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Canales para adultos
La carne vs. la piel

Playboy TV ofrece erotismo bien cuidado, chicas perfectas y mucha piel. Venus muestra sexo explícito, y mucha carne. El 80 por ciento de los 250.000 abonados argentinos a canales condicionados prefiere las opciones hardcore. Y cuanto más hard, mejor.

Por Sandra Russo

Chicas desnudas con botas texanas o zoquetes de algodón blanco miran a la cámara que las recorre lentamente. Son indefectiblemente lindas y flacas, aunque algunas de ellas exhiban la marca inequívoca de las siliconas. Las standard parecen haber sido Miss Connecticut o Miss Iowa, pero también las hay latinas y orientales. Tules, gasas, terciopelos, edredones impecables sobre los que a cualquiera le daría gusto retozar. Hay filtros y lentes que embellecen las imágenes. No hay carne: hay piel. Tal es el mundo de Playboy TV. En la otra señal, el asunto recrudece: lo explícito se come la pantalla. Hay gente bella y gente a la que daría miedo toparse de noche por la calle. Gente sola, de a dos, de a tres, de a cuatro. Y esa gente hace de todo. Los cuerpos allí se exponen más allá de lo imaginable. Las cámaras exploran sus rincones, sus pliegues, sus defectos. No hay piel: hay carne. Tal es el mundo de Venus. Y pese al consabido argumento que le hace decir a mucha gente cosas tales como “a mí me gusta el erotismo, no la pornografía”, lo cierto es que el 80 por ciento de los abonados argentinos a canales para adultos –la gran mayoría, perteneciente al segmento ABC 1– elige las opciones hardcore. O sea: la carne tiene más adeptos que la piel.
En la Argentina hay 250.000 abonados a alguno de los ocho canales para adultos en plaza. Dos de ellos, Playboy TV y Venus –los pioneros que ya son clásicos–, se reparten buena parte de esa torta. En América latina, Playboy TV cuenta con un millón de abonados, y Venus, con 500.000. Esa tendencia de dos por uno en la que el canal erótico lleva las de ganar por sobre el canal de sexo explícito, aquí se revierte. “La primera oferta que llegó a la Argentina fue hardcore: Venus está desde 1994 y Playboy TV llegó recién en 1999. Tal vez por eso el público se acostumbró de entrada al material explícito. Hay una demanda hard y cada vez más fuerte”, dice Mariano Martínez Lacarrere, brand manager de ambos canales. Por su parte, Leo Vieytes, channel manager de Venus, opina que “las dos señales se complementan. Playboy es un paso previo a Venus. Son para diferentes momentos, a veces de la misma noche”.
Para seducir a quienes todavía no se animaron a abonarse, y para competir con las opciones más pesadas, Playboy TV ofrece para el cuarto fin de semana de mayo “liberación de pantalla”: aquellos clientes de Multicanal o Telecentro que tengan decodificador porque se han abonado a algún otro paquete Premium pueden llamar a sus operadores y solicitar Playboy gratis esos días. Pero de llamar no se salvan. Hay que levantar el tubo y pronunciar las palabras que el pudor muchas veces hace que la gente se quede con las ganas.
Como saben perfectamente tanto Martínez Lacarrere como Vieytes, a pesar de que la audiencia argentina cuando se desata se desata bastante, los operadores han debido inventar estrategias para facilitarles a los clientes el pedido de los canales condicionados. Casi todos los cables o los sistemas satelitales los ofrecen en paquetes que incluyen fútbol o películas. “En realidad, mucha gente compra películas o fútbol para poder comprar los condicionados, pero cuando llaman piden ‘películas o fútbol, y lo otro’, que es en realidad lo que les interesa”, dice Martínez Lacarrere. Otra manera de asegurar discreción es la facturación: casi ningún operador hace constar en la factura el nombre de esos canales Premium. Los ejecutivos de las señales condicionadas dicen creer que existe una tendencia al “blanqueo” social de este tipo de material. Y en eso, sobre todo para Venus, ha jugado un papel importante Bárbara, esa chica de madera que copeteaba películas y que fue nota en revistas y programas de televisión de aire. Ahora, que Bárbara por suerte emigró no se sabe bien a dónde, Venus busca otra presentadora a través de castings periódicos. Playboy TV, por su parte, destila un aura de elegancia que se asocia con la revista y con la calidad de sus películas, en las que el cuidado estético es notable. Pero esa imagen no es azarosa, sino el producto de una política de marketing. “Hemos tenido charlas periódicas con nuestros teleoperadores de toda América latina, y hubo una decisión de acercar a las mujeres a esta señal. Es importante que las mujeres la acepten, que la incorporen solas o en pareja”, dice Martínez Lacarrere. Del total de abonados, se infiere que el 30 por ciento son mujeres. Para seducirlas, Playboy TV modificó su programación: antes había más juegos de chicas con chicas. Ahora hay más películas protagonizadas por parejas de hombres y mujeres. Pese al cuidado y a la delicadeza (que incluye el hecho de que su material de prensa conste exclusivamente de fotografías en blanco y negro de muy buena calidad, con chicas que muestran muy poco), no hay por qué pensar que las mujeres sólo consumen películas eróticas. Lacarrere acerca un dato lo suficientemente explícito, valga la redundancia: en el público hardcore hay mujeres, por supuesto. Y es más: en los cables o sistemas satelitales que ofrecen nuestra programación las 24 horas –y no solamente desde las 22–, hay muchos más llamados de mujeres pidiendo Playboy y Venus. Esto es: mujeres que ven la tele o bien estando solas o bien cuando el marido se fue al trabajo.

