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Dormilón
Por Antonio Dal Masetto

–Macanas, son todas macanas –nos interrumpe el parroquiano gordo.
Habíamos estado hablando de las figuras públicas. Todos coincidimos en que, más allá del respeto o el desprecio que uno le pueda tener a un hombre público, hay que reconocer que estar expuesto todo el tiempo, enfrentar a los opositores, al periodismo y a veces a las multitudes, mantenerse impávido y con cara de piedra ante los imprevistos, inventar piruetas de malabarista sobre la marcha, requiere un ojo alerta, sangre fría y mucha cintura. Son atributos por los que, según nuestro modesto entender, se puede reconocer a un auténtico animal político.
–Todas macanas –insiste el gordo–. Los verdaderos héroes de la opereta política son los segundones. Es exactamente como en la viejas películas de Hollywood, fueran policiales o del far west o de cualquier otro género, donde había tipos que trabajan como perros para sostener al zoquete del primer actor, que siempre era un tronco espantoso, digamos Alan Ladd, digamos Victor Mature y tantos otros. La película se salvaba porque los actores secundarios –el que hacía de cantinero, el alguacil, el matasanos, el dueño del almacén de ramos generales, el tonto del pueblo, la madama del burdel, el enterrador, el herrador de caballos, el predicador– eran extraordinarios y sudaban la gota gorda para hacer creíble la película sin importarles que los aplausos se los llevara el inservible del primer actor. En el mundo de la política pasa exactamente lo mismo. Les voy a dar un ejemplo menor, pero perfecto y que ilustra preciosamente mi teoría: el caso de don Artemio, el intendente de mi pueblo, cuando yo era muchacho, conocido entre los íntimos como Artemio El Dormilón. Un tipo que se dormía en todo lugar y en todo momento. Alrededor de él había un grupo de esforzados colaboradores que yugaban las 24 horas para mantenerlo en acción. Por empezar, lo habían entrenado para que durmiera con los ojos abiertos. El gran temor de los muchachos era que don Artemio pasara del sueño de superficie al sueño profundo y se les fuera de las manos para siempre como la Bella Durmiente. Eran unos habilísimos titiriteros. Habían ideado un sistema de poleas, bisagras y delicados mecanismos de relojería conectados con el cuerpo de nuestro Artemio. Para que levantara el brazo y saludara, para que cortara una cinta de inauguración, para que firmara. Yo lo vi con mis propios ojos pronunciar discursos fervorosos en cada día patrio, en el aniversario de la fundación del pueblo y en la fiesta del santo patrono. Y siempre estaba completamente dormido. Lo vi bailar el tango con la presidenta de la Sociedad Protectora de Animales. La cueca con una delegada provincial de la Asociación de Damas de Caridad. Un vals con la flamante reina de la repostería vienesa. Lo vi inaugurar el campeonato anual de sapo y embocar cuatro sapos y tres viejas al hilo. Dormido y manejado impecablemente por la compleja maquinaria de los esforzados asesores. Esa fue mi primera experiencia y a partir de ahí me puse alerta. Después me di cuenta de que el mundo de la política está lleno de Bellas Durmientes. Parecería que en esos ambientes abunda el mosquito tsé–tsé. ¿Nunca se fijaron que, invariablemente, en las fotos, en las filmaciones, en los noticieros, hay un telón negro detrás del personaje? Es para que no se vean los hilos. Y adviertan que al lado del fulano, pegado a su hombro izquierdo o derecho, siempre hay un caballero muy serio mirando el infinito y moviendo la mandíbula como si mascara chicles. Ese es el ventrílocuo. Es así y siempre ha sido así. No sean ingenuos: si tienen que admirar a alguien es a la tropa de apoyo, esos que como los actores secundarios de Hollywood se matan trabajando, aun sabiendo que cuando la figura pública termine su mandato ellos se tendrán que retirar en silencio, sin recibir ni una medallita, ni una palabra de reconocimiento. Habría que hacerles un homenaje. Y ya que estamos, si nadie se opone ya mismo paso la gorra, empezamos una colecta y vamos reuniendo fondos para erigirle un grande, bello y justiciero monumento al Asesor Anónimo.



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