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OPINION
Sobre el poder y la gloria en Roma
Por Washington Uranga

Juan Pablo II convocó al consistorio con el propósito inocultable de que el organismo que actúa como �Senado� de la Iglesia Católica en el nivel universal no se reuniese por primera vez (en su actual composición) para elegir a su sucesor cuando la muerte termine con el pontificado del Papa polaco de 81 años, pero también con la intención de adelantar algunos de los debates que se abrirán cuando esto suceda. Incluso discusiones tan difíciles y escabrosas como la del poder y la toma de decisiones en la Iglesia, que el propio Juan Pablo se encargó de cancelar durante más de 22 años que lleva al frente del gobierno de la Iglesia Católica.
Partiendo de la base de que muchos de los 155 cardenales presentes en el consistorio se vieron por primera vez las caras la semana pasada en Roma, se puede decir que por lo menos tan importante como lo que se debatió en el aula de sesiones, fue todo lo que se conversó en los pasillos, en las reuniones paralelas, en los encuentros privados. Los �locatarios� (los cardenales de la curia que residen permanentemente en Roma) que son al mismo tiempo los que más manejan los hilos de política institucional, fueron los encargados de tejer, de pulsar, de proponer candidaturas y auscultar las reacciones. Aunque, como es habitual en la Iglesia, nadie admitirá públicamente que éste haya sido un tema de conversación.
En medio de este cuadro �y también de la posible sucesión� el debate sobre el poder y la toma de decisiones en la Iglesia se transforma en una cuestión central. El Papa Juan XXIII �abrió las ventanas� de la Iglesia al mundo. Su sucesor, Pablo VI, comenzó un proceso de real democratización de las estructuras eclesiásticas, incluso a través de la llamada internacionalización de la curia romana, proceso que Juan Pablo II profundizó. Pero a diferencia de su antecesor, Karol Wojtyla dio marcha atrás con la autonomía progresiva que habían logrado en la década de los �70 las conferencias episcopales de cada país e incluso transformó a los sínodos (una especie de asamblea de obispos) en instancias que muchos consideran más formales que reales. El cardenal Achille Silvestrini, ex prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, dijo que los sínodos son �monólogos sin debate y sin respuesta�. Para el arzobispo de Malines-Bruselas, Godfried Danneels, los sínodos son poco eficaces porque �se escribe algo en una noche y se deja todo en las manos del Papa�. El cardenal Bernard Francis Law, arzobispo de Chicago, se animó a proponer �sínodos anuales y sin tema�. 
Junto con la discusión sobre el nombre del sucesor de Juan Pablo II (con muchas voces que señalan posibilidades para cardenales latinoamericanos) es evidente que se abre (o se abrirá junto con el tema de la sucesión) un fuerte debate sobre las formas de poder y la participación en la Iglesia. Las posiciones, en algunos casos, son extremas. Joseph Ratzinger, el alemán Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio) se afirma en la centralidad romana, mientras que su compatriota Walter Kasper, Presidente del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos, pide más poder para las iglesias locales. No se conocen, sin embargo, proposiciones que introduzcan iniciativas concretas para que los fieles laicos (varones y mujeres) tengan una incidencia significativa en decisiones eclesiásticas, a pesar de la muy pregonada importancia del laicado. La �casta sacerdotal� no está dispuesta legitimar los cuestionamientos que ya existen sobre su poder.
La discusión sobre las reformas de la estructura de la Iglesia están atravesadas por este tema. Y dentro de ello no es menor la iniciativa impulsada por algunos de crear un �ministerio� (dicasterio) vaticano de la comunicación, recategorizando la actual �comisión pontificia� que se encarga del tema, concentrando en la nueva institución tanto el diseño de estrategias como el manejo de los medios de comunicación propiedad de laIglesia. Un punto que, sin lugar a dudas, generará más de un debate interno hasta que se adopte una decisión. Porque, inspirada en lo trascendente, la Iglesia es una institución de hombres no exentos de pasiones y aspiraciones.


 

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