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Diablo

Por Antonio Dal Masetto

En el bar, lamento general por la situación del país.
–Estamos en una encrucijada del destino –dice uno.
–Si pudiéramos llamarlo a San Martín –dice otro.
–Yo creo que lo único que puede sacar del pozo a este país es que el Presidente haga un pacto con el diablo –dice un tercero. A la vieja usanza, que le entregue el alma a cambio de salvarnos a todos, y la República le estará eternamente agradecida.
–Sí, sí, que le meta pata y lo llame ya mismo –decimos varios.
Un sector de los parroquianos pide cautela. Es peligroso, nunca se sabe lo que el diablo guarda bajo el poncho, es taimado y los contratos que te trae tienen cláusulas con letra microscópica, esa que nadie puede leer. El es el inventor de la letra chica.
–No es tan así. El diablo no es tan astuto como lo pintan. Hay parvas de historias donde queda pagando. Sin ir más lejos, ahí está la que narra Güiraldes en Don Segundo Sombra. El herrero que vendió el alma a cambio de tres deseos y, cuando el diablo y todos los demonios vinieron a cobrar, utilizó el último deseo para que se convirtieran en hormiguitas y se metieran en su tabaquera. Después la puso sobre el yunque y le dio con la maza hasta sudar la camiseta. El diablo y sus acólitos pidieron por favor que los sacara de ahí y huyeron despavoridos. Nunca más vinieron a reclamarle nada.
–Yo tengo un caso en la familia –dice el Gallego–. Mi abuelo estaba podrido de trabajar de sol a sol y cosechar piedras. Estaba cansado de prenderles velas a todos los santos. Si no era la sequía, eran las langostas. Muerto de hambre, dijo: “Ma sí, que venga el diablo”. Inmediatamente se le presentó el maligno: “Me llamaste, andás con ganas de hacer negocios conmigo, no hay problema, querés una buena cosecha, vas a tener la mejor cosecha que hayas soñado nunca, eso sí, el 99 por ciento es para mí y el resto, para vos”. “No le parece mucho, don Mefistófeles”, dijo mi abuelo. “Tomalo o dejalo”. “Está bien, ¿qué parte quiere de la cosecha, la de arriba o la de abajo de la tierra?”. “La de arriba, por supuesto”. Mi abuelo sembró papas. El diablo se quedó con las ramitas y las hojas. Antes de la siembra siguiente apareció de nuevo: “Ahora quiero mi porcentaje de la parte de abajo”. Mi abuelo sembró trigo y el diablo se quedó con las raíces. “No se puede negociar con campesinos, prefiero lidiar con la Santa Sede”, dijo y no volvió más.
–Acá, ante sus ojos, ustedes tienen a alguien que también hizo un pacto con el diablo y salió bien parado –dice el parroquiano Philippe–. Belcebú me concedió lo que yo quería, a cambio me pidió el alma y se fue con su papelito firmado. Pero yo soy un tipo totalmente racional, no creo en el alma, así que no sé qué se llevó, me hubiese gustado verle la cara cuando desató el paquete y se encontró con que no había nada. Es medio naïf el diablo. Se fue contento el infeliz.
Ahora hay gran entusiasmo en el bar. Uno manotea el teléfono.
–¿Alguien conoce el número de la Casa Rosada? Llamemos ya mismo.
–Muchachos, no se embalen tanto, estoy completamente de acuerdo con el pacto, pero habría que avisarle al hombre que se cerciore de que se trata del verdadero ángel caído.
–Diablo hay uno solo, anda de colorado, con capa y tridente.
–No hay que dejarse llevar por las apariencias. Les voy a contar un caso. Un tipo casado con una mina bárbara, dulce, virginal, pelo renegrido, ojos verdes, 94-48-96, un metro setenta, quince años menor que él. El fulano andaba con deudas y había declarado públicamente: “Con tal de salir de esta situación sería capaz de hacer un pacto con el demonio”. Se le presentó el diablo, con olor a azufre y todo, y le dijo: “Me llamaste, acá estoy, vengo a solucionar tu problema”. “¿Qué le tengo quedar a cambio, señor Lucifer, ¿quiere mi alma?”. “No, quiero a tu mujer, tu tesoro más preciado, por toda una noche”. El tipo resistió hasta que el diablo le extendió un cheque, lo firmó y le dijo: “Vos ponés la cifra”.
–Fiero el acuerdo –decimos todos–, pero una noche pasa rápido.
–Resultó que no era el diablo, sino un vecino que se había disfrazado y el cheque más vale que era trucho. Así que, muchachos, si van a llamar al hombre, avísenle que antes de iniciar negocios con el maligno le pida que se identifique.

 

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