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“MASTROPIERO QUE NUNCA” Y “LES LUTHIERS HACEN MUCHAS GRACIAS DE NADA”
El retorno de la bella y graciosa moza

A partir de mañana, Página/12 ofrece a sus lectores los primeros discos que el grupo registró en vivo en el Teatro Coliseo, y con los que inició su definitivo despegue hacia el estrellato que se mantiene hasta hoy.

Por Eduardo Fabregat

En el principio era un bass pipe a vara, expuesto sobre el escenario como un bruñido auto último modelo. Y la profunda voz del locutor decía: “Usted, usted que frecuenta el éxito como una costumbre más. Usted, que triunfa con la misma naturalidad en los negocios y en los deportes más exclusivos. Usted, que está habituado a que los hombres lo respeten y las mujeres lo admiren. Usted, ¿nos puede decir cómo hace?”. La “Obertura” de Mastropiero que nunca no era lo primero que se escuchaba del grupo en el escenario del Teatro Coliseo, pero sí sería la primera canción en ser registrada en vivo. En ese fin de la tormentosa década del 70, Marcos Mundstock, Daniel Rabinovich, Carlos Núñez Cortés, Jorge Maronna, Ernesto Acher y Carlos López Puccio pusieron a consideración del público un par de espectáculos que, sin desdén de notables puestas anteriores (Recital 73, Viejos fracasos) y posteriores (Luthierías de 1981, el mismo Todo por que rías que encara su tercera temporada a partir del viernes 18) muchos consideran como las mejores perlas de su carrera. Mastropiero que nunca I y II y Les Luthiers hacen muchas gracias de nada, los tres volúmenes que Página/12 ofrece a sus lectores a partir de mañana, se convirtieron con el tiempo en la piedra angular de la consolidación de L.L. como un grupo irrepetido en todo el mundo. Pero, mejor aún, son un banquete de ese extrañísimo casamiento entre la música clásica y el humor más sutil. Les Luthiers a todo gas.
En 1977, el grupo de instrumentos informales había superado largamente el hambre de los comienzos, las jornadas de carga y descarga de equipos e instrumentos en autos completamente inadecuados y los sótanos repletos de acólitos. En ese momento su historial ya incluía nueve espectáculos en vivo y cuatro discos en estudio (Sonamos pese a todo, Cantata Laxatón y Volumen 3, ya ofrecidos por este diario, más el Volumen 4), y el nombre de Johann Sebastian Mastropiero ya era más que una contraseña pasada entre conocedores. Por primera vez, Mastropiero aparecía en el título central, para englobar un espectáculo casi perfecto.
Perfecto es ese comienzo con el “Jingle bass pipe”, pero también el chiste de “La bella y graciosa moza marchose a lavar la ropa”, cuando a Mundstock se le mezclan los papeles y el madrigal pueblerino se convierte en una pieza pornográfica en la que el “jinete de altivo porte” somete a una buena serie de tropelías a la doncella, a quien, “sin embargo, le gustó”. Mastropiero que nunca juega a gran altura con el equívoco Les Luthiers, en el que todo parece inocente y es al mismo tiempo una pieza de relojería: en “El beso de Ariadna”, Rabinovich comienza con el canto más sacro y criterioso (“Oh dolor que de mi alma te abusas, y mi pecho en un grito has abierto”) para desembocar en un desaforado clon de Palito Ortega que clama “Besame muñequita, sha la la la”. “El explicado”, una sátira al más acendrado folklore nacional, se convierte en un juego de adivinanzas que deriva en pelea (“¿No te das cuenta que son panqueques?” “Sí, panqueques de carne, van a ser”) hasta que un inesperado “Everybody!!” lleva a un final apoteótico.
Ese recurso, los luthiers desmadrados, saliéndose de la supuesta letra de Mastropiero, reaparece en pasajes como el inolvidable “La vaca”, una payada que se vuelve contienda de todos-contra-Núñez Cortés. O en la monumental “Cantata del adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras, de sus hazañas en tierra de Indias, de los singulares acontecimientos en los que se vio envuelto y de cómo se desenvolvió”, el cierre de Mastropiero que nunca en el que el grupo brilla especialmente, y en el que Don Rodrigo termina hastiándose de los comentarios del relator: “¡Oro por baratijas! ¡Qué abuso, qué trueque tan desigual! Después del canje Don Rodrigo guardó en un enorme cofre lo que había obtenido: montañas... de baratijas”, dice Mundstock, que termina apuntando que “Fundó Caracas, dijo. Acertó afundarla... y tanto acertó, que la fundó en pleno centro de Caracas... ¡que ya estaba fundada! Y no lo vio...”
Muchas gracias de nada retoma el juego a través de los desatinos verbales de “El rey enamorado” –donde un juglar debe trasladar los sentimientos de su rey en una incómoda tercera persona–, las ironías televisivas de “La tanda” (que, más de veinte años después, no perdió un ápice de actualidad: “El que piensa... pierde”) y el relato africano/neoyorquino de “Cartas de color”, donde el personaje épico ya no es Don Rodrigo sino Yoghurtu Mghé (“Su piel era tan oscura que en la aldea le decían El Negro”), el indígena que debió huir precipitadamente de la aldea “por culpa de la escasez de rinocerontes” y que intercambia correspondencia de tamboriles con el tío Oblongo, “que en dialecto swahili quiere decir ‘más largo que ancho’”. Allí, tanto como en el “Lazy Daisy” de Mastropiero, queda también comprobada la calidad musical del grupo, más allá de todo chiste: basta comprobar cómo una invocación africana a la lluvia se convierte en un dulzón bolero en sólo un compás.
La audición de Mastropiero que nunca y Les Luthiers hacen muchas gracias de nada lleva, también, a “sufrir” ciertos tiempos muertos en los que las carcajadas del público denuncian gags a esta altura difíciles de adivinar, los mismos que llevaron a excluir de la grabación a momentos de humor puramente visual como “Kathy, la reina del saloon” (Mastropiero...) y “La campana suonerá” (Hacen...). Pero también permiten un doble juego: si pasajes como “Visita a la universidad de Wildstone”, “El asesino misterioso” o “La tanda” permiten “ver” lo que relata el grupo, las pausas a las que Mundstock se ve obligado en más de una oportunidad invitan a recrear a esos seis tipos de smoking en el escenario, jugando como sólo ellos saben, plegando y desplegando el vocabulario y consiguiendo el milagro de hacer música con una tapa de inodoro o un calefón que, otra vez y para siempre, sólo podrá ser afinado cuando le abran más la caliente. Luthierías. Nunca está de más incorporar una buena dosis.

