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UNA ESCUELA PROVINCIAL SIN ALUMNOS POR LA FALTA DE SEGURIDAD
El día de la rebelión de los padres

Tras los episodios violentos y las armas en la escuela, los padres acordaron no enviar a sus hijos hasta tener garantías.

El patio fue clausurado después de que una banda ingresara con armas el viernes pasado.

Por Alejandra Dandan

No hay lugar más justo para decirlo. “Por el medio en el que viven, los pibes desarrollan un desprecio absoluto por la vida; no tienen nada por qué vivir.” Dante Alfaro es el vicedirector de la Escuela 168, en La Matanza, uno de los colegios del conurbano que desde el viernes clausuró el patio de juegos por el miedo despertado tras una sucesión de armas aparecidas en la escuela. Ese día, dos chicos del barrio se metieron con un arma para resolver un problema entre bandas. Una denuncia movilizó a un patrullero y por el pánico, uno de ellos se arrojó desde la planta alta. En un baño, la policía descubrió el revólver, detonante para la movilización de 200 padres que ayer decidieron en una asamblea no enviar a sus hijos a clase hasta que se resuelvan las medidas de seguridad. Ese reclamo fue dirigido a la Dirección de Escuelas bonaerense que hasta ayer tenía demorados tres subsidios para cerrar muros y alambrar el perímetro exterior. Durante la tarde, la provincia anunció el envío de los 7.500 pesos con los que, supuestamente, los chicos podrán volver al patio.
Ninguna de las autoridades de la escuela Jorge Luis Borges, de Ciudad Evita, piensa en la construcción del cerco como paliativo absoluto de un problema que es reflejo directo de una situación social demasiado crítica. En torno al edificio de la calle 400 y avenida Central se extiende uno de los barrios periféricos más importantes de la zona. Desde allí mismo llegan la mayoría de los mil alumnos de la escuela, de entre quienes salen los indicadores de desocupación, denuncias por violencia familiar, ausentismo y abandono manejadas por los directores del Borges.
Es en esta trama donde se busca, a pesar de todo, el subsidio para cerrar el patio. Para cancelar aunque sea por unas horas esa espesura de violencia por la que Alejandra Soulez, la directora, lleva hechas 17 denuncias a la comisaría 9 del barrio. Las denuncias, contabilizadas en una por semana durante los últimos meses, exigen rondas de patrulleros y control para disuadir la estampida “en escalada” de conflictos con las bandas del barrio. Hasta el viernes, sus pedidos fueron desoídos por los responsables de la seccional por “falta de personal” y de “presupuesto para horas extras”. Soulez sin embargo ha cosechado allí un apodo que ahora alecciona a la gente del barrio: “Cada vez que la directora entra a la comisaría le dicen figurita repetida –explica una empleada, vecina de la escuela–: imagínese si así le dicen a ella, cómo nos pueden atender a nosotros.”
La escuela tiene un muro alrededor, pero una parte fue derrumbada hace unos meses. Aunque no se sabe bien los motivos de ese derrumbe, tal vez el uso consiga explicarlos. Esas aberturas se vuelven atajo para llegar a la avenida pero también sirven como pasadizo cuando se improvisan algunas fugas. Por allí entraron el viernes los dos chicos con el arma. “Como no todos los chicos usan guardapolvo, muchas veces llegan otros infiltrándose y se meten en las aulas, y estos fueron al tercer ciclo”, dice el vicedirector. Ninguno de los maestros pudo controlar la discusión ni la pelea producida en medio del aula. Por eso, Soulez resolvió pedir nuevamente intervención a la policía.
En la 168, los problemas con las armas no son ni recientes ni aparentemente posibles de resolver en lo inmediato. Y esto está claro al menos para Alfaro: “No podemos sintonizar con los códigos de los pibes, no tienen motivos para vivir y eso los hace estar en otra sintonía”. Para Alfaro, el uso de armas es una “escalada cada vez más frecuente, la semana anterior un grupo amenazó con un arma a un chico sólo porque andaba con otro grupo”. A fines del ’98, la escuela recibió una heladera de regalo. Unos días más tarde, antes de Navidad, un camión arrancó las rejas de la ventana que la protegían y a continuación se la llevaron. En esos primeros días del año, la dirección, la secretaría y el gabinete, en unas pocas horas, fueron incendiadas. De la cocina, sigue el vicedirector, se llevan constantemente las cosas, mercadería o lo que fuera. Pero también buscamotivos aunque no los encuentre: “La destrucción lisa y llana, no hay que buscarle otro sentido”.
En un rincón del patio, David espera sólo que pase el tiempo para llevarse a su hermanita de vuelta a casa. Hoy él salió más temprano por “falta de profesor”, dice mientras discute seriamente con Daniel las diferencias entre una “45, un poco más grande que la 9 milímetros” que vieron el otro día acá en el patio.
“Lo mismo que no se puede palpar a un pibe para ver si tiene un arma, tampoco se puede evitar que se escapen a los rincones para darse o inyectarse.” Por esto, para Dante Alfaro, la trama es mucho más compleja que la conquista de ese subsidio ahora prometido. Hay un tema de estructura tan fracturado como cada uno de los bloques de ese muro de mentira que divide al barrio: “Acá cuando preguntás qué vas a hacer cuando seas grandes, muchos te dicen: chorro, igual que mi tío –y agrega:– Es una cuestión de prestigio social para muchos, el parentesco con familiares detenidos. Cuando los retás, responden: Mire que tengo un hermano que hace un mes salió de Sierra Chica.”
Algo de ese futuro están discutiendo ahora David y Daniel en el patio. Se lo cuentan también a Nicolás, recién sumado al grupo. Para Daniel, la pregunta es bastante difícil. Nunca pensó demasiado en lo que sería de grande, de todos modos, podría ser profesor de gimnasia o “trabajador de la construcción como mi papá, me gusta”. Son ellos quienes invitan a conocer las escaleras donde casi nunca suben, pues las jeringas les molestan. Son ellos los que sin querer pasan por la puerta de un baño. Ahí, adentro en la parte de las nenas, “ER” dejó su mensaje. Es para Sole. Y dice:
–Cuidate Firma La Hermana de ER de 7 C.

