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PANORAMA POLITICO
Por J. M. Pasquini Durán

LIBRES

Aunque en actos separados, las tres centrales sindicales argentinas coincidieron en movilizarse en contra de la iniciativa norteamericana de la Asociación de Libre Comercio de las Américas (ALCA), para lo cual contaron con la adhesión y la presencia de representantes de entidades similares de Estados Unidos (EE.UU.) y diversos países de América latina. El secreto de las negociaciones para implantar esta integración abierta contribuyó a levantar las suspicacias populares, irritadas además por el simple sentido común, ya que la disparidad de los posibles asociados –la región más injusta con la mayor potencia del mundo– preavisa de sus posibles consecuencias. ¿Cuál podría ser la mayor ventaja relativa que pueden ofrecer los países latinoamericanos? Sin que sea la única, una de las principales es mano de obra barata y disponible, con más desempleo. La experiencia mexicana en el Nafta, en sociedad con EE.UU y Canadá, según los estudios de la CTA, significó la pérdida de un millón de puestos de trabajo. “Para decirlo de la forma más dura –escribió el reputado académico Lester Thurow–, el capitalismo es perfectamente compatible con la esclavitud. El sur norteamericano tuvo un sistema semejante durante más de dos siglos. La democracia no es compatible con la esclavitud” (“Democracia versus mercado”, en El futuro del capitalismo).
A pesar de las diferencias que los separan, los líderes de las dos CGT y de la CTA también coincidieron en sus discursos en atribuir a la influencia norteamericana la persistencia de los sucesivos gobiernos en aplicar el modelo económico ultraconservador, conocido como fundamentalismo de mercado, que provoca desorbitados costos sociales. Las críticas alcanzaron al ministro de Economía, Domingo Cavallo, incluso de Rodolfo Daer, devenido en enérgico antiimperialista para la ocasión, y de Hugo Moyano, que hace pocos días levantó una huelga calificando al nombramiento del ministro como “una nueva esperanza” en la sociedad. Ni qué hablar de los cánticos entonados por los movilizados que, a lo mejor, no saben el detalle de ALCA pero están dispuestos a aprovechar cada oportunidad para desahogarse contra el gobierno nacional. Esta legítima impaciencia de los que sufren está derritiendo las expectativas abiertas, sobre todo en napas de la clase media, después de la caída de López M. y el ascenso de Cavallo.
Los jefes políticos de la Alianza siguen sin hacerse cargo del hartazgo popular, sea por insensibilidad, por estupidez o por la lógica cerrada de los mercados. Es la lógica apocalíptica y resignada que induce al ministro de Economía a proponer “yo o el caos” o a Chacho Alvarez a afirmar que las únicas opciones disponibles ahora son “Cavallo o el default”, sin conservar siquiera la prudencia de los mismos mercados que miran y esperan, pero sin arriesgar el propio dinero ni bajar los índices de esa sensación térmica que llaman “riesgo–país”. Idéntica lógica hace suponer al presidente Fernando de la Rúa que ganará simpatías públicas por entrevistar futbolistas y modelos o por acceder a los recintos laborales de Juan Pablo II, pero éste recolecta más simpatías con su mensaje ritual sobre el drama de las sociedades injustas debido a que parece atender las preocupaciones populares de la Argentina. Ninguno de esos mismos líderes partidarios, a un mes de la reunión de presidentes en Quebec para decidir sobre el ALCA, tampoco dicen algo sobre el asunto, como si no fuera asunto de ellos.
Por cierto, en la experiencia del Mercosur, los políticos y los sindicalistas han ocupado un segundo plano desde que los “mercócratas” se hicieron cargo del proceso integrador. Que las dos CGT y la CTA hayan asumido el tema como propio es un cambio en la calidad y cantidad de la politización de este mercado común sureño, al que las mayorías populares observan sin los prejuicios ni los rechazos que despierta el proyecto norteamericano. Esa excitación gremial por la mancomunidad comercial está influida, sin duda, por los apuros derivados de la evolución interna de estos países, que en el caso argentino es pura y sencilla depresión económica después de tres años largos de caída generalizada. Otro elemento influyente hay que encontrarlo en las derivaciones del reciente Foro de Porto Alegre, que fue un momento de síntesis regional del movimiento internacional que se ha expresado desde Seattle hasta Praga, cada vez que los poderosos del mundo se reúnen en tertulia para decidir sobre el futuro de pueblos y naciones. Por fin, comienza a asomar en la conciencia social el vaticinio que hace cinco años hizo el mexicano Carlos Fuentes: “Algo se ha agotado en América latina: los pretextos para justificar la pobreza”.