 

Algunos momentos célebres
“Parece mentira pero todavía hay madres hoy en día, en pleno siglo diecin... veinte, que todavía le dicen a sus hijos cosas como ‘Mirá nene... si no tomás toda la sopa voy a llamar al hombre de la bolsa’. Señora.... ¿Y si el hombre de la bolsa tampoco quiere tomar la sopa?” (“La tanda”, Muchas gracias...)
“Cantalicio, de joven, supo ser arriero. Después se olvidó. Endijpués se puso a vender botas de potro, pero le fue mal: la mayoría de los potros andaban descalzos. En la guerra contra los indios, durante la Conquista del Desierto, Cantalicio recorrió los fortines con su guitarra cantando, entreteniendo a la tropa. Esto le valió el agradecimiento... de los indios”. (“El explicado”, Mastropiero...)
“A continuación, un fragmento del drama Enrique VI, de William Shakenends. Escena 7ª del cuadro 3º del acto 1º. El rey Enrique VI ha rezado la novena en su cuarto, y después de unos segundos atraviesa la quinta” (“El rey enamorado”, Muchas gracias...)
“Continuando con su ciclo de difusión cultural, Televicio ofrece un nuevo aporte para la cultura del pueblo: ‘Cultura para todos’. Literatura, artes plásticas, conciertos, danza, dactilografía. Para el enriquecimiento cultural de toda la familia. Vea ‘Cultura para todos’ en su horario habitual de las tres de la mañana”. (“La tanda”)
“Después de la prueba, el reverendo O’Hara dijo que un solista como yo cantando en un coro era un verdadero desperdicio. Y que él tenía por norma deshacerse de los desperdicios” (“Cartas de color”, Muchas gracias...)

 

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