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MIAMI SE LLENO DE ARGENTINOS EN BUSCA DE TRABAJO
El gran escape

Con la plata dulce, el aluvión era por el �déme dos�. Ahora, otra avalancha de argentinos invade Miami. Son jóvenes que buscan zafar de la crisis. En Argentina podrían aspirar a trabajos más calificados. Pero allá lavan copas, estacionan autos o son albañiles.

Por Erwin Pérez
Desde Miami

Manuel Reinante tiene 25 años, es de Santa Fe y llegó a Miami el 6 de abril del año pasado, incentivado por unos amigos que le dijeron que acá había trabajo. Al poco tiempo de llegar vio que sus “socios” del barrio no estaban equivocados. Manuel, que alquila un departamento junto con otro muchacho, carece de papeles para trabajar en Estados Unidos, pero ya logró arreglárselas: en estos días trabaja como ayudante en un restaurante y gana 1600 dólares por mes. “No vuelvo a Argentina hasta que el país mejore”, comenta a Página/12, en un paréntesis de su actividad. ¿Y si Inmigraciones lo deportara?, se le pregunta. “Si me echan, por algún otro lado voy a entrar”, responde, con firmeza. Actualmente, en Miami se ven miles de casos parecidos al de Manuel. La ciudad ha sido y es un atractivo centro de turismo para los argentinos, pero en las últimas temporadas, y más vistosamente en los últimos meses, se ha convertido en un oasis para quienes escapan de la crisis argentina.
“Está viniendo gente como siempre, pero el tema es que ahora hay mucha que se está quedando”, señala, con algo de ironía, el periodista deportivo Norberto Longo, quien vive en Miami desde muchos años. “La instalación de los argentinos ha sido mayor de lo normal, están alquilando y comprando propiedades”, apunta Hernán Gleizer, un agente inmobiliario que revela que también están llegando personas de alto poder adquisitivo (ver recuadro).
El fenómeno es difícil de cuantificar debido a su complejidad –sus protagonistas, casi todos jóvenes, trabajan clandestinamente; a veces sólo se quedan un tiempo; en ocasiones se van y luego regresan–, pero es palpable en las calles. Sobre todo en las de South Beach, suerte de isla rectangular, de unas 30 cuadras de largo por 10 de ancho, corazón turístico de Miami y sede de los negocios que dan la mayor cabida a los argentinos que buscan el american dream sin “papeles”: los restaurantes.
Allí, ante la vista gorda de los dueños –que al pagar en negro se ahorran unos cuantos dólares– o con papeles falsos –un seguro social trucho cuesta alrededor de 200 dólares–, hacen todo tipo de trabajos.
Dentro de todo, se puede decir que Sandra Costa ha tenido suerte. Trabaja en un restaurante haciendo de hostess (anfitriona), saludando a los potenciales clientes que pasan frente al local, ubicado en la hermosa calle Lincoln Road. Sandra tiene 33 años, es de Avellaneda, aterrizó en Miami hace dos meses, es técnica óptica de profesión y se integró al llamativo éxodo porque se cansó de su trabajo. “En Argentina no era feliz”, sostiene, con una sonrisa triste. Dice que en Miami está contenta, aunque, como la mayor parte de quienes están en su situación, todavía maniobra con el asunto de la visa. Ella tiene visa de turista, que le impide trabajar y permanecer legalmente en Estados Unidos más de 90 días.
Juan Pablo, de 20 años, nacido de Burzaco, está en otro de los rubros que reciben inmigrantes ilegales con los brazos abiertos: el de la construcción. Trabaja en una demolición. “En Miami uno vive tranquilo, no hay problemas como en Argentina, acá hay seguridad, uno sabe que sale de su casa y va a volver”, dice. Juan Pablo comparte con su hermana un departamento de un ambiente, por el que pagan 600 dólares. “De allá extraño a la familia, a los amigos y la comida –enumera–, aunque acá igual se consigue una carne para hacer a la parrilla.”
–¿Provoca intranquilidad la falta de documentos legales?
–Trato de no pensar en eso.
El asunto de las visas es complicado. Los argentinos, al igual que los uruguayos y los europeos, tienen el privilegio de obtener una visa de turistas para entrar a Estados Unidos en forma automática cuando entran al país, pero ahí paran sus ventajas (ver aparte). Si desean quedarse a vivir y obtener el preciado certificado del social security, deben tener alguna de las visas especiales –por estudio; para establecer una empresa, por pedido de una compañía estadounidense– o casarse con una persona residente legal. Fuentes consultadas por Página/12, incluyendo al Consulado argentino en Miami, coinciden en un punto: casi todos los argentinos que vienen a hacer la América llegan completamente desinformados sobre la cuestión.
