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A 25 AÑOS DE VB “LA CANCION ES LA MISMA”, DE LED ZEPPELIN
Fiebre de sábado en el Lara

Durante once años, la sala de Avenida
de Mayo fue escenario de un ritual muy parecido al de un show en vivo. Para celebrar el cuarto de siglo, hoy y mañana se reeditará la ceremonia, con un cambio de escenario obligado.

Robert Plant y Jimmy Page en una escena del film, que era celebrado por los fieles hasta en las imperfecciones de la copia.

Por Fernando D’Addario

Por decimosexta vez, quien escribe estas líneas entrará en una sala cinematográfica para ver La canción es la misma, la película de Led Zeppelin que se mantuvo en cartel en el cine Lara (Avenida de Mayo 1221, lugar que en estos momentos se está reciclando en una sucursal del Banco Galicia) entre setiembre de 1978 y diciembre de 1989, batiendo records de permanencia, aguante rockero y tolerancia vecinal. La nueva cita, sustentada en la conmemoración del 25º aniversario de su estreno, será esta noche y mañana (21 y 23.30 hs) en el cine De la Comedia, Rodríguez Peña 1062. Lo que se verá es la versión original completa, remasterizada en imagen y sonido, un detalle nimio para los cruzados de aquellos tiempos, pero relevante en función de exigencias estéticas que se van afinando con el correr de los años.
En honor a la rigurosidad periodística, que los recuerdos se empeñan en relativizar, habrá que aclarar que no fueron quince sino diez las veces que este cronista vio la película, pero ¿quién dice la verdad en estos casos? Mucho menos en un rubro tan competitivo como el del rockero clásico, que agiganta, agrega, multiplica y deforma recuerdos heroicos a partir de una estéril puja de fidelidad militante. Debe reconocerse que La canción es la misma (The song remains the same, que fue dirigida en 1976 por Peter Clifton y Joe Massot, pero a nadie le importaba el dato) fue una de las más fértiles usinas de imaginación popular que fermentaron en la Buenos Aires de los años 80. Lucho, un esmerado ex guitarrista que aún hoy, en una parada de taxis de Palermo Viejo, se jacta de sus hazañas rockeras, asegura que durante dos años no faltó un solo sábado al ritual del cine Lara, y no hay dios que se atreva a desmentirlo. Quien haya compartido al menos un par de trasnoches con él, dejará constancia del carácter “integral” de sus jornadas nocturnas, de su ánimo –en general abúlico– que se iba agitando a medida que la tardecita del sábado se iba apagando, de su ginebrita previa “para ir calentando el ambiente”, de la renovación periódica de sus remeras zepelinescas (se le conocieron más de quince modelos que siempre lucían en primer plano la figura de su ídolo, Jimmy Page, o en su defecto su guitarra, es decir otro objeto de adoración), de su entrada triunfal, el saludo de rigor a los camaradas de trasnoche y su ceremoniosa ubicación de la décima a la decimoquinta fila, preferentemente a la izquierda. Entonces, cuando “el Gallego” (nadie corroboró nunca país de procedencia, pero para todos era el Gallego) decidía comenzar la proyección, el grupo de conjurados se entregaba nuevamente a la magia –esto dicho en sentido literal– de Zeppelin, que en extrañísima alquimia, se nutría también de la magia de ese lugar.
En ese cine Lara que sus dueños primitivos diseñaron emulando a su símil de España, una chica llamada Verónica, que sin ser fan no podía evadir la responsabilidad de acompañar a su novio los sábados a la noche, fumó su primer porro. Un debut menos inspirado en el libre ejercicio de la voluntad que en la absorción, vía ósmosis, de la humareda que se formaba no bien Robert Plant pegaba un par de maullidos bluseros. Los vaivenes del techo corredizo, que en algunas circunstancias ayudaban a descomprimir el ambiente, solían motivar, lluvia mediante, súbitos reposicionamientos dentro de la sala, generalmente en momentos claves de la película. Por ejemplo, durante el cuelgue ácido de “Whole lotta love”, instante propicio para la ingesta indiscriminada de anfetas y pastillitas de colores, pero no para mojarse como un imbécil. En “Stairway to heaven” era frecuente que la cinta fallara, pero los cortes abruptos no sólo eran festejados, sino anticipados por los iniciados en el ritual, que seguían, con mímica y ademanes, las alternativas del tema, coronando el salto fílmico con un aplauso (un auto aplauso, claro).
¿Hay una explicación para ese fenómeno? Cuesta encontrarla. Debe decirse que “eso” que pasaba allí no representaba lo que los libros de rock definen como “década del 80”: no había glamour, ni peinados nuevos ni esa elegancia gélida que contagió a chicos y chicas agrupados en distintos estilos musicales, pero uniformados bajo ciertas pautas culturales de la época. Y sin embargo, esos pibes que habían tomado por asalto el cine Lara para reproducir mecánicamente su fervor rockero, también eran “década del 80”, sólo que formaban parte de otro ghetto, menos determinante a la hora de “marcar tendencias”, por su carácter de emergente setentista. Si bien La canción es la misma se estrenó en 1978 (24 de mayo del ‘78, cerca del inicio del “Mundial de todos”), el ritual se multiplicó a partir del retorno democrático, como ocurrió con otros films rockeros (Let’s spend the night together, The Wall, Deja que haya rock), aun cuando su estreno en los países de origen no coincidiera cronológicamente. Es que en aquella época, antes de que Internet, MTV y la tan mentada globalización modelaran una sensación de simultaneidad de “lo que está pasando”, mucho de lo que en el Primer Mundo era objeto de revival, aquí, en la Argentina, constituía una suerte de presente continuo.
Cuando ya estaba por finalizar esa década, en los barrios y en los suburbios de Buenos Aires, los solos increíbles del maestro Jimmy Page, los contoneos felinos de Robert Plant, los viajes psicodélicos que se sucedían en el film, eran absolutamente “actuales”. Que Zeppelin estuviese separado desde hacía años, que el gran John Bonham ya se hubiese muerto, que inclusive el punk (el movimiento que desplazó a los “dinosaurios”) fuese un noble recuerdo, eran detalles que se diluían frente a lo verdaderamente importante: como tantas otras cosas, esa fiesta también empezaba a apagarse lentamente. Una noche dijeron en el Lara que estaba prohibido fumar, decreto que apuntaba mucho más allá de la salud pulmonar de los asistentes. Los que sobrevivieron a la prohibición comentan que allá por 1989, disimulados agentes de seguridad recorrían los pasillos de la sala, seguramente con algodones en los oídos. “Ya no hay onda”, fue una de las frases más escuchadas por entonces. Un día La canción es la misma fue levantada de cartel. Hubo que buscar otras excusas para aguantar hasta las tres de la mañana y tomarse el súper tanque de cerveza en Serafín, y hay gente que recién volvió a reencontrarse en 1996, cuando Page y Plant (en carne y hueso, algo ciertamente perjudicial) tocaron por fin en Buenos Aires. Hoy la canción no es la misma, claro, pero la cita en el cine De la Comedia puede ser un nuevo motivo de reencuentro. Ah, no fueron diez sino seis las veces que este cronista vio la película. Todo lo demás es cierto.

