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ROGER CHARTIER Y “LAS REVOLUCIONES DE LA CULTURA ESCRITA”
“Se perfila un nuevo analfabetismo”

El historiador francés sostiene que las nuevas redes de información son un espejo de desigualdades económicas y culturales.

Por Silvina Friera

El sueño de la universalidad electrónica, de un mundo en el que la humanidad toda participe del intercambio de ideas, genera temores apocalípticos. Uno de ellos es la desaparición de la cultura del libro. Pero el historiador Roger Chartier, director de estudios de la Ecole des Hautes en Sciences Sociales y especialista en la historia del libro y de la lectura, recuerda que revoluciones como la de Gutenberg también fueron vividas como una amenaza, pero crearon oportunidades y aperturas. De visita en la Argentina, ayer presentó en la Feria Las revoluciones de la cultura escrita. “Borges creía que la desaparición del libro era imposible”, recuerda Chartier en la entrevista concedida a Página/12.
–¿Cuáles son las principales diferencias entre los hábitos de lectura que proponen el texto impreso y el electrónico?
–Con un libro impreso se puede hacer una lectura discontinua, pero lo que se impone al lector es la obra como totalidad. La lectura de un texto electrónico es aún más discontinua porque va de un fragmento a otro y lo más importante es que se trata de una lectura que pierde la percepción inmediata de la obra como tal, no hay ninguna necesidad de conocer la totalidad del libro. Los géneros textuales que se han adaptado a la forma electrónica son los que suponen una lectura intermitente como las enciclopedias o los diccionarios. La Enciclopedia Británica tiene únicamente una edición electrónica porque nadie la lee en formato impreso. Al lector de la enciclopedia no le importa la coherencia. El gran desafío del texto electrónico es cómo reconstruir dentro de esta nueva técnica criterios semejantes a los que hemos utilizado en los textos impresos.
–¿Imagina tensiones entre estos formatos?
–Hay un chiste sobre el texto impreso que dice que, si se hubiera inventado después, sería un progreso porque se puede mover muy fácilmente, no se rompe y al verlo tengo una idea inmediata de la obra que contiene. En cambio, las pantallas no tienen este tipo de méritos. Se puede romper, la lectura es más complicada cuando las pantallas son de tamaños reducidos y existe la dificultad de percibir la obra como una continuidad. Para relaciones más íntimas, la carta manuscrita marca la presencia del escritor de una forma material más directa que el texto compuesto tipográficamente o los caracteres del teclado de la computadora.
–¿Cómo afecta la revolución electrónica en la evolución del idioma?
–Hay una lengua dominante que es el inglés. La mitad de las direcciones electrónicas están ubicadas dentro de países de habla inglesa. La segunda lengua es el chino, con un 9 por ciento, y la tercera, el japonés, con un 8. Lo que define las desigualdades en el acceso a estas tecnologías es que el alemán, un idioma minoritario, es más importante que el español. El 6 por ciento de direcciones son de lengua alemana y 4 o 5 por ciento están en español. La jerarquía de la lengua es como un espejo de las desigualdades económicas, sociales y culturales. Sin embargo, el inglés que se usa en la web utiliza abreviaciones, reduce y simplifica el vocabulario. Introduce imágenes pictográficas, como los smiles, esas pequeñas caras que sonríen o se enojan. Se busca un lenguaje universal de las emociones. Hay lenguas que pierden lo que las definen objetivamente, como el francés que usa acentos, el español con los signos de interrogación o exclamación. Esta es una tendencia contra la cual tenemos que resistir.
–Entonces las generaciones futuras se van a educar con un idioma totalmente desvirtuado...
–Sí, un ejemplo es Estados Unidos. El inglés simplificado y reducido se está imponiendo entre los jóvenes. Sólo el 8 por ciento de los alumnos de los college aprenden un idioma extranjero. La pluralidad lingüística no existe más en un país en que los progresos del español no se incorporan al aprendizaje escolar. Tenemos que luchar contra esta facilidad del texto electrónico sin control, sin reglas. En nuestro mundo escribir una carta suponía cierto modo de organización y presentación del texto.
–Las ventajas electrónicas todavía pertenecen a una minoría. ¿La tendencia es hacia la democratización?
–Es la contradicción fundamental de este nuevo medio. Por un lado, suponiendo que no hay problemas económicos de acceso, la técnica permite mandar textos al mundo entero y constituir redes de intercambio. Hay una potencialidad democrática representada en el sueño de la Ilustración del siglo XVIII, de que cada uno como lector y escritor era capaz de proponer ideas, de crear. Esta visión idílica encuentra límites, porque no todo el mundo tiene acceso a estas técnicas. Los riesgos de un nuevo analfabetismo se perfilan detrás de esta desigualdad entre una minoría involucrada y una mayoría que, aun sabiendo leer y escribir, se quedaría afuera.
–El texto electrónico produce un distanciamiento entre el lector y el autor. ¿Qué opinión tiene sobre este fenómeno?
–Frente a un texto electrónico, el lector desempeña un papel que no podía desarrollar con el formato impreso, puede desplazarlo, recortarlo, reescribirlo, es una escritura que nunca se acaba. El lector está dotado de una presencia y de un poder sobre el texto que el autor debe compartir.
–¿Qué ocurre entonces con los derechos de autor?
–Si se mantienen estos textos maleables, lo que definía el derecho de autor, el carácter singular de la obra, desaparece.

 

 

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