Alexis, de 18 años, no tiene que pasar dolores de cabeza con el tema. Tiene la suerte, considerada maravillosa por el resto, de “estar legal”. Reside en Miami desde 1999, vive con su hermana y obtuvo documentos gracias a un tío que es estadounidense. Trabaja como valet parking, es decir estacionando coches, otro oficio típico de los argentinos recién llegados. Y dice estar bastante contento: “Me gusta Miami porque acá puedo trabajar, estudiar, hacer deportes, comprarme lo que quiera”. El privilegiado Alexis levanta el pulgar a sus compatriotas que bregan con el inconveniente de la visa y se permite aconsejar: “Mientras no se metan con nadie les va a ir bien a todos, porque lo de los papeles se resuelve de alguna forma”.
¿Valen la pena las penurias provocadas por la falta de papeles? En términos económicos, para muchos la respuesta es afirmativa. Diego tiene 29 años, es divorciado y es de Villa Ballester, donde trabajaba en una joyería y ganaba 1000 pesos por mes. En Miami gana 2000 dólares por la misma labor y, además, se embolsa otros 1200 como mozo de un restaurante italiano. Silvia es de Flores, llegó hace cuatro meses y trabaja en el cubanísimo restaurante David’s Café. “Gano como 1500 dólares por mes”, se entusiasma, pensando que en Buenos Aires nunca hubiera llegado a esa cifra. “Me encanta Miami por su clima, por su gente, me gusta más que Buenos Aires”, expresa, convencida.
No todos los argentinos que llegan a Miami por razones ajenas al turismo tradicional adoran la ciudad. “Acá no hay cultura y las playas parecen de plástico”, se queja Mariano Sotelo, de La Plata, que con su amigo Matías Ponce ha llegado a Miami con la intención de pasear a lo hippie, vendiendo bijouterie. La idea de ambos es volar a Europa –destino de muchos que renuncian al “sueño americano”– el 24 de abril. “Esto está minado de argentinos”, añade Mariano. “Si en Argentina no tenés nada, está bien venirse, pero sino no, porque esto es muy jodido para los que no tienen papeles”, confiesa Sebastián, que está casado, tiene una hija pequeña y estuvo en Miami contratado por una empresa de computación.
Guillermo Juárez se asomó a Miami hace cinco años y, tras pasar mil y un sinsabores, “lo hizo”, o como se diría en inglés –idioma usado bien poco en la tierra de Gloria Stefan– “he made it”. Hace varias temporadas se puso de novio con una residente legal. Se terminó casando y así logró la legalidad. “Me parece que los argentinos que vinimos hace varios años veníamos más por conocer, por ganas de aventurarnos, pero ahora llegan por necesidad”, reflexiona. Guillermo, que es estudiante de teatro y trabaja en un restaurante, subraya que la invasión argentina a Miami tiene un alto componente democrático:
–Acá no importa lo que cada uno hacía allá, acá somos todos iguales.
Enrique Kogan, empresario de medios periodísticos y publicitarios, hace observaciones algo más sombrías. Sostiene, por ejemplo, que los argentinos que se establecen en Miami no se congregan en áreas, como los colombianos o peruanos, porque “son desunidos”. Sin tener pruebas, Kogan, llegado a Estados Unidos hace dos décadas y dueño de la revista Conexión argentina, reprocha también una supuesta holgazanería a sus compatriotas. A través del empresario se ha obtenido una de las grandes pruebas del constante aumento de la población argentina de Miami: Kogan organiza un festival de corte nacionalista que convoca a alrededor de 10.000 personas.
Norberto Longo, que por su labor en la televisión se ha convertido en uno de los argentinos más famosos de Estados Unidos, señala que es comprensible que lleguen argentinos en busca de un mejor futuro, pero admite que “están jodidos por lo de los documentos legales y porque, además, estamos en una época de contracción de trabajo en este país”. No obstante, el periodista, que en los 70 fue jefe de prensa del gobernador peronista Victorio Calabró, se muestra comprensivo con lo que llama “invasión”:
–La situación es dolorosa, pero entiendo a este montón de muchachos que vienen a probar suerte y a trabajar en cualquier cosa porque el actual gobierno argentino les ha hecho perder las esperanzas –observa–. Y, entre poético y ácido, completa: “Ellos prefieren venir a Miami y morir soñando, antes que quedarse en Argentina y morir sin esperanza”.

 

Entre papeles y trampas

La cuestión de los “papeles” es el gran problema para cumplir el “sueño americano”. Los argentinos no necesitan visa para entrar a Estados Unidos, pero cuando llegan reciben una, de turista y por 90 días. A partir de allí, se suelen poner en marcha distintas estrategias para sobrevivir más allá de los tres meses.
Una posibilidad es salir del país uno o dos días antes de que se venza el plazo de los 90 días. Lo clásico es un crucero por las Bahamas (por módicos 150 dólares), o un viajecito a México. Y volver a ingresar, con visa por otros 90. Aunque ahora los controles son más estrictos y ya corren leyendas de gente a la que no le fue otorgada la nueva visa. Otro clásico es volver a la Argentina, argumentar que se perdió el pasaporte y regresar a los Estados Unidos, con el nuevo documento, que estará obviamente en blanco. El premio mayor es lograr enamorar a una residente legal: basta con casarse para obtener por extensión el permiso para residir, también, en forma legal. Y, por supuesto, para trabajar. Que de eso se trata.

 

Los que llegan con plata

“A Miami no sólo llegan argentinos tirados”, apunta Mario Diament, ex director de El Cronista Comercial, que ahora es aquí un destacado profesor de Periodismo en la Universidad Internacional de La Florida (FIU). “En los últimos tiempos también se está viniendo mucha gente de cierta posición económica que quiere rescatar lo que le queda en Argentina”, agrega. Los argentinos de clase media y alta de reciente llegada a Miami se ubican en lugares como Bal Harbour, unos tres kilómetros al norte de South Beach. Allí, donde hay hoteles muy concurridos por argentinos y una docena de negocios que venden comidas típicas, residen, por ejemplo, el dúo Pimpinela y Bernardo Neustadt. Según Hernán Gleizer, los argentinos de recursos altos que integran la avalancha miamense “son profesionales exitosos, doctores, comerciantes que nunca pensaron en vivir fuera de Argentina, pero, debido a la crisis, están viendo la posibilidad de adaptarse a vivir acá y hacer inversiones”. ¿Cuánto vale una casa o un departamento de cierta comodidad en Miami? El especialista en venta de inmuebles, que trabaja en la empresa Remax Bestseller Ralty, asegura que los precios para este tipo de lugar fluctúa entre los 100.000 y los 150.000 dólares.

 

Una invasión sin números

Lo de las cinematográficas razzias con inspectores del gobierno estadounidense irrumpiendo en restaurantes para detener a los trabajadores latinos ilegales se ve poco y nada en Miami. La gente que trabaja en esta ciudad sin contar con los correspondientes documentos tiene una relativa tranquilidad en ese sentido. “No sé cuántas inspecciones hemos hecho últimamente”, sostiene ante Página/12 María Elena García, vocera para el sur de la Florida del Servicio Nacional de Inmigración de Estados Unidos.
Lacónica, la funcionaria explica que los agentes de la temida institución actúan “cuando reciben información de que en cierto lugar hay trabajadores ilegales”.
–¿Cree que las crisis económico-sociales de los países latinoamericanos incentivan la inmigración ilegal?
–El Servicio de Inmigración no está en situación de discutir la situación económica de ningún país.
–¿Sabe cuántos argentinos trabajan ilegalmente en Miami?
–Eso no se sabe, si no esas personas no estarían aquí –responde, sin perder un toque de amabilidad.

