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OPINION
Los suizos del Brasil
Por Carlos Polimeni

Caetano Veloso dijo una vez, enojado con una seguidilla de éxitos de una serie de artistas de la música más cafona de su país, que a veces se siente un suizo, en Brasil. En otra ocasión, calmado, afirmó que piensa que acaso alguna vez, en un futuro muy distante, Brasil se merezca haber parido a un artista del nivel de refinamiento de Joao Gilberto. La figura, aquí todavía poco conocida, de Adriana Calcanhotto obliga a pensar en esas imágenes, en las de los suizos de la música brasileña. En una camada de artistas que ha practicado una serie de intervenciones sobre la música popular de su país hasta convertirla en un objeto de culto internacional. Adriana podría ser hija de Caetano o Chico Buarque y la nieta de Joao Gilberto o Dorival Caymmi, pero buena parte de su obra tiene una madurez que impresiona, sin perder por eso conexión con los nuevos tiempos. Bien podría decirse que su estética tiene un pie en la tradición brasileña y otra en la música electrónica que invade hoy buena parte de los escenarios del mundo, pero la imagen renguearía: hay muchos otros elementos flotando en su cosmos. �Dicen que cambio mucho�, escribió sobre sí misma en su página de Internet. Sus discos muestran que ese cambio es progreso, pero un progreso con algo de circular, de círculos que van ampliándose. Adriana parece una artista de la era de Internet: cuando canta en español �Clandestino�, de Manu Chao, es difícil no conmoverse por la capacidad evocativa que tiene su forma de hablar de los perseguidos por ilegales, dentro y fuera de las fronteras de docenas de países, cantando desde los bordes del idioma que para Brasil es su frontera con el resto de Latinoamérica.
Adriana no es de Río, ni de San Pablo, ni de Bahía, de donde son buena parte de las estrellas de la música brasileña que andan por el mundo. Es de Porto Alegre, como Elis Regina, aunque ahora vive en Río. Esa mirada de extranjería sobre aquello que se supone es el Brasil es central en su obra, en que es casi imposible encontrar tópicos, costumbrismo. No tiene miedo de parecer sofisticada. Escribe sobre sí misma con humor y alcurnia: �No me gusta el buen gusto. Detesto los remedios. Soy peluda. Adoro a la reina de Inglaterra. (...) Nunca sé qué hacer con mis manos en presencia de celebridades. Mis amigos dicen que cambio mucho. Siempre fui feliz en el amor. Amo a Marlon Brando. No vivo sin champagne. (...) Detesto a los que mistifican. (...) Hospedo infractores y bandidos. Paré de fumar. No tengo superstición alguna. Amo a John Cage. Nunca quise tener hijos. No me gusta presentarme en televisión. Adoro mis manos. (...) Desprecio gente. (...) Adoro el vino. No sé dar entrevistas. (...) Adoro a Klein. Adoro a Klee. Amo a Matisse. Siempre digo sí. (...) Estoy fulminada por un amor, hace siete años. (...) Odio la folklorización. No me gusta verme en video. Amo a Oswald de Andrade. En el invierno no tomo el desayuno sin frutillas�.
En el espectáculo que trae a la Argentina canta, sola con la guitarra, un puñado de sus éxitos. El resultado es óptimo. Pero conviene no confundir eso con el todo. El todo son sus discos, esos procesos internos de relojería, sus canciones victoriosas, su notable pericia de productora, la tendencia al collage que los define. No esperen de Adriana Calcanhotto desfiles de carnaval. Piensen en una musa del neo-existencialismo tropical, en una chica que todavía se asombra del acento con que los cariocas, tan sexies, hablan el portugués.


 

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