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Made in Madonna
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona

UNO Madonna volvió y es millones. Madonna ahora se está ganando a pulso y garganta sus millones en el escenario del Palau Sant Jordi de Barcelona -que misteriosamente no se llenó la noche inaugural del sábado mientras la reventa en Londres ya trepó hasta los 700 dólares– en el bestial arranque del The Drowned World Tour 2001, su primera gira mundial desde 1993. Madonna sale vestida de Tank Girl postapocalíptica con kilt escocés en honor a su maridito y rodeada de bailarines mutantes con máscaras de gas. Humo y láser y sonido y la locura de los que están abajo viéndola descender desde las alturas en una plataforma. Es el principio de una hora y cuarenta minutos en la que entran varios conciertos y varias Madonnas. Hay artistas a los que uno acude por sus canciones. Uno va a ver a Madonna para ver a Madonna –y de paso se la oye– que ahora sale y saluda con un “Fuck you, motherfuckers” y todo el mundo contento de ser insultado por Lady Madge.

DOS En los últimos días, en Barcelona todos dicen haber visto a Madonna. Súbitas manifestaciones de la virgen pecadora aquí y allá: comprando ropa por Paseo de Gracia, comiendo morcilla en un bar de tapas y, juran, hasta toreando una vaquilla o pescando en el Mediterráneo. Ahora, esta noche, todos los que quieren verla pueden verla a ella y a todas sus replicantes. Ahí está, ahí están. Varios modelos de Madonna vestidos por Jean Paul Gaultier para pasión y gloria de una puesta elegantemente esquizofrénica donde se recorrