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DEBATES
Por Jorge Luis Bernetti *

PENSAR LOS’70
Hacer la historia, escribir la historia

De qué discutimos cuando hablamos y escribimos de los ‘70? De temas muy diversos, pero casi todos apretamos los dientes por las cosas pasadas veinticinco años atrás. Se la llama, en muchas ocasiones, una discusión política y no una escritura de la historia, como si ese pasado estuviera vivo. Y ello es así porque en una determinada manera continúa de pie. Y sin embargo, el pasado está también y sobre todo muerto. No podemos cambiar los hechos, cambiamos la escritura de la historia.
Sobre este desafío escribió en un campo de concentración nazi del que no saldría vivo y con la sencillez del sabio el historiador francés Marc Bloch: “En una palabra, un fenómeno histórico nunca puede ser explicado en su totalidad fuera del estudio de su momento. Esto es cierto de todas las etapas de la evolución. De la etapa que vivimos como de todas las demás. Ya lo dijo el proverbio árabe antes que nosotros: ‘Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres’. El estudio del pasado se ha desacreditado en ocasiones por haber olvidado esta muestra de sabiduría oriental”.
Los ‘70 en la Argentina fueron una revolución frustrada, una revolución derrotada. No se gana para la historia despolitizando hechos, ocultando sentidos, mutilando identidades, condenando a los vivos, mitificando a los muertos. El deber de la construcción de la historia es el más amplio: tratar de diseñar el sentido político total de aquel “tiempo” de Bloch.
Una revolución fracasada en la América latina de los ‘70 remite a la única y todavía persistente revolución triunfante en la región: la Revolución Cubana. ¿Por qué una de esas dos revoluciones se encarnó y la otra fue derrotada? Un dato fuerte a discutir es la violencia de los ‘70: ¿Fue opción legítima, eficaz y astuta en el Caribe y locura exasperada en el Río de La Plata? ¿Qué tan militarista fue la Revolución Cubana y qué tan política se asumió la Revolución en la Argentina?
Diversos marxistas han criticado el uso de la violencia en los ‘70, como si la “vía” fuera válida en los mares supra ecuatoriales e improcedente en las sociedades sub-ecuatoriales. Otros, también marxistas, creen que el denostado populismo de la organización montonera fuera la culpable –ideológica– de una derrota catastrófica. Por último, populistas amontoneros de ayer o de hoy descalifican tanto el ejercicio de la violencia como el conjunto del comportamiento político de sus criticados, aunque por razones diferentes a las que se asientan en la Vulgata marxista.
En Cuba, la dirección del proceso político revolucionario estaba militar y políticamente conducida por el Movimiento 26 de Julio (M-26-7), fuerza hegemónica del proceso que terminó por unificar bajo su dirección a las otras formaciones insurgentes y a las meramente opositoras.
En la Argentina, la fuerza militar de la Revolución estaba dividida pese al hegemonismo montonero, que la compartía con formaciones marxistas ortodoxas. Políticamente, Montoneros (populismo y marxismo heterodoxo) competía en el marco del peronismo y también con su conducción “estratégica”.
En Cuba, el Movimiento 26 de Julio era también puro extracto de populismo rebelde, militancia juvenil del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). La Ortodoxia fue la escisión de izquierda del poderoso partido Auténtico, el movimiento populista de los anos ‘40. Fidel, de trayectoria en el movimiento estudiantil universitario, asumió un liderazgo vacante por el suicidio de Eduardo Chibas, su carismático lider. Montoneros, en cambio, nunca pudo desplazar la conducción de Perón.
El ataque al cuartel Moncada, responsabilidad de Fidel, fue expresión, diríase años después, y también entonces, de un “foquismo aislado de las masas”. Pero esa catastrófica derrota militar despertó la admiración de un amplio sector del pueblo cubano frente a una dictadura represiva como la de Fulgencio Batista. La legitimidad del combate contra esa dictadura esperpéntica permitió a Fidel Castro encabezar exitosamente una lucha política y militar claramente vinculada con las mayorías, más allá de fracasos tácticos tanto pacíficos como castrenses.
Castro fue, al mismo tiempo, nuevo líder del movimiento nacional democrático, jefe militar destacado de la resistencia armada a la dictadura y flexible compaginador de alianzas, frentes y articulaciones con un enorme abanico de fuerzas políticas cubanas.
En la Argentina, el “foco militar” luchó dentro y fuera del peronismo, pero nunca pudo ser el centro del movimiento nacional, sino una parte. Notoriamente se destacó al apoyar las reivindicaciones democráticas que encarnaba el peronismo y su consecuencia directa: el retorno de Perón al país.
El socialismo cubano constituyó una excepcionalidad política en América latina. La lucha armada argentina fracasó, en términos sustantivos, por razones políticas, del mismo modo que la cubana triunfó por las mismas causas.
Parece difícil poder adjudicar de manera excluyente a las conductas personales, a las profundidades psicológicas de los jefes, a las condiciones ideológicas de los militantes y al uso del método militar, la exclusiva responsabilidad de una derrota.
En la Argentina del ‘73 en adelante se produjo la catástrofe que adviene cuando un cambio social radical fracasa: el poder reaccionó con el salvajismo de los propietarios aterrados y ejecutó el genocidio.
La proscripción del peronismo, enlazada con la vigencia del conjunto del aparato represivo, rematada en la dictadura de Onganía-Levingston-Lanusse (1966-1973), justificó la articulación del conjunto de medios pacíficos y violentos para la instauración democrática. El combate político-militar de los ‘70 poseía legitimidad para sentar las bases de aquélla. Más allá de esos marcos empezaba otra partida.
La sociedad argentina necesita elaborar una explicación política del fracaso de la revolución derrotada, una debacle que sobrevino por la incapacidad para entender que el dilema a develar a partir de mayo de 1973 era el de la democracia, no el del socialismo.
La “larga marcha” del pueblo argentino se dirigía hacia la democracia. Nada menos. Y todavía no ha terminado.

* Profesor de la UNLP y de la UBA.


 

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