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OPINION
Ya era Gardel
Por Carlos Polimeni

Además de haber inventado el tango cantado, Carlos Gardel inventó la figura del cantor nacional. Gardel cantaba de todo: tangos, milongas, valses, rancheras, cuecas, fox trot, canciones. No lo hacía por pura intuición, es de suponer. Debía haber una tesis, una idea básica detrás de su amplitud. Gardel empezó cantando tangos en lunfardo ��Mi noche triste� es un ejemplo clave� pero cuando fue el Gardel eterno como un Dios o como un disco, según el poetas Humberto Costantini, cantaba en un castellano que cualquier hispanoparlante podía entender. Basta escuchar �El día que me quieras�, �Volver�, �Sus ojos se cerraron� , �Mi Buenos Aires Querido� o cualquiera de sus grandes éxitos para comprender porque lo entendieron y lo aman en Cuba, en Colombia, en Venezuela, en docenas de ámbitos dónde nadie sabe que es un jailafe o una percanta, pero queda claro que significa la imagen de las nieves del tiempo plateando una sien. Nacional �hay amor por Gardel distribuido a lo largo de todo el país� y universal, al menos en los dominios de la lengua castellana, Gardel cantaba como los dioses, acaso como nadie más haya cantado en el terreno de la música popular del Tercer Mundo. Gardel, que seguramente era francés, murió en 1936. Todo el mundo sabe que a medida que pasa el tiempo, y pasan los cantores, cada día canta mejor.
Es difícil encontrar en la Argentina de los últimos veinte años alguien que sintetice mejor la figura de cantor nacional que León Gieco. Este campesino astuto con sangre de inmigrantes italianos, que lleva treinta años en la ruta, se construyó como una especie de noticiero musical, un artista con zapping propio, que puede saltar del rock a la baguala, del blues a la chacarera, de la zamba al chamamé, del huayno al tango, del campo a la ciudad, sin perder en el camino encanto y credibilidad. León es en la Argentina profunda un hombre casi reverenciado, que camina por las calles como un Garrincha progresista �no faltan los supersticiosos que le piden milagros, incluso� y siempre tiene tiempo para atender a los que necesitan de su apoyo. En el interior argentino, hace tiempo que León es Gardel. En Buenos Aires, una ciudad que ama, pero de la que a veces tiene ganas de huir, León ha logrado, a la vez, status de figura imprescindible. Ningún músico popular tiene su convocatoria entre los pares. Ninguno tiene tanta credibilidad asentada en hechos reales. Ninguno representa mejor la figura del hombre comprometido con su tiempo, pero a la vez, comprometido con sus canciones: jamás ha sido panfletario, aunque se haya movido en realidades incendiarias. Ninguno parece tan honesto consigo mismo, incluso a la hora de los errores. León no canta como Gardel, está claro como el agua. Pero León piensa cada día mejor.
Ha actuado en el Carnegie Hall con el mismo gesto de hombre agradecido con que ha actuado en Eldorado, Misiones. Ha llenado estadios y teatros en Europa con un repertorio similar al que canta en colegios secundarios del Noroeste argentino. No esconde su respeto por las Madres y Abuelos, el sub Marcos y el Perro Santillán, los que luchan y los que no bajan los brazos, los bandidos populares y los que se animan a vivir sin otra ley que su conciencia, y simultáneamente tiene la ternura de un hombre dos veces abuelo, que sabe que hay sangre de su sangre en dos pimpollos que merecen un país mejor, una flor en la ventana. Ha dicho en el programa de Marcelo Tinelli lo mismo que en un acto de las Juventudes Políticas. Conectado de piel a piel con gente cansada de ser usada por cantorcitos de contramano, se ha erigido sin quererlo, pero sin hacerse a un lado, en un símbolo.
León ya era Gardel, antes del premio. Un premio parece necesario cuando viene a confirmar lo que el mundo ya sentía.


 

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