 

“La sabíamos de memoria”

“La vi como cuarenta veces, era sagrada, porque durante mucho tiempo fue lo único que había los sábados si querías ver música”, dice Tete, bajista de La Renga, delatando su fanatismo. “En el ‘80, ‘81, casi no había recitales de rock, y mucho menos películas rockeras. Era la salida obligada. Nos juntábamos en el barrio, en Mataderos, con el Chizzo, con mi hermano, y otros amigos, y nos íbamos para el Lara. Page, Plant, el Bonzo, eran impresionantes. La sabíamos de memoria, y siempre hacíamos lo mismo: cuando aparecía la policía la silbábamos, era como una descarga. Ahora la tengo grabada. Son esas cosas que a lo mejor no ves por un buen tiempo, pero sabés que las tenés ahí. Y para La Renga, tanto Zeppelin como esa película tienen una importancia especial. La canción ‘Los mismos de siempre’ está un poco inspirada en eso, porque el Lara era el lugar donde nos juntábamos todos los rockeros. Eramos realmente los mismos de siempre, y cuando faltaba alguno se notaba.”

 

Los otros rituales del rock

A diferencia de algunas películas emblemáticas de rock que fueron vistas en la década del 70, como Woodstock y Tommy, otras debieron esperar (por problemas de censura o por simple desinterés comercial) la llegada de la democracia. Aquí, algunos ejemplos:
Let’s spend the night together: Lo máximo para la tribu Stone. Retrata con intensidad la gira estadounidense de los Rolling Stones en 1981. Tuvo más vida útil en video que en cines, pero se recuerda su proyección “de contrabando” en el viejo Halley de la calle Esmeralda.
The Wall: Clásico de clásicos. La película de Pink Floyd (perdón, de Alan Parker) fue un ritual en el Select de Lavalle, y para muchos representó una iniciación en varios sentidos.
Deja que haya rock: Film de culto para los fans de AC/DC, las proezas de Angus Young y del fallecido Bon Scott se veían en sótanos y videobares “metálicos”. Hubo una serie de fines de semana en el Maxi, a todo trapo.
Heavy metal (universo de fantasía): Dibujitos animados basados en la revista Metal Hurlant, en un “viaje” con música de Black Sabbath, Cheap Trick y Blue Oyster Cult, entre otros.

 

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