 


 

SEIS CHICOS DE SARANDI EN COMA POR INTOXICACION
Pesticida en el almuerzo escolar

El almuerzo de los chicos de la Comunidad Educativa Nuestra Señora de Loreto, de Sarandí, se convirtió ayer en una tragedia cuando seis niños de entre 4 y 6 años quedaron en coma tras una intoxicación con alimentos. “Lo que puede haber generado este cuadro es un pesticida muy potente”, opinó por la tarde un funcionario de Bromatología de la Municipalidad de Avellaneda. Los niños de jardín de infantes y de la EGB comieron pastel de carne y de verdura: en esos platos estaba el veneno químico que les habría provocado los fuertes vómitos y las convulsiones que detuvieron ayer las clases y hasta anoche mantenían alerta a los familiares de los niños.
Era el mediodía cuando los docentes del Jardín de Infantes Pablo VI se vieron ante el cuadro de crisis que presentaban varios de sus alumnos. También le ocurrió paralelamente a un alumno de primer grado de la EGB del Instituto Riopedre, ambas instituciones pertenecientes a la Comunidad de Loreto. El séptimo intoxicado fue un hombre de 26 años que trabaja en la cocina del comedor escolar, a cargo de un concesionario. En principio, los afectados fueron llevados a los hospitales Perón y Fiorito. Una de las médicas de terapia intensiva del hospital Perón le dijo ayer a Página/12 que tres de los pacientes, todos chicos del jardín, ingresaron en coma y debieron ser conectados a respiradores artificiales. “En el mecanismo de la intoxicación se produce una alteración de los músculos, y con ello se dificulta el funcionamiento de los pulmones, tienen mucha dificultad para oxigenar”, sostuvo.
Luego del cuadro de intoxicación, los directores de Bromatología de Avellaneda, José Luis Oriana, y de Emergencias y Políticas Ambientales, Osvaldo Baqueiro, informaron ayer que el producto que podría haber tenido pesticidas es la acelga utilizada en el pastel de verdura. “Vamos a sacar toda la acelga con que estaba hecho de los comercios de Avellaneda, porque podría ser un pesticida el que originó la intoxicación”, anunciaron. Los productos extraídos de la cocina de la escuela serán analizados por Bromatología de Avellaneda y por la personal de la Subsecretaría de Fiscalización Sanitaria.
“Esto es un fatalidad, le aseguro que en 35 años trabajando en educación es la segunda vez que conozco un caso”, le dijo ayer a este diario Graciela Montes, inspectora escolar de Avellaneda, de la Dirección General de Escuelas. La funcionaria seguía de cerca el estado de los niños que tras ser atendidos en los hospitales de la zona fueron derivados al Sor Ludovica de La Plata y a la Clínica Suizo Argentina y Bazterrica, de la ciudad de Buenos Aires. “Fueron 66 los chicos que almorzaron en el comedor y de ellos, todos los que no presentaban síntomas también fueron revisados por los médicos del Fiorito”, informó. Por la noche sólo tres de los intoxicados continuaban con respiradores y un tratamiento destinado a combatir los efectos de un pesticida.

 

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