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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

Dudosos papeles y extraños retornos en Economía

El estudio Liendo y Castiñeiras Abogados tiene entre sus clientes al Instituto Nacional de Reaseguros, ente en liquidación. Su trabajo –según confió a este diario Sergio Bunin, quien dirigió el organismo hasta hace pocos días– consiste en organizar la tercerización de los juicios laborales (es decir, su cesión a bufetes privados) y en tomar a su cargo el patrocinio del INdeR en cuantiosos litigios con compañías aseguradoras. Ese órgano en extinción, al que continuará un ente residual, depende del Ministerio de Economía, en cuya gestión actual desempeña un papel crucial el abogado Horacio Tomás Liendo (h), una de las cabezas del estudio arriba mencionado. La cuestión que inmediatamente queda planteada es si un profesional que integra el equipo del ministro Domingo Cavallo puede prestar sus servicios, al mismo tiempo, a una dependencia de esa cartera.
Liendo ha vuelto a jugar en esta rentrée de Cavallo el mismo papel estratégico que tuvo a partir de 1991, cuando diseñó desde la Ley de Convertibilidad hasta varias privatizaciones, pasando por la adhesión al Plan Brady. Esta vez preparó la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, el proyecto de incluir en la convertibilidad al euro, la delegación de poderes especiales por parte del Parlamento (superpoderes) y la abortada Ley de Crédito Público, una idea suya consistente en empeñar la recaudación impositiva en favor de los tenedores de títulos de la deuda estatal. Pese al protagonismo que asumió en la pelea política por esas iniciativas, Liendo afirma: “Es falso que yo sea funcionario público”.
Ya a comienzos de abril, después de haber ido al Congreso a empujar la llamada Ley de Competitividad, sostenía: “Tuve en mi condición de ciudadano el raro privilegio de ejercer intensamente mi derecho constitucional de peticionar a las autoridades. No era ni soy funcionario público”. Sin duda, su privilegio fue sumamente raro. De hecho, dos semanas atrás un letrado del INdeR recibió del secretario de Finanzas, Daniel Marx, la indicación de concurrir al estudio de Liendo para informar a su socio, José María Castiñeiras, sobre los asuntos legales del organismo. Castiñeiras ya había trabajado, el año pasado, también a instancias de Marx, en la redacción del decreto 1220, que fija criterios para que el INdeR efectúe pagos por $ 425 millones a las compañías que alegan acreencias contra esta repartición.
Más allá del confuso rol de Liendo, otros hechos extraños vienen detectándose también en el Ministerio de Economía. Entre ellos, la presencia del contador cordobés Oscar Cayetano Chialvo, ocupando un escritorio en una punta de la quinta planta. El se hizo cargo del INdeR en 1991, y al año siguiente, cuando se resolvió la liquidación del organismo, pasó a presidir la Comisión Liquidadora. Pero entre 1992 y 1994 ocurrió algo sorprendente: la deuda de la entidad con el sector del seguro se había disparado a 2000 millones. Roque Maccarone, hoy presidente del Banco Central y entonces secretario de Finanzas, Bancos y Seguros, le dio la pésima noticia a Cavallo.
“El ministro no podía creer lo que escuchaba –cuenta Roberto Guzmán en su libro Saqueo asegurado–. Recordaba que dos años atrás se le había informado que la deuda que había que afrontar por la liquidación del Instituto sería de unos 500 millones de dólares. En esos dos años se habían pagado 500 millones de dólares, es decir el total de la deuda inicialmente estimada, y no sólo no se la había cancelado sino que se había multiplicado por cuatro.”
Guzmán, que fue puesto al frente del INdeR a fines de septiembre de 1994, comenta que para Cavallo “había sido una decisión difícil de tomar. En su propio equipo algunos se resistían a aceptar que en los escándalos que se habían producido en el INdeR pudieran tener responsabilidad su último presidente, Oscar Chialvo, o su vicepresidente, Heriberto Moore, que venían de Córdoba y también habían sido designados durante la gestión de Cavallo”. (Quien se destacó en la defensa de Chialvo fue Carlos Sánchez, actual secretario de Industria.) No olvidar que esto ocurría antes de que estallara el escándalo del Proyecto Centenario (Banco NaciónIBM), protagonizado por el mediterráneo Aldo Dadone.
Al prologar el libro de Guzmán, publicado en octubre de 1997, Cavallo destaca que el autor “había enfrentado uno de los más organizados sistemas de robo de guantes blancos”, y evoca cuando, tres años antes, “le pedí que se hiciera cargo de la liquidación del INdeR, una de las áreas del Estado más descaradamente saqueadas”. Consigna además que “sólo un estado de corrupción a gran escala podía explicar el hecho de que tras dos años de funcionamiento de una Comisión Liquidadora la deuda aparente del organismo se hubiera cuadruplicado, a pesar de que éste ya no realizaba ninguna clase de contrato nuevo desde 1992 y que sólo se dedicaba a atender sus obligaciones pendientes, para lo cual se le había asignado un impuesto de afectación específica” (que gravaba las pólizas). En suma: Cavallo respalda enfáticamente la acusación de Guzmán contra Chialvo. Pero hoy este hombre proveniente del Grupo Feigin está de nuevo en Economía, compartiendo aposento con Edmundo del Valle Soria, ex secretario de Transporte.
Maccarone había estado reuniendo pruebas sobre la corrupción en el Instituto, cuando en junio de 1994 recibió una carta anónima. Su autor le relataba: “Hace años que trabajo en el INdeR. Siempre ocurrieron cosas raras, pero nunca como ahora, donde directamente hay un negocio montado para pagar a las compañías que les pagan coimas. No solamente les pagan lo que les deben sino que inventan deudas o hacen liquidaciones absurdas”. El incógnito corresponsal señalaba a los máximos responsables del Instituto y otros jefes, y aportaba nombres y teléfonos de personas que hacían los contactos con las compañías. La esquela concluía así: “Trabajo por un sueldo que no me alcanza para vivir y no quiero que me roben más. Por favor haga algo”. Denunciado ante la Justicia por Maccarone, el caso recayó en el juez Jorge Urso, tan célebre estos días. Cuando la causa pasó posteriormente a manos del escandaloso Carlos Liporaci, éste le dictó a Chialvo la falta de mérito.


 

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