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COMO PASAN SU ENCARCELAMIENTO EL EX MINISTRO Y EL EX CUÑADO DE MENEM
Erman un chiche, Emir un lobo encerrado

Los dos riojanos, según sus carceleros, tienen conductas
bien diferenciadas. González es
�un preso modelo�, sin soberbia ni extravagancias. Todo lo contrario
a Yoma, que no deja de pedir sus celulares.

Emir está preso en Campo de Mayo. Erman en el Escuadrón Buenos Aires.

Por E. T.

“Díganle a Carlos que me llame”, fue una de las pocas frases de Erman González cuando sus hijos lo visitaron en las dependencias del Escuadrón Buenos Aires de la Gendarmería, horas después de ser detenido en una de las causas por la venta ilegal de armas. El ex ministro pasó su primer día en la cárcel con un pico de presión pero sin perder la calma. Luego de diez días de detención, sus carceleros lo definen como “austero y disciplinado”. Incluso llegan a mostrarlo como un preso ejemplar, si se compara con todos los personajes y hombres influyentes con los que hoy tienen que lidiar. Y más aún cuando se lo mide con su comprovinciano Emir Yoma.
El ex ministro de Carlos Menem no abrumó a los gendarmes con reclamos, ni con pedidos excesivos. Tampoco se hizo llevar televisor, ni ningún otro electrodoméstico como acostumbran a hacer quienes supieron ser hombres del poder. Pertenencias que hoy se acumulan en las pequeñas celdas que apenas cuentan con un esquinero de cemento por toda mesa. “Si uno le dice que es hora de irse a dormir, él obedece y se retira”, comenta uno de los gendarmes encargado de la custodia de Erman. La orden de volver a la celda casi siempre sobreviene luego de la larga sobremesa, que el ex contador de la familia Yoma comparte con otros detenidos e incluso con algunos de sus guardianes. Son los momentos que le siguen a la cena, las horas frente al televisor.
A diferencia de otros notables, Erman comparte la tv con el personal de la gendarmería. “Ordena sus cosas, limpia la celda”, afirman sus custodios quienes después de hacer un esfuerzo admiten que no tienen motivos para quejarse. Luego de seguir televisivamente los pormenores de la boda de su amigo, no hizo comentarios. No por nada Erman fue un incondicional de los Menem y de los Yoma. Los conoce desde aquellos tiempos en los que la fortuna era escasa a pesar que no dejaban de buscarla.
Los equipos de abogados que defienden a los funcionarios menemistas tienen la fuerte sospecha que detrás de su silencio pueden esconderse las ganas de “confesar” y señalar a los máximos responsables de la venta ilegal de armas. Esos a los que la justicia quiere indagar.
Los guardianes muestran cierta simpatía por Erman, porque éste suele transitar lejos de la altanería y la soberbia. Pero en la Gendarmería recuerdan qué difícil fue tratar a Emir durante las primeras horas de su detención. Tal vez por lo inesperado, quizás por la forma en que fue arrestado, el ex cuñado de Carlos Menem siguió comportándose como si el poder estuviera detrás de sus espaldas. Por eso regañó a los gritos a su cuñado cuando fue por primera vez a visitarlo furtivamente al mismo lugar en el que ahora está preso Erman.
De conducta dura, impulsiva, que bordea con lo agresivo, el grito “sacame de acá” que Emir le enrostrara a Menem, dista mucho de los modos que utiliza el ex ministro. Tal vez fue la costumbre de dar ordenes, quizás la desesperación, pero los gendarmes recuerdan que el empresario del cuero repitió esos modales en más de una ocasión. Todavía alguno de ellos se queja del excesivo trabajo que les deparaba recargar permanentemente las baterías de los tres celulares de Emir. Aunque ahora, aquel muchacho que supo ser testigo de las primeras citas amorosas entre su hermana Zulema y el ex presidente disfrute del verde de Campo de Mayo -donde fue trasladado desde el Escuadrón Buenos Aires–, de la parrilla y de la cancha de tenis, sigue extrañando sus teléfonos. Esta semana su hermano Karim se apersonó en el juzgado de Jorge Urso para hacer una gestión. No lo impulsaba ningún trámite procesal, sino reclamar que le devuelvan los teléfonos a su hermano menor. Para los Yoma, “Emir esta preso porque existe una persecución contra ellos” y en este punto opinan que retirarle los teléfonos es un castigo extra. “No me imagino qué puede hacer ese hombre en prisión”, dijo a este diario un ex funcionario menemista que lo conoce bien. “No creo que haya leído un libro en su vida. Su única obsesión eran sus negocios”, concluyó. Quienes visitaron alguna vez el piso 40º de Libertador 4444, recuerdan que uno de los hobbies del ex cuñado de Menem era pasar largas horas frente a los ventanales observando con binoculares. “Desde allí la vista es espléndida”, rememoran. Por lo visto, además de los binoculares Emir es adicto al teléfono. Tenía un aparato exclusivamente para comunicarse con su abogado Mariano Cúneo Libarona. Cada vez que el letrado revisaba el expediente aparecía la voz de Emir por la línea, inquiriendo por alguna declaración o preguntando qué pruebas lo comprometían. Por estos días el abogado concurre personalmente casi todos los días a Campo de Mayo para transmitirle las novedades a su cliente. El también considera discriminatorio que le hayan sacado los teléfonos a su defendido.
Emir los añora. Esos pequeños celulares les permitían hablar casi a diario con Carlos Menem y también con Domingo Cavallo, un ministro que supo ser muy generoso con el empresario riojano. De ello dan cuenta créditos de la banca oficial, beneficios promocionales, cuestionados reintegros por IVA a las exportaciones y otras menudencias de aquellos tiempos en los que, para los Yoma, el poder estaba a la vuelta de la esquina. Hoy ni siquiera está al alcance de un celular.

