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COMO PIENSA DOMINGO CAVALLO ROMPER EL CIRCULO VICIOSO
Crecer o explotar, destino nacional

Los mediterráneos trazaron un diagnóstico crudo: el país ya no puede hacer la plancha. Si no avanza, se hunde. Esa es la idea de la que parte Cavallo, pero no tiene asegurado el éxito.

Domingo Felipe Cavallo, el ministro de Economía de los superpoderes.

Por Julio Nudler

El ejercicio es simple. La conclusión, más bien tétrica. Consiste en suponer crecimiento cero para el 2001. Es decir, un Producto Interno Bruto como el del 2000, apenas superior a los 280 mil millones de pesos. La deuda pública, de 137,5 mil millones de dólares, equivale a más de un 48 por ciento del PIB, y sus servicios (los intereses a pagar) se llevan fácilmente cuatro puntos de ese Producto. La pregunta es entonces qué debería suceder en el bienio siguiente –es decir, los dos años que le restarán a Fernando de la Rúa en la Rosada– para que la deuda y sus servicios se mantuviesen más o menos dentro de las mismas proporciones en relación al PIB. Deberían suceder, en verdad, por lo menos dos cosas. La primera es que la economía creciera a un ritmo no inferior al 7,7 por ciento anual tanto en 2002 como en 2003. Que ello pueda lograrse parece hoy un sueño. La segunda condición es que el fisco obtenga un superávit primario (el calculado antes de contabilizar los intereses a pagar) de entre 4500 y 5000 millones por año, lo cual implica un gran esfuerzo de ajuste. La conclusión, enunciada recientemente por Jorge Vasconcelos, de Fundación Mediterránea, después de pasear un láser rojo por los números mencionados, es que la hipótesis de crecimiento cero para este 2001 planteaba en realidad un escenario imposible. En otros términos: después de casi tres años de recesión, con una deuda que ya significa más de cinco meses de Producto y una situación social y política en veloz deterioro, este año no hay medias tintas. O la Argentina crece o su economía profundiza su depresión, con una contracción adicional de su PIB, quizás en un 3 por ciento. Esta fue, detalle más, detalle menos, la composición de lugar con que Domingo Cavallo se metió en el Gobierno, diferenciándose del eclecticismo de José Luis Machinea y del excluyente enfoque fiscal de Ricardo López Murphy. Pero la conciencia de que la única salida es crecer ya mismo sólo garantiza que Cavallo lo intentará. No que va a lograrlo.
Los mediterráneos comprenden que con una economía en recesión los indicadores de la deuda se tornan explosivos, y que debiendo refinanciar los vencimientos a tasas de dos dígitos, cuando ya la hipoteca merodea la mitad del PIB, no hay manera de frenar el aluvión. Por supuesto, es la misma película de espanto que miran los mercados y catapulta el riesgo argentino por encima de los 900 puntos, 300 más que el colombiano y 500 por arriba del mexicano. Según Vasconcelos, la Argentina debe conseguir reducir la sobretasa que paga su deuda pública hasta perforar el nivel de Colombia. Pero la clave está en el diagnóstico, y éste dice que el problema de la deuda pública dejó de ser una cuestión puramente fiscal. Esto significa que no se arregla con más ajuste, porque éste sólo realimenta el círculo vicioso, agravado por factores externos, como el superdólar (depreciación del euro y del real), e internos, como la indexación de algunas tarifas por la inflación estadounidense.
La pregunta es cómo piensan los mediterráneos romper ese círculo vicioso, sin recurrir a una devaluación del peso. Parte de su estrategia ya se puso en marcha con las primeras medidas de Cavallo. Además de buscar una base amplia de apoyo político y la delegación de poderes, la creación del impuesto a las cuentas corrientes, gravando débitos y créditos, apuntó directamente a calmar la inquietud de los acreedores: el Tesoro, como deudor, se asegura plata fresca. Eventualmente, ante algún bache financiero, Hacienda podría incluso pedirles a los bancos un préstamo a cuenta de los futuros ingresos de ese impuesto, que servirán de garantía.
Otro conjunto de ideas procurará sacar la inversión del pozo. Desde Infraestructura se buscará convertir a ciertas concesiones –como la explotación de rutas por peaje– en activos líquidos, transferibles, cuyo valor de mercado premie o penalice a los concesionarios, de acuerdo a cómo hagan las cosas. Lo que Carlos Bastos evitaría es negociar inversiones por tarifas, como se hizo en la gestión Machinea, porque eso afectaría aún más la competitividad de los sectores usuarios. Lo que no está claro, sin embargo, es qué será de las indexaciones, originadas en realidad en lagestión anterior de Cavallo. Tampoco se dijo si contra la reducción a cero del arancel para importar bienes de capital, informáticos y de telecomunicaciones, incluyendo sus partes y piezas, se exigirá la disminución de tarifas.
Entre las herramientas para reactivar se destaca la intención de saldar la deuda (no documentada) que mantiene la AFIP, por unos $ 6000 millones, con empresas que ostentan saldos técnicos favorables en tributos como el IVA. En esta situación están sobre todo las que hicieron las mayores inversiones. Que el Estado se declare resuelto a devolverles todo ese dinero equivale a capitalizarlas, volviéndolas atractivas para otros inversores, locales o extranjeros. Pero la plata para esta política debe ser aportada por el blanqueo que anunció algo vagamente Cavallo, y cuyo éxito es por el momento poco probable. Para que los dueños de capitales negros se decidan a comprar con éstos un bono estatal de baja renta, y esperar cinco o seis años hasta recuperar el dinero, deben ante todo confiar en que, llegado el momento, Hacienda tendrá la plata. Y, además, sentir que corren un riesgo cierto de ser descubiertos y castigados por Impositiva y la Justicia si no blanquean.
En cuanto a cómo encarar la falta de competitividad, los mediterráneos se plantean como prioridad bajarles costos e impuestos a los sectores transables (los que producen bienes que se exportan o se disputan con los importados el mercado interno), y recién como segunda instancia la reforma del Estado. Por ahora, todo queda en el terreno de los propósitos, realizables en la medida en que la economía reaccione y la recaudación dé margen para algunas audacias.
La mayor mostrada hasta ahora por Economía fue la ruptura del arancel externo común del Mercosur, elevando al 35 por ciento el derecho aduanero para introducir bienes de consumo desde extrazona (el resto del mundo), una medida que mezcla afanes proteccionistas (sólo hasta tanto se restablezca la competitividad, aclaran los mediterráneos) con apetito fiscal. En realidad, aunque la medida puede hacerles el campo orégano a los exportadores brasileños, y también alentar el ingreso de productos reetiquetados en Uruguay o Paraguay, revela de un modo extraño la impaciencia de Cavallo con Brasil, a cuyos negociadores piensa correrlos con la opción del ALCA.
Una variable bastante desprovista dentro del esquema es el consumo, a cuyo servicio se pone, cuanto mucho, el siempre prometido empleo más eficiente del gasto social, además del anhelado cambio de expectativas de los consumidores, que impulsaría la demanda de quienes hoy tienen medios pero también miedo. Así, y aunque el mundo entero bordee la recesión, tal vez la Argentina se gane un segundo semestre diferente.

 

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