En la poblada agenda de esta semana dirigida a examinar las razones de la oposición al ALCA, incluidas las movilizaciones, no aparecieron con la misma prioridad que en Europa los cuestionamientos al capitalismo como sistema, dado que en esta región las reivindicaciones son de supervivencia más que de elección global. De todos modos, apenas la región se pone en marcha reaparecen los antiguos sentimientos del auténtico antiimperialismo, contradiciendo a los discursos finalistas de la historia y a los desalientos ideológicos que se habían encargado de archivarlos junto con los valores arcaicos. El depositario privilegiado de esos sentimientos, sin importar las banderas de origen de las empresas privatizadas de servicios ni de los especuladores financieros, es EE.UU, porque las antiguas tensiones y las desconfianzas entre el tiburón y las sardinas siguen ahí, sin resolverse desde el comienzo mismo de estas naciones. A comienzos del siglo XIX, las nuevas repúblicas sudamericanas esperaron doce años por el reconocimiento de Washington. Desde entonces las relaciones entre el norte y el sur del Río Bravo escribieron la historia de relaciones difíciles en la puja de la voluntad expansionista contra la defensa de la integridad de estas naciones.
Cuando James Monroe, en 1823, enarboló el principio de “América para los americanos”, en abierto desafío a la competencia británica, el secretario de Estado John Quincy Adams confirmó el sentido del pronunciamiento: “Resultó inseparable de la expansión continental de los Estados Unidos...: fue la voz del destino manifiesto”, aseguró. Antes, en 1786, Jefferson temía que España no pudiera retener sus dominios “hasta que nuestra población sea lo suficientemente numerosa como para ganarlos trozo por trozo”. Y Clay soñaba en 1811 con “la expansión de los EE.UU. sobre el continente americano desde el Artico hasta América del Sur”. “Está en el destino de nuestra raza”, decía en su mensaje de enero de 1857 el presidente Buchanan, [...] “y nadie podrá detenerla”. En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels explicaron a su modo el expansionismo capitalista: “El sistema burgués resulta demasiado estrecho para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo remonta esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción violenta de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos”. A su tiempo, desde Buenos Aires, Roque Sáenz Peña lo diría en sus propios términos: “La felicidad de los Estados Unidos es la institución más costosa que pesa sobre el mundo”.
Mucho ha cambiado el mundo en el siglo XX, sobre todo en su último cuarto. Sin embargo, subsisten algunos problemas sustanciales a través del tiempo y de las transformaciones. Entre otras, estas dos: 1) La injusticia social en América latina es la más infamante del mundo, y 2) Aumentó el peso específico de EE.UU. en la región y en el mundo, mientras persistió la idea del “destino manifiesto” en la percepción internacional de sus intereses y grupos predominantes. Encima, en los últimos veinticinco años las clases dirigentes han sido ganadas por el “pensamiento único”, una arquitectura de creencias que intenta demostrar, contra toda evidencia, que no hay opciones alternativas a la situación establecida. El coordinador del Instituto Interamericano para el Desarrollo Social (Indes/BID), Bernardo Kliksberg, demostró con todo rigor “diez falacias sobre los problemas sociales de América latina” que están contenidas en las teorías que inspiraron a los economistas y gobernantes de “los mercados” durante la última década de Argentina.
En resumen, las enumeró así: I) “Negar la gravedad de la pobreza”, II) “No considerar la irreversibilidad de los daños que causa”, III) “Argumentar que sólo el crecimiento económico solucionará los problemas”, IV) “Desconocer la trascendencia del peso regresivo de la desigualdad”, V) “Desvalorizar la función de las políticas sociales”, VI) “Descalificar totalmente a la acción del Estado”, VII) “Desestimar el rol de la sociedad civil y del capital social”, VIII) “Bloquear la utilización de la participación comunitaria”, IX) “Eludir las discusiones éticas” y X) “Presentar el modelo reduccionista que se propone, con sus falacias implícitas, como la única alternativa posible”. Kliksberg aconseja “buscar caminos diferentes para enfrentar y superar estas y otras falacias semejantes”, porque ellas “no sólo no ayudan a superar la pobreza y la desigualdad, sino que con frecuencia las refuerzan estructuralmente” (Síntesis/20, de Fuali).
Los argumentos son de peso y lo son más todavía cuando se los contrasta con los datos de la realidad. En América latina, afirma la Cepal, la tercera parte de los chicos menores de dos años de edad sufren de severos problemas de deficiencia alimenticia. Según la OIT, en la región trabajan veinte millones de menores de catorce años y la desigualdad en la distribución de la riqueza determina que el 10 por ciento más rico ofrece a sus hijos un mínimo de trece años de escolaridad, mientras que el 30 por ciento con menores ingresos apenas llega a cuatro o cinco años, con altos índices de repetición y deserción. Habría que agregar a las falacias enumeradas esa otra que presupone que el ingreso irrestricto a la universidad es el problema central de la educación en Argentina, cuando el 45 por ciento de los chicos en el país están por debajo de la línea de pobreza. Las condolencias de Carlos Menem eran para los niños ricos con tristeza y las de su sucesor para los chicos on line. ¿Cuánto más tendrán que esperar esos flaquitos iletrados, panzones muchas veces de tanta hambre acumulada, con ojos grandes para que les quepan los tristes asombros por vidas sin sentido, para que alguien los indulte de esa infame condena que nunca merecieron?


 

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