 

OPINION
Por Eduardo Tagliaferro

¿Cuestión de Estado?

La justicia, esa señora extraña que tan nervioso está poniendo a Carlos Menem por estos días, es el sitio adonde el ex presidente solía enviar a todos aquellos que denunciaban hechos de corrupción. En esos años el poder le sonreía. Su mejor vocero, ese que rogaba que no lo dejen solo, se encargaba de mostrarlo como un hombre alto, rubio y de ojos azules. El propio Menem se encargaba de presentarse como un presidente “exitoso” que “de Dios para abajo” no temía a nadie. Cuando violó la plataforma que lo llevó al gobierno se animó a decir que “si decía lo que iba a hacer no me votaban”. Lo dijo sin pudor, como si un fin superior pudiera justificar la mentira, la estafa.
Ahora la justicia golpea su puerta porque sospecha que era el jefe de una banda que vendió ilegalmente armas. Dijo que se vendían a un país ocupado por los marines norteamericanos. Un país que la principal y única arma con la cuenta es el estratégico Canal de Panamá. Las armas no fueron hacia allí. Fueron rumbo a una de las guerras más crueles que se vivieron luego de la caída del muro de Berlín: la de los Balcanes. También partieron hacía Ecuador. “No se podía decir cuál era el destino real de las armas porque había un embargo de las Naciones Unidas”, dijo hace poco a este diario uno de los abogados de Menem. Lo dijo sin pudor, como si un fin superior pudiera justificar la mentira, la estafa.
Lentamente la verdad lo va cercando. Defensores, imputados, y unos pocos analistas repiten que la decisión de venderle armas a los croatas respondía a una cuestión de Estado, a una decisión de “alta política alentada por los Estados Unidos”. De la afirmación se desprende un reconocimiento de la maniobra. Si así fuera, no habría motivos para que los menemistas se preocuparan. Se supone que detrás de una cuestión de Estado hay un beneficio para la sociedad, ¿o no es así?
Cuando los defensores del ex presidente argumentan que la medida era una cuestión de Estado, ¿qué buscan justificar? ¿Acaso el perdón a una leve mentirita en un decreto oficial? ¿O por el contrario, debajo de ese manto protector, disculpar la ausencia de cerca 60 millones y otros reintegros, el cobro indebido de beneficios aduaneros, haber echado el guante a los arsenales del Ejército y poner en peligro las relaciones con otros países? Si hasta existe la fuerte sospecha de que para borrar pruebas se voló intencionalmente la fábrica militar de Río Tercero. ¿Ese pueblo bombardeado, sus siete muertos y más de 300 heridos, son los beneficiarios de esa cuestión de estado? ¿Es ese el objetivo superior que se pretendía obtener? Nicolás Maquiavelo, uno de los autores que el ex presidente dice haber leído, no hace referencia en “El Príncipe” a la cuestión de Estado, pero sí afirma que “los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento, que aquel que engaña encontrará siempre quien se deje engañar”.

 

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