 

Siguiendo a Saviola

Distintos cálculos hacen pensar que en Miami y en zonas aledañas tienen residencia fija, con la correspondiente documentación, aproximadamente 100.000 argentinos. Están desparramados entre Miami Beach (South Beach, Bal Harbour) y lugares más populosos como Kendall, situado en la zona sur. A primera vista no se hacen notar demasiado, sólo se “identifican” cuando hablan, por el acento. Se han integrado bastante al resto de la sociedad, aunque no pierden sus costumbres gastronómicas, centradas en el mate y el asado. No hay argentino que no arrugue la frente cuando se habla de pizza, que en Miami es mucho menos sabrosa que “la de allá”.
Los diarios y revistas llegan a ciertos almacenes y restaurantes estratégicos. Los argentinos tienen un buen punto de contacto con su cultura popular a través del Canal 41, que es propiedad de Omar Romay y transmite, de lo más campante, programas argentinos como “El show de Antonio Gasalla”, “Rompeportones” y películas argentinas de los 40. Los hombres se trenzan, con un comprensible aire de superioridad, en conversaciones futbolísticas con hondureños o venezolanos. Y, cómo no, siguen con pasión las aventuras de Riquelme, Saviola y Gallardo.

 

CON O SIN PAPELES, ARGENTINOS QUE SE ESCAPAN
El largo camino a Canadá

Algunos se pasan la noche entera haciendo cola en la puerta de los consulados y tienen que superar una experiencia kafkiana de trámites y papeles para conseguir su pasaporte de ciudadanos del primer mundo. Otros, en cambio, buscan un camino más corto. Como los más de 2000 mendocinos que en octubre del año pasado fueron puestos en evidencia en Canadá, después de haber pedido asilo en ese país como refugiados políticos truchos. De todos modos el intento –por ahora– tuvo éxito y los falsos perseguidos están viviendo actualmente en Canadá. Más aún: el ex policía de la Federal Carlos Cangemi, principal sospechoso de llevar adelante la turbia operación –por la que se cobraba hasta 1000 dólares por gestionar un pasaporte–, quedó sobreseído por falta de méritos.
La oleada inmigratoria de argentinos en varios de los países más desarrollados no es una novedad. Las largas colas en los consulados de Italia y España son sólo una muestra de la gente que busca otros horizontes. Hay otros que evitan los trámites y emigran ilegalmente, corriendo el riesgo de ser deportados o encarcelados, además de sufrir las consecuencias de ser un indocumentado en un país del primer mundo: trabajos mal pagos y dificultad para conseguir vivienda, entre muchos otros problemas.
El caso de los refugiados truchos en Canadá pone en evidencia los denodados intentos para poder conseguir residencia legal. El trámite había sido realizado por una organización –aparentemente liderada por el ex policía Cangemi– que se ocupaba de enviar gente a Canadá en calidad de refugiados políticos, aprovechando que en ese país la legislación otorga más de un año de gracia al inmigrante para demostrar que llegó por razones políticas. Se calcula que hasta octubre del año pasado unos 2500 mendocinos entraron de ese modo. Cuando se descubrió la truchada, se especuló con una deportación masiva, que finalmente no ocurrió: los argentinos ya pasaron el crudo invierno canadiense y no volvieron a Mendoza.
En Nueva York también crece considerablemente el número de residentes argentinos, en su mayoría ilegales. Son casi todos hombres que dejaron sus familias atrás con la ilusión del progreso económico. Un gran porcentaje sólo consiguió changas en las que ganan 4 dólares la hora, una paga muy por debajo de la mínima, que perciben por carecer de papeles. Por trabajar de lavacopas en un restaurante, por ejemplo, se pueden llegar a ganar 1600 dólares mensuales, lo que parece una cifra suculenta. Pero en la gran manzana no representa demasiado: solamente por el alquiler de una pieza compartida se llegan a pagar 100 dólares semanales.

Producción: Hernán Fluk.

 

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