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CIERRA EL MOROCCO, LA DISCO QUE MARCO UNA EPOCA EN BUENOS AIRES
El fin de la década de los noventa

Vapuleado por la recesión, mañana abre por última vez. Durante nueve años, actores, funcionarios, drag queens, modelos top y punks confluyeron en una zona franca de la porteñidad nocturna.

Leo García, Maradona, Cerati y Etcheto son habitués.
Morocco fue lugar de encuentro de toda clase de tendencias.


Por Pablo Plotkin

¿Para qué sirve la clausura de una disco famosa si no es para revisar el pulso cultural de una época? En el caso de Morocco –un local de tres pisos y miles de noches levantado al 851 de Hipólito Yrigoyen– puede hablarse de un cuartel que le sacó provecho a las contradicciones de la última década del siglo pasado y agitó el nido de cientos de especies porteñas para delinear un espacio de libertinaje artístico y reviente nocturno. Con la premisa íntima de un desprejuicio calibrado (darle espacio a todo, pero a su debido tiempo), Morocco construyó su imagen pública en torno de un aparente choque de estilos: actores, funcionarios, drag queens, modelos top, artistas verdaderos, falsos poetas, drogones, estrellas de rock, rugbiers con ganas de escuchar cumbia, punks con ganas de escuchar tecno. Ese eclecticismo de pequeño parque de diversiones prohibido para menores fue el pasaporte a la inmortalidad de Morocco, que este sábado abre sus puertas por última vez, vapuleado por la recesión.
En 1992, la sociedad conformada por los españoles Ignacio Cubillas, Anita Villacorta y Alaska y los argentinos Diana Ruibal y Paul Azema (chef a cargo de la sofisticación gastronómica) compró un local que había sido editorial de libros y comité de campaña radical. Lo siguiente fue llamar al artista/decorador Sergio de Loof, que se ocupó de diseñar la planta baja, una especie de fonda de lujo ambientada en Casablanca. En el subsuelo, Sergio Lacroix levantó un monasterio de cartón sobre falsas alfombras persas. El 4 de noviembre del ‘93 se celebró la fiesta de inauguración. Entonces se definió el destino graciosamente ecléctico de la disco: entre los 3500 invitados de la primera noche estaban Pipo Pescador, Pancho Dotto, Graciela Borges, Celeste Carballo y Moira Gough. “Se ponía en escena un nuevo estilo: tropical y dance. Ambos, juntos con el mismo fin: bailar”, se jacta Ruibal en el texto–epitafio que redactó para la revista Noticias. Enseguida se abrió el restaurante, que desde su estreno pretendió englobar a una escena variopinta y extravagante del showbiz argentino: Susana Giménez y Babasónicos, Alejandro Kuropatwa y Teté Coustarot, Lalo Mir y el Tata Yofre.
Desde entonces, el boliche funcionó como una zona franca de la porteñidad nocturna. A Diego Maradona le gustaba pasar por ahí los jueves, Joaquín Sabina presentaba sus discos entre amigos, Antonio Escohotado daba conferencias sobre el éxtasis y los hijos de De la Rúa bailaban con sus chicas música tropical y house (ahí festejaron el triunfo de papá Fernando sobre Eduardo Duhalde en la noche posterior a las elecciones presidenciales). En Morocco tocaron Charly García, Fito Páez, cantó Amelita Baltar, Antonio Ríos, el grupo Ráfaga, Carca, Natas y buena parte de la escena underground de Buenos Aires. En los últimos años, los peces gordos de la música electrónica del primer mundo le pusieron ruido al subsuelo: el francés Laurent Garnier, el español Angel Molina, los alemanes Hell y Michael Myers, los finlandeses Pan Sonic.
Dany Nijensohn pasa música latina en la planta baja desde los primeros meses de la disco. “‘Dame fuego’, de Sandro, se hizo un clásico, al igual que ‘La abuela Salomé’, de Lía Crucet. Y abajo alguien pasaba acid house, por ejemplo”, cuenta Nijensohn. “Creo que Morocco reunió a mucha gente muy diversa alrededor de la música. La presencia de travestis superproducidos no es un detalle menor, y el levante entre chicas y chicos, tampoco. En Morocco hay sexo.”
Alejandro Ros, el diseñador de las primeras y las últimas tarjetas de promoción, resume el concepto del proyecto: “La idea era libertad, arte, sorpresa, anti–tarjeta de discoteca. Diversión, revolución, mezcla de estilos. Del kitsch al minimalismo, del rock a la electrónica”. Hubo noches memorables. Ros recuerda la Morocco Marica Airlines, cuando transformaron la pista en un avión con azafatas y proyección de dibujos animados, la vez que recubrieron el suelo de peluche y los bailarines tenían que entrar descalzos y prescindir del alcohol y del tabaco. Pero a pesar de los grandes recuerdos, algunos coinciden en que el cierre es, en buena medida, saludable. Fiel al espíritu de la disco: es mejor arder antes que desvanecerse. Ardió Morocco. Terminaron los noventa.

 

Postales de nueve años
En 1994, Maradona y Coppola se reconciliaron en el Morocco.
En octubre de 1999, Antonio y Fernando “Aíto” de la Rúa festejaron el triunfo de su padre en las elecciones presidenciales.
En 1996, Oscar Larrea, el travesti grandote conocido como La Cacho (diva fetiche de Morocco), se consagró Reina del Carnaval.
Entre otras celebridades extranjeras, pasaron por el club Madonna, Oliver Stone, Joaquín Sabina, Claudia Schiffer y David Copperfield.
Alejandro Urdapilleta y Mario Tortonese inmortalizaron allí La Moribunda.
Fito Páez, que cierta vez lo alquiló para su cumpleaños, tocó el piano y cantó ahí con Charly García como invitado.
Antonio Escohotado dio ahí sus conferencias sobre el éxtasis.
Sólo le quedan dos noches de vida a Morocco. Hoy a la medianoche habrá un show de Fena Della Maggiora. Mañana se concretará la avant première de Kill, el corto de la DJ Romina Cohn protagonizado por Ricardo Mollo. Después se pondrán en función las dos pistas.

 

El record de Andy Warhol

Las obras de Andy Warhol acapararon la atención en la última subasta de arte contemporáneo de Christie’s, en Nueva York. Una de ellas fue vendida a más de 8,5 millones de dólares. “Large Flowers”, una obra en seda de 1964 de la que sólo fueron pintados cuatro ejemplares, fue arduamente disputada por cuatro compradores, para ser finalmente adquirida a más del doble de su precio inicial, estimado entre 3 a 4 millones de dólares. Este es el segundo precio más elevado jamás alcanzado por una obra de Warhol en una subasta. Uno de sus célebres retratos de Marilyn Monroe, “Orange Marilyn”, fue vendido en más de 3,7 millones de dólares a un coleccionista anónimo europeo. El cuadro del héroe del Pop Art había sido estimado entre dos a tres millones. Otra tela emblemática del artista, representando una lata de sopa Campbell, fue rematada a 1,7 millones. Su precio inicial era de 1,2 a 1,3 millones. Warhol, que predijo que todas las personas tendrían sus quince minutos de fama, goza de mucho más éxito hoy que en su período de mayor creatividad. De las 59 telas del período de post guerra (1945 a 1970) ofrecidas en la subasta, sólo diez no alcanzaron el precio mínimo fijado antes del remate. La casa recaudó al final de la noche 41,2 millones de dólares, suma ligeramente mayor a la estimada con anterioridad por Christie’s (40 millones). Las ventas de arte moderno seguirán esta noche en Christie’s con obras contemporáneas, del período de 1970 hasta la actualidad.

 

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