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CASTAÑON, RECIEN NOMBRADO, PROCESADO
“El juez Bagnasco llevó mi causa tendenciosamente”

Es flamante funcionario del equipo económico. Pronto deberá ir a juicio oral por supuesta defraudación al Estado, cometida en su gestión anterior. Habla de ese juicio, de Cavallo, de los superpoderes.

Alfredo Castañón, flamante secretario Legal y Administrativo de Economía, diputado renunciante (AR).

Por Romina Calderaro

Alfredo Castañón, el flamante secretario Legal y Administrativo del Ministerio de Economía, está procesado por supuesta defraudación al Estado durante su gestión al frente de la empresa estatal de correos en tiempos en que Domingo Cavallo era ministro de Economía de Carlos Menem. Cavallo sabe desde hace tiempo del procesamiento por el que Castañón será sometido a juicio oral y ayer le dijo que no se haga problema, que la causa fue parte de la “persecución judicial” a la que dice haber sido sometido el líder de Acción por la República cuando denunció las “mafias enquistadas en el poder”. “Seguramente voy a ser absuelto porque soy inocente. El juez Adolfo Bagnasco llevó la causa tendenciosamente”, dijo Castañón en diálogo con Página/12. También habló sobre las ambiciones de Cavallo, del resultado de la negociación por los superpoderes, del gobierno de Fernando de la Rúa y del futuro del país.
–¿De qué está acusado puntualmente?
–Bagnasco nos procesó en 1996, cuando yo era titular de Encotesa, por haber contratado directamente, sin que medie una licitación, a una empresa para transportar correo y a otra para ensobrar correspondencia de la Anses.
–¿Y eso fue así?
–Es verdad que no hubo licitación, pero no teníamos obligación de hacerla porque éramos una sociedad anónima. Además, contratamos el servicio a un precio más bajo que el precio testigo que dio la Sindicatura General de la Nación (Sigen).
–¿Y entonces a partir de qué pruebas avanzó la causa?
–La causa avanzó porque Bagnasco, para comparar, le pidió precios a la competencia, que eran cinco o seis empresas vinculadas con Alfredo Yabrán y los tipos les dieron precios más baratos a los nuestros. Pero no pagamos precios más altos a los de plaza.
–¿Tiene fecha el juicio oral?
–No, todavía no. La causa ahora la tiene el juez Rodolfo Canicoba Corral, sobre quien una vez escribí una columna titulada “Un juez todo terreno”. Canicoba reemplaza a Bagnasco, quien en su momento llevó la causa tendenciosamente.
–¿Cavallo sabe de esto?
–Yo se lo dije a Mingo antes de asumir. Y él me dijo que no me haga problema, que medio gabinete tiene este problema. Me recordó la situación del ministro de Infraestructura, Carlos Bastos, quien también está procesado. El sabe que esto es parte de la persecución judicial que empezó cuando nos metimos con Alfredo Yabrán.
–Usted estuvo negociando activamente los superpoderes. ¿Cuál es la facultad que más festejaron y la que más lamentaron perder?
–Lo mejor es haber obtenido las facultades para reestructurar el Estado, para eliminar y crear exenciones impositivas y las facultades para gravar las ganancias producto de compra y venta de acciones. Lo que no logramos llevar adelante del todo son facultades para resolver el tema laboral.
–Los estatutos especiales, por ejemplo.
–Pero los estatutos especiales vinculados con el Estado básicamente y con transformar una mentalidad. El tema es cómo hacer para que en las áreas en las que el Estado tiene que funcionar como una empresa, con servicios, para que un empleado no tenga la condición del empleado público. Ellos saben que no pueden ser despedidos sin justa causa. Lo que pretendíamos hacer es tener la capacidad de tener regímenes de empresa donde el Estado tiene que funcionar como empresa.
–Ustedes podrán modificar la ley de Ministerios. Y tendrán la facultad de fusionar o cerrar organismos. ¿Puede quedar gente sin trabajo?
–Sí, pero cuando se transforme un organismo y alguien quede cesante, por dos años no se lo podrá despedir. La idea es que si tiene que haber una reestructuración en el Estado sea cuando haya reactivación.
–Pese a que consiguieron las facultades especiales, hubo muchos discursos en el Congreso contra Cavallo. Elisa Carrió dijo que es “un chico malo”. ¿Qué le diría a la gente que cree lo mismo?
–Se conoce sólo una parte de Cavallo: la del discurso técnico. Pero también está el tipo que trabaja quince, veinte horas por días, y cree que va a solucionar los problemas de la gente. Hay mucha que cree que Cavallo es algo así como el diablo. Eso es porque básicamente en la Argentina quedaron cosas por hacer. Cavallo fue ministro de Economía, pero no era presidente. Y hay también un ideologismo. Es gracioso, porque Cavallo no tiene ideología. Con Cavallo estamos tipos que somos muy distintos. A mí Cavallo nunca me preguntó qué pensaba yo del Proceso.
–A Elena Cruz tampoco...
–Bueno, es cierto. Pero yo siempre estuve en contra del Proceso. Somos muchos. La mayoría de la gente que está con Cavallo, está en contra del Proceso. No sé por qué le han colgado el sambenito de procesista.
–Por que fue funcionario de la dictadura.
–Quien lo conozca a Cavallo hoy sabe que él en el ‘82 estaba entre libros y no vinculado con cuestiones de derechos humanos.
–¿Puede decir cuál es la principal virtud y el principal defecto de Cavallo?
–El principal defecto de Cavallo es que es muy tozudo: no admite un no. Y sus principales virtudes son dos, inseparables: su enorme inteligencia y su enorme capacidad de trabajo. Porque se puede ser inteligente y vago. Para mí, el título del libro del periodista Daniel Santoro, El hacedor, es toda una definición.

