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Estudiantes de Olavarría, un bicampeón jerarquizado

La obtención de la Liga Nacional de Básquetbol fue el mojón final en una temporada realmente exitosa, en la que consiguió además la Liga Sudamericana,
la Copa de Campeones y el Panamericano de Clubes.

Estudiantes de Olavarría, bicampeón de la Liga Nacional de Básquetbol, celebra la conquista.

Por Ariel Greco

Cuando Estudiantes de Olavarría finalizó cuarto su participación en el Sudamericano de Clubes en setiembre de 2000, muy pocos se imaginaron lo que vendría a lo largo de la temporada. Si bien el plantel había llegado a ese torneo con muy pocas prácticas y con otra dupla de extranjeros, los cuestionamientos por los cambios en el plantel no tardaron en llegar. La aparente menor jerarquía de los reemplazantes se marcaba como la principal causa de una posible debilidad para luchar por el bicampeonato. Sin embargo, nueve meses más tarde, esos pronósticos desalentadores quedaron totalmente desvirtuados. Con cuatro títulos en los cuatro certámenes que participó (Panamericano de Clubes, Copa de Campeones, Liga Sudamericana y Liga Nacional), Estudiantes coronó una temporada inigualable, obtuvo por segundo año consecutivo la Liga Nacional y se metió en la historia junto a Atenas y Ferro como los únicos bicampeones de la competencia. Un ciclo realmente brillante, que cerró de manera impecable al derrotar 4-1 a Libertad de Sunchales en la serie final de la Liga. Con un plantel supuestamente de inferior calidad, el equipo consiguió superar en rendimiento y en resultados la campaña del año anterior.
Obligado por las partidas de Rubén Wolkowyski a la NBA y Nicolás Gianella a Italia, el entrenador Sergio Hernández se vio forzado a modificar la columna vertebral del conjunto. Para reemplazar a Wolkowyski, el técnico se la jugó por Gabriel Fernández, un pivot que no terminaba de explotar en Boca. Para suplir a Gianella, la elección fue Paolo Quinteros, figura en el Torneo Nacional de Ascenso, pero sin ninguna experiencia en la A. Los dos le dieron la razón, ya que se transformaron en piezas fundamentales en la estructura del campeón.
Sin embargo, la mayor apuesta de Hernández fue prescindir del goleador J.J.Eubanks. El norteamericano fue la gran figura en el primer título, pero su excesivo individualismo conspiraba con el espíritu de equipo que pretendía el técnico. Por eso, en una decisión muy arriesgada, Hernández, elegido el mejor entrenador del año, se inclinó por Byron Wilson para reemplazarlo. El tiempo también volvió a demostrar que la medida fue acertada: Wilson fue seleccionado como el jugador más valioso de las finales y Eubanks fue partícipe del mayor fracaso de Atenas en su historia. Además, el dinero que aportaron los cordobeses para poder destrabar el pase de Eubanks cayó muy bien en Olavarría.
Según el padre de la criatura, la clave de los éxitos hay que encontrarla en la tranquilidad con que pudo desarrollar su tarea, avalado por una dirigencia confiable. “El título es una consecuencia de la coherencia en el trabajo y la continuidad de un proyecto que lleva tres años”, remarcó Hernández ni bien su equipo selló el triunfo ante Libertad. En cuanto al juego, para el técnico la mayor virtud está en mantener los pies sobre la tierra, más allá de los resultados. “Tenemos una gran convicción. El equipo siempre estuvo convencido. Mantuvo el equilibrio en los buenos momentos y cuando le tocó perder”, sintetizó el bahiense, que a lo largo de los play off en varias ocasiones retó con dureza a sus jugadores a pesar de las victorias.
El arranque no fue sencillo. Con el típico síndrome de los clubes de básquetbol que consiguen un objetivo, el acompañamiento del público en la primera fase no fue el esperado. Con un promedio menor a las 500 personas por juego, a la dirigencia de Estudiantes se le hizo muy difícil cumplir con el presupuesto pactado (unos 900 mil dólares por toda la temporada, algo menor al del la 99/2000). Así, en esos primeros meses, el atraso de sueldos con los jugadores generó un pequeña crisis, que incluso llevó al alero tucumano Gabriel Díaz a no jugar un partido en señal de protesta.
Superada la tormenta, Estudiantes demostró ser el mejor equipo argentino, al ganar la serie regular y asegurarse la ventaja de localía hasta el final. Un handicap que no le hizo falta utilizar, ya que tanto en la semi ante Boca como en la final ante Libertad perdió un partido en su casa, pero luego se recuperó para ganar los dos siguientes como visitante. Además, el trabajo se le vio facilitado ya que los dos rivales que aparecían con mayores posibilidades de destronarlo, Atenas y Peñarol, quedaron eliminados en cuartos de final. Así, con el camino despejado, apenas algunas pequeñas trabas lo separaban del quinto título en un año. Y las superó con solvencia para meterse en la historia del básquet argentino.

 

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