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Un film de gangsters a la inglesa,
con un estilo juguetón y excesivo

David Thewlis y Malcolm McDowell protagonizan �El barón de la mafia�, que intenta captar la esencia de �Buenos muchachos� y �Scarface�.

“El barón...” llega directamente
a video, sin pasar por el cine.
El film está dirigido por Paul McGuigan, el de “The Acid House”.

Por Horacio Bernades

El film de gangsters a la inglesa parece vivir cierto renacimiento, impulsado sin duda por la muy buena repercusión internacional que un par de temporadas atrás tuvo Juegos, trampas y dos armas humeantes, debut del clipero Guy Ritchie antes de su enlace, en el Olimpo del Pop, con Madonna. Entre Juegos, trampas ... y la nueva de Mr. Ritchie, Snatch, que acaba de estrenarse en Buenos Aires, hubo otras manifestaciones de resurgimiento. Del otro lado del Atlántico, Stallone recordó, por si hacía falta, que no hay nadie como Michael Caine (él, mucho menos que nadie), al intentar una inútil remake de Get Carter, miniclásico duro de comienzos de los ‘70. La versión-Stallone aquí se llamó El implacable, se estrenó hace un par de meses y pasó con tanta pena y tan poca gloria como se merecía. Al nuevo emerger de las cenizas debe sumarse Gangster Number One, estrenada en su país a mediados del año pasado, que ahora el sello LK-Tel presenta directamente en video, con el título de El barón de la mafia.
“¿Saben quién acaba de salir de prisión?”, pregunta un tipo grandote y con voz de trueno, a la rueda de veteranos que se intercambia bromas en el ring side, mientras allá arriba dos boxeadores se pegan con ganas. “Freddie Mays”, se contesta, y a uno de ellos, al que hasta entonces nada ni nadie parecían capaces de borrarle la sonrisa ganadora, un rictus le arruga la cara. “Freddie Mays”, se repite para sí mismo. “El ‘carnicero de Mayfair’, el que había asesinado a un policía y al rato salió de prisión”, evoca, iniciando el largo racconto en que recordará su propia historia y la del otro, desde el momento en que ese rey del hampa londinense lo manda a llamar para convertirlo en su brazo derecho. Ya se sabe cómo son estas cosas en el mundo del gangsterismo cinematográfico, de los años ‘30 para acá: el que está en la cúspide necesita de hombres de confianza, y éstos sueñan con ocupar su lugar, a sangre y fuego.
Es, claro, el caso de este gangster number one, que ni nombre tiene a lo largo de toda la película, y de su imagen en el espejo, Freddie Mays. Está llena de espejos, el barón de la mafia. Espejos que reflejan imágenes quebradas, espejos que se parten en mil pedazos cuando un matón tira a su rival a través de ellos. Freddie Mays, gangster con trajes de alpaca italiana y zapatos a medida, es David Thewlis, uno de los grandes nombres de exportación con que cuenta el cine inglés desde su consagración en Naked, de Mike Leigh, hasta su popularización como pianista melancólico, en Cautivos del amor. El gangster Nº 1 es toda una leyenda, rescatado de una larga temporada en el infierno de la clase-B: Malcolm McDowell, el mismo de La naranja mecánica, If y Un hombre de suerte.
En realidad, McDowell es el gangster number one sólo cuando éste es viejo y recuerda. Cuando es joven y se inicia, allá por 1968, lo encarna un recienvenido llamado Paul Bettany, despiadado duque blanco del hampa. Entre ambos, a ritmo de música à go-go, The Kinks y Engelbert Humperdinck, la muñequita del caso, una belleza llamada Saffron Burrows, cantante de cabaret que despertará la feroz misoginia del protagonista. O quizá lo que despierte sean sus celos, por haberse interpuesto entre él y su amado jefe y modelo. “Buenos muchachos se cruza con Scarface”, dice la gacetilla de lanzamiento de El barón del hampa, y razón no le falta. Por supuesto que la película no está, ni lo pretende, a la altura de esos modelos. Pero es verdad que, más allá de las afinidades temáticas, en sus mejores momentos Gangster Number One coquetea con una opulencia de la forma, muy en la vena De Palma & Scorsese.
Así como al final, la película le hace un saludo a Erase una vez en América, para terminar subiéndose a las mismas alturas de Alma negra, el superclásico de los ‘40 en el que el gangster edípico de James Cagney le regalaba a la mamá un último y triunfal “¡Top of the World, Momma!”, antes de arrojarse al vacío. Lo que nadie diría, frente a este ejercicio de estilo juguetón y excesivo, es que es obra del mismo realizador de TheAcid House, en la que el realismo sucio se daba la mano con el surrealismo alucinógeno, típicos de Irvine Welsh, autor de Trainspotting, en varios de cuyos relatos se basaba. Y sin embargo, sí, no hay error posible, se trata del escocés Paul McGuigan en ambos casos. Escocés errante, que viaja de un estilo a otro, para más datos, McGuigan se inició filmando documentales para la televisión británica. Se hacen apuestas para saber con qué sale la próxima vez.

 

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