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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

Tan grande y caro que mete miedo

Aunque Domingo Cavallo presente este megacanje de deuda como el mayor de la historia (mérito tan poco envidiable como el de protagonizar la quiebra más grande de todos los tiempos), la verdadera particularidad de esta operación es otra. Consiste en cambiar deuda relativamente más barata por otra más cara, cuando lo normal es que cualquier deudor busque salir de una financiación onerosa que tomó en el pasado si tiene la oportunidad de precancelarla mediante un crédito nuevo a tasas más bajas. Esta era, naturalmente, la visión de los cavallistas en marzo, cuando se repantigaron en los despachos de Economía. Pero mudaron de enfoque a medida que los mercados burlaron sus expectativas y el riesgo país se disparó más de 200 puntos adicionales. Así, el objetivo del canje ya no fue el razonable de abaratar la deuda, sino el de reescalonar los vencimientos para aplazar la cesación de pagos. Pero, eso sí, se promete que el próximo canje servirá para aminorar los exorbitantes costos que ahora se asumen. Cuándo, cómo, no se sabe.
En el fondo, la que ahora está en presurosa cocción es una operación simple. Consiste en ofrecer un premio a los tenedores de bonos argentinos que acepten trocarlos por otros de vencimientos más alejados en el tiempo. Pero esto implica, para el Estado nacional, rescatar o retirar del mercado títulos que pagan un interés relativamente bajo –correspondiente a épocas en las que el país encontraba mejores condiciones para sus papeles en las plazas financieras– y entregarles a los mismos tenedores otras láminas nuevas, con rendimientos mucho más elevados, del nivel que hoy predomina en el circuito inversor para la Argentina. De esta manera, esa tasa de mercado actual, que surge del precio al que se transan los papeles entre particulares (a menor cotización de los bonos, mayor rendimiento, dado que rinden una tasa fija), se convierte en un costo para el Tesoro nacional.
A primera vista, efectuar el canje en estas condiciones no tiene sentido, a menos que no haya otra alternativa para escapar de una quiebra inminente. Y esta es, exactamente, la situación. Por ende, de poco vale discutir si el canje es caro o barato porque hoy son los especuladores los que tienen la sartén por el mango. La discusión, en todo caso, es entre este canje voluntario, que implica ceder ante la extorsión de los capitales, y un canje compulsivo, en cuyo caso sería el país, como deudor, quien impusiera las condiciones de la refinanciación. Esta variante generaría, obviamente, costos diferentes pero también sustanciales porque no hay ningún pase mágico que pueda eliminar bruscamente la dependencia financiera del país.
La operación planteada encendió varias polémicas. Una discute si efectivamente este canje implica un mayor costo inmediato del endeudamiento, lo cual es negado por Economía con argumentos que otros analistas consideran falaces, coincidiendo con los razonamientos que hace un tiempo sostenían los propios cavallistas. En todo caso, los exactos términos de la transacción se difundirán recién mañana. La clave del costo futuro de la deuda no viene expresado sólo por el rendimiento promedio de 12 por ciento asignado a los títulos nuevos, sino adicionalmente por cuántos de éstos se entregarán a cambio de los rescatados. Computando todo, las tasas podrán dispararse holgadamente por encima del 15 por ciento anual, un costo inalcanzable para cualquier economía.
Cavallo dice, no obstante, que igual es buen negocio, porque, sin canje, refinanciar a su vencimiento los títulos ahora permutados hubiese costado más todavía. Los liberales más duros toman este vaticinio suyo como una involuntaria admisión de que sólo espera que las cosas empeoren, y le reprochan embarcar al país en el mal negocio del canje en lugar de realizar el ajuste fiscal necesario para que la Argentina pueda esperar confiada los vencimientos de su deuda y refinanciarla a tasas declinantes. Sin embargo, es posible que ese ajuste volviera a prolongar la recesión y elevara el riesgo país en lugar de bajarlo. El problema de Cavallo es que,por ahora, mientras aplica un cóctel de drogas ortodoxas y heterodoxas, sigue en la cuerda floja, aguardando que la economía despegue.
Qué influencia ejercerá el canje sobre la economía real es por el momento una incógnita. En un sentido, al proporcionar un pequeño respiro en el angustiante calendario de vencimientos abrirá una oportunidad (de qué exactamente no se sabe). Pero si persistiera la convicción de que el país sigue siendo insolvente, tanto como antes del trueque de títulos, los mercados financieros se mantendrían inaccesibles y el default revolotearía sobre las cúpulas de Buenos Aires igual que en los últimos diez meses. Todo dependerá, al cabo, de la velocidad con que reaccionen la actividad económica y las exportaciones, como indicadores de la capacidad de repago de la deuda. Y en esto, por ahora, hay frondosas razones para el pesimismo, aunque siempre contando con las sorpresas que puede dar la economía.
Cavallo confía en que para cuando comiencen a vencer los nuevos bonos sucedan dos cosas. Primero, la extinción del déficit fiscal, y con ella la de la necesidad de emitir nuevos títulos para financiarlo. Segundo, una suficiente expansión de los fondos administrados por las AFJP, de modo que se conviertan en absorbentes esponjas de bonos estatales. Esto revela la verdadera relación establecida entre el régimen previsional y las cuentas fiscales. En primer lugar, la reforma jubilatoria de 1994 abrió una amplia y permanente brecha de déficit presupuestario al desfinanciar la Seguridad Social. Desde hace tiempo, el Gobierno busca reducir las jubilaciones futuras para aliviar el peso previsional sobre el presupuesto público, mientras utiliza los fondos de capitalización como una fuente de financiamiento para el fisco. Pero ahora se ingresa en un esquema más sofisticado, en el que el calendario de la deuda se planifica en función de los recursos que las AFJP necesitan invertir. La condición para que este mecanismo funcione es el cautiverio del ahorro previsional de los trabajadores, al que se le niega la libertad de movimientos de la que goza cualquier otro capital. De esta forma, queda atado al riesgo de una quiebra del Estado.


 

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