Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


AUMENTO UN 35 POR CIENTO LA INDIGENCIA ENTRE LOS MENORES DE 15
La línea del hambre

De los 3.770.000 de argentinos indigentes, el 41 por ciento son chicos. Son 1.618.171 de menores de quince años que pasan hambre todos los días, cada día. Y 242.726 son bebés.

Las consecuencias de no llegar ni a la mísera dieta de la indigencia son drásticas y permanentes.

Por Sergio Kiernan

Con el ingreso real abollado por la recesión y el desempleo, 3.770.000 de argentinos se encuentran bajo la muy modesta línea de indigencia, la medida que representa materialmente la frontera entre la pobreza y el hambre. Según la Encuesta Permanente de Hogares realizada en octubre del año pasado, la indigencia abarca al siete por ciento de todos los hogares del país. Pero si se estudian las cifras desde el punto de vista de la niñez, el resultado es todavía más estremecedor: el 14,3 por ciento de todos los chicos menores de 15 años del país son indigentes, el doble que el porcentaje de hogares. De hecho, los chicos representan el 41 por ciento de todos los indigentes del país, un total de 1.618.171 menores que no llegan ni a comer el mínimo necesario. De estos miserables, 242.726 son bebés de hasta dos años de edad.
Según el estudio realizado por Equis, la consultora dirigida por Artemio López, sobre la Encuesta Permanente y otros datos del INDEC, el significado de estas cifras es conmovedor. La indigencia se calcula sobre bases de supervivencia y la medida básica es que una familia o persona logre comprar una canasta de alimentos –y sólo de alimentos– que resulte en la ingestión de 2700 calorías diarias, una dieta caracterizada como mínima. Es fácil apreciar que al hablar estadísticamente de “indigencia” se habla en realidad de “hambre”: la canasta no se involucra con transporte, esparcimiento, ropa, educación, salud, limpieza... ni siquiera con vivienda. Sólo con una dieta bastante modesta.
La medida base de este sistema es la canasta para varones adultos –de 30 a 59 años– que cuesta, según el Ministerio de Economía, 64,9 pesos. La canasta mensual se forma con seis kilos de pan, medio de galletitas, tres de arroz, harina y fideos, uno y medio de azúcar, siete de papas, cuatro de legumbres y verduras, cuatro de frutas, seis de carne, medio de quesos y dulces, ocho litros de leche, 1,2 de aceite, ocho de jugos o gaseosas y un kilo de sal, café, yerba o té. Sobre esta base de 2700 calorías diarias por algo menos de 65 pesos mensuales, se calcula el consumo de los chicos, ya divididos por género y edad, y el costo de la canasta calórica mínima de cada edad. Así, la canasta mínima de un bebé de hasta un año cuesta 27,06 pesos por mes, la de un chico de tres años cuesta 35,24 y la de uno de diez cuesta 52,23 si es varón y 45,94 si es nena. Los muchachos de hasta 15 años cuestan casi lo mismo que un adulto y la canasta de las adolescentes se calcula en 49,71 pesos. La línea de indigencia para los menores de 15 años se fija en el promedio del costo de la canasta de todas las edades y resulta en 42,59 pesos mensuales.
Estadísticamente, entonces, la línea de indigencia para un chico menor de 15 años está en un peso y cuarenta centavos por día, un dinero que, según López, “es una carencia de ingresos extrema, que compromete severamente la vida de aquéllos sobre los que impacta”.
Como muestran los gráficos, este modesto umbral se cruza con facilidad. Los números del sector más estudiado por el INDEC, el Gran Buenos Aires -que es el único distrito que informa regularmente al Estado nacional– muestran un parejo crecimiento de la indigencia infantil en el último lustro. En 1995, el 8 por ciento de todos los menores de 15 años eran indigentes. Para fines del 2000, la cifra era del 11,6 por ciento, un aumento del 35 por ciento. Los tres valles de descenso que se ven en la tabla –mayo de 1997, mayo de 1998 y octubre de 1999– no revierten la tendencia al alza de la indigencia entre los chicos.
La distribución de esta pobreza infantil extrema no es pareja. Santa Cruz, con apenas el 2,4 por ciento sobre la población total de menores de 15 años, la ciudad de Buenos Aires, con el 3,9, y Tierra del Fuego, con el 5,7, son los distritos que salen mejor. La provincia de Buenos Aires concentra los mayores números absolutos, con 477.355 chicos indigentes, de los cuales 71.603 son bebés de hasta dos años. Formosa es la provincia con el peor porcentaje: el 38,4 por ciento de sus menores de 15 años pasan hambre. La siguen el Chaco, con el 33 por ciento, y Corrientes, con el 29,1. Un nutrido pelotón de provincias muestra índices que muestran que entre uno en cinco y uno en cuatro chicos pasan hambre: Catamarca, Jujuy, Misiones, Santiago del Estero, Salta y Tucumán. El resto de las provincias muestra cifras de por lo menos el 11,6 por ciento de desnutridos entre los chicos.

