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OPINION
Balada para un loco

por Por Julio Nudler

Cavallo está loco? La insidiosa pregunta ya comenzó a rodar. Dos diarios de negocios mencionaron ayer la cuestión. Uno de ellos, Ambito Financiero, publicó en tapa que entre gobernadores justicialistas se especuló que �Cavallo está demente�. En BAE, a su vez, se hizo referencia, en la sección Escenario, a �la supuesta locura que le atribuyen los economistas de la ortodoxia� al ministro de Economía. Como para completarla, desde San Pablo llegaban fotos de un Cavallo exaltado, con los brazos en alto, disertando con vehemencia ante empresarios brasileños. En su acelere, un día llega al borde de trompearse con el canciller uruguayo, y otro califica de delirantes o miopes a economistas u operadores que no comparten su fervoroso optimismo. Pero la verdad es que éste es el Cavallo de siempre. El que hace años llamó �chupamedias� a Enrique Ruete Aguirre, del Consejo Empresario Argentino, o �impotente� a Aníbal Ibarra. 
La supuesta locura del cordobés puede leerse bajo dos claves diferentes. Una se alimenta de su conducta, de sus reacciones paranoicas, de su desmesura, su exorbitancia. Cualquiera sabe, al escuchar sus consejos o sus proyecciones, que lo mejor es creerle una cuarta parte, a lo sumo. A veces esos pronósticos aventurados se convierten en decisiones peligrosas, como la de atar el peso a la cesta dólar-euro, cuando no puede descartarse que eso agrave la sobrevaluación de la moneda. Hasta a los economistas más cercanos a Cavallo les cuesta a veces entender por qué toma ciertas medidas, y se esfuerzan por interpretar su pensamiento.
Pero Cavallo no sólo �está loco� por cómo se comporta. Otra razón para que se hable de su presunta insania radica en su heterodoxia, su rareza en medio de una corporación de economistas forjados en el molde del pensamiento único, identificado con la �cordura�. Cuando Fernando de la Rúa designó en Economía a Ricardo López Murphy, todo el mundo sabía de antemano el programa que éste intentaría aplicar, y también que le sería imposible hacerlo. Ambas predicciones se cumplieron, pero nadie sostuvo que López Murphy estaba loco por ignorar a tal extremo la realidad. 
El conjunto de anuncios que lanzó Cavallo desde su asunción no responde, en varios puntos, al libreto preestablecido por los liberales: liberó encajes bancarios, reemplazó dólares por un bono en las reservas, subió aranceles para la importación de bienes de consumo, omitió cortar gasto público, prometió políticas sectoriales activas. Además maltrató (de palabra) a los banqueros, y hasta en Brasil les recordó a los ricos que fueron ellos quienes vaciaron las reservas antes de la devaluación del real. Nada de esto convierte a Cavallo en un economista antisistema, ni en un auténtico transgresor, pero sobra para que los consultores del establishment lo tilden de piantao, piantao, piantao.


 

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