 

OPINION
Por Martín Granovsky

La impunidad distorsiva

Domingo Cavallo acaba de proponer que no se judicialice más la política. El ministro de Economía tiene una preocupación variable por la Justicia.
En la primera etapa de Carlos Menem, cuando era el semidiós que había sacado a la Argentina de la híper, su actitud fue permisiva. Menem hizo y deshizo en la Corte y en el fuero federal sin que a su canciller y luego ministro de Economía le llamara la atención, por ejemplo, el cambio de mayoría de la Corte, que en los Estados Unidos puede llevar 15 años y aquí no insumió más de cinco minutos.
La guerra contra Alfredo Yabrán, en 1995 y 1996, cambió las cosas. Cavallo descubrió que la mayoría de los jueces federales eran dependientes del Poder Ejecutivo, del dinero o de ambas cosas a la vez. Incluso acuñó una imagen brillante, la servilleta, que según Cavallo fue el sitio donde Carlos Corach le escribió en un bar qué jueces controlaba el Gobierno. Muy pronto, sobre todo tras renunciar al Ministerio de Economía, el antiguo hombre fuerte se dio cuenta de que esa exhibición de control era, en realidad, un pronóstico. Desde la crisis con Yabrán –que fue su crisis dentro del menemismo para disputarle a Menem la hegemonía de la conducción del Estado– Cavallo recorrió Tribunales, y no precisamente como un turista.
Perseguido por los jueces de la servilleta, denunciante de una parte mínima de la corrupción del menemismo, un Cavallo decidido a consolidar su imagen democrática todavía conservaba algo de aquel impulso cuando el año pasado pidió la renuncia de los senadores en medio de la sospecha de coimas pagadas por la reforma laboral.
Ahora otro Cavallo, el Cavallo providencial, el Cavallo superministro, necesita al Senado para gobernar y opta por el camino más corto, que en la Argentina suele ser el peor. Si el Senado es una pieza clave de la gobernabilidad, ¿por qué importunarlo? Esa es la clave de la crítica a la judicialización de la política.
La verdad es que judicializar la política destruye a la política sin mejorar la Justicia. Un caso reciente: Fernando de la Rúa judicializó la denuncia de coimas. No lideró la limpieza del Senado y, al concentrar toda solución en los juzgados mientras el Gobierno criticaba a los fiscales y Carlos Liporaci era el juez de la causa, no hacía más que condenar la denuncia al muere. Los tribunales no tienen por qué convertirse en el lugar donde se resuelven los conflictos, cuando antes la política no pudo solucionarlos. Tampoco los jueces deben ser un instrumento de persecución política. Pero Cavallo omitió un dato: Liporaci, quien perdió un tiempo irrecuperable en la instrucción de la causa, no fue precisamente un perseguidor tenaz y sanguinario de los senadores. Disimular esa realidad se parece bastante a un indulto por anticipado. La impunidad también es distorsiva.

 

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