 

Los “petisos obesos”

“Para poder vivir con los alimentos que se incluyen en la canasta de indigencia, habría que ser habilísimos, tener toda una infraestructura para poder comer cosas frescas todos los días. Si no se tiene ni heladera...” Para el doctor Alejandro O’Donnell, jefe de Nutrición Infantil del Hospital Garrahan, la combinación de alimentos con que se marca la indigencia “es de supervivencia, con muchas dificultades. Las calorías están, pero no están los micronutrientes que necesitan los chicos, las vitaminas, los minerales, el hierro.”
Para el especialista, es posible que un adulto perviva con una dieta de ese tipo, pero para los chicos es imposible escapar a las secuelas. “Uno tiene tres tipos de requerimientos. Uno es de mantenimiento, lo que se consume sin hacer nada. Otro es el de actividad. Los chicos agregan el de crecimiento, que es especialmente crítico en la edad temprana, sobre todo en el primer semestre de vida y hasta los dos primeros años.”
Los médicos “de trinchera”, los que atienden en los hospitales públicos, ven cotidianamente el precio de la pobreza infantil. “En la desnutrición aguda, por ejemplo la que causa una enfermedad, se ven chicos por debajo del peso que indica su altura,” explica O’Donnell. “Pero en la desnutrición crónica, se ven chicos que están bien en su peso respecto a su altura, sólo que son petisos. Miden menos de lo que deberían por la edad. Uno ve un chico gordito de tres años, pero resulta que tiene cinco”.
El problema es que el cuerpo “se adapta”. Pasado el primer semestre, donde la teta materna suele “preservarlos”, el cuerpo retrasa su crecimiento para adaptarse a la falta de nutrientes aptos. “Así como De la Rúa le corta las ramitas a su bonsai para que no crezca, la situación social le corta la vida a los chicos, que no crecen,” define O’Donnell. Alimentados a pura caloría –el único nutriente que no se elimina por vía fecal o urinaria, sino sólo por actividad física– los chicos de la miseria resultan “petisos obesos, chicos con problemas de desarrollo intelectual, candidatos a enfermedades cardíacas y a la diabetes cuando crezcan”.

 

Vivir en la basura

El hospital Eva Perón de San Martín atiende una gran población con problemas sociales agudos. Su jefe de neonatología, Alberto Schwarcz, cuenta un caso paradigmático de la dificultad de cumplir, desde la miseria, con el más simple deber de un padre: mantener con vida a los chicos. “En el hospital tenemos un programa llamado ‘Alerta Rojo’, que reúne a los centros primarios de salud y los municipios de la zona”, explica Schwarcz. “Así logramos alguna ayuda para los chicos que salen de alta y viven en riesgo social o con algún daño. Les conseguimos una frazada, una estufa, alguna mejora en la casa”. Hace seis meses, los médicos se encontraron con un caso angustiante y paradigmático de la situación. Una madre, finalmente diagnosticada como epiléptica, acababa de tener un bebé sanito y quería volver a casa, a cuidar a sus otros siete hijos. El problema era que vivía en la villa del basural en el camino del Buen Ayre, el Area Reconquista. “Literalmente, vivía en la basura y temíamos que si llevaba el recién nacido allí, se muriera”, explica Schwarcz. “Fue gente a ver la casa, que era una choza, irrecuperable, con los chicos apilados, con un perro que salía llevando una rata en la boca. Fueron dos o tres veces a ver la casa, lo que es un riesgo para el personal. No hubo caso: no logramos que le dieran otra vivienda”. Sin salida, la mujer salió de alta y volvió a casa. Y el bebé murió.

 

PRINCIPAL