajo de la Estación Espacial Internacional vaya por un camino mucho más predecible y tranquilo.
Pero sin la Mir, Rusia ya no puede seguir llamándose superpotencia espacial. Ese papel se lo reserva en exclusiva Estados Unidos, que lleva la parte del león (porque es el que paga la mayor parte de la factura) de la estación internacional. En ese proyecto, Rusia es, si acaso (y sólo a efectos tecnológicos, pero no financieros), el segundo de a bordo.

 

VIOLENCIA POLICIAL EN NUEVA YORK
Indemnización record

La Alcaldía de Nueva York y el sindicato de policías acordaron pagar 8,6 millones de dólares al haitiano Abner Louima, un inmigrante que en agosto de 1997 fue torturado y violado en el baño de una comisaría de Brooklyn. Por el hecho, el policía Justin Volpe fue condenado en 1999 a 30 años de reclusión, mientras que otro de los agresores recibió una sentencia de 15 años.
Se trata de la mayor indemnización que el municipio neoyorquino haya tenido que pagar por un caso de esta naturaleza. Por su parte, el gremio policial está obligado a pagar, ya que uno de los jefes de la comisaría –que en aquel momento encubrió a los responsables– era delegado sindical cuando se produjo el crimen. El miércoles próximo se daría a conocer el acuerdo definitivo sobre la cifra que pagará cada una de las entidades, que debe firmarse ante el juez de Brooklyn.
Louima, guardia de una planta purificadora de agua, llevaba seis años como inmigrante legal en Estados Unidos cuando se produjo la agresión. La noche del 9 de agosto de 1997, el haitiano fue detenido a la salida del bar Rendez Vous, acusado de iniciar una pelea. Volpe y otro policía lo llevaron a la comisaría 70ª, donde lo encerraron en un baño, lo golpearon y lo violaron usando un palo de escoba. Después del ataque, Louima estuvo internado durante dos meses y medio.
La mano dura de la policía neoyorquina comenzó en 1994, cuando Rudolph Giuliani se hizo cargo de la alcaldía. Entre 1997 y 1998 se produjeron 45 mil detenciones, pero sólo 10 mil personas fueron procesadas. El resto había sido detenida por error. El antecedente más recordado de violencia policial contra inmigrantes en Estados Unidos es el de Rodney King, que fue golpeado por un grupo de policías de la ciudad de Los Angeles.

 

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