El secreter

Suficiente
El más grande fruto de la autosuficiencia es la libertad.
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Es absurdo pedir a los dioses lo que cada uno es capaz de procurarse a sí mismo.
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También la frugalidad tiene su medida; el que no lo tiene en cuenta sufre lo mismo que el que desborda todos los límites por su inmoderación.
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No debemos menoscabar lo que ahora tenemos con el deseo de los que nos falta, sino que es preciso tener en cuenta que también lo que ahora tenemos formaba parte de lo que deseábamos.
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(Epicuro. De “Sobre la felicidad”. Editorial Debate.)

 

sobre gustos...

Tomar taxis

Por Daniel Link
El placer de tomar un taxi es tan sutil y tan difícil de replicar que (aun en una ciudad como Buenos Aires, que cuenta con el mejor de los servicios del mundo) todo el tiempo se nos está escapando de las manos –y en ese caso se transforma en un insano resentimiento hacia nuestros dioses tutelares, que decidieron abandonarnos en tal trance– o lo acechan otros placeres concurrentes –el placer de la conversación, por ejemplo–, pero que lo anulan en lo que tiene de específico. De lo que se trata es no sólo del placer del traslado “puerta a puerta”: es el placer del abandono físico e intelectual. Luego de pronunciada la dirección a la que tenemos que ir nos abandonamos a la suerte y al clima de esa cápsula que nos aísla de nuestra vida cotidiana. El taxi puede ser una cuna, una porción de exotismo, el espacio experimental del capitalismo o todas esas cosas a la vez. Y es por eso que cualquier irrupción de nuestra vida cotidiana (la pregunta por la familia o el trabajo, un comentario sobre las últimas vicisitudes de la política, el fútbol o el clima de la ciudad, una música demasiado desagradable para nuestro gusto o la impericia del conductor) interrumpe el placer de ese abandono. Luego de haber acariciado la posibilidad de esa cápsula o cuna o laboratorio perfecto (pero eso nunca, nunca se puede adivinar: en un auto que se vea demasiado limpio y brillante, por ejemplo, puede reinar el más nauseabundo desodorante ambiental), sólo la fatalidad nos conducirá al camino del placer específico del taxi, al placer de una buena conversación o (más frecuentemente) a la mera expectativa por llegar a destino cuanto antes.
Es todavía prematuro saber si algún día podremos construir una erótica del taxi y apenas se ha avanzado en dirección a la puesta a punto de su economía política. Sabemos poco de esa economía informal y de la mitológica figura que componen el taxista y su vehículo: hay dueños y hay peones, hay turnos de trabajo, hay cánones diarios que deben alcanzarse, hay empresas de radiotaxis, la contratación de cuyos servicios se ha vuelto últimamente casi obligatoria para los taxistas porque los eventuales pasajeros (entre las mujeres es dogma) no toman sino radiotaxis, hay paradas y leyes de la calle. El desarrollo de esas disciplinas tal vez no nos permita alcanzar mejor o con mayor frecuencia ese estado superior de conciencia (ese desapego sin culpa a las cosas de este mundo), pero al menos avanzaremos en dirección a explicarnos las razones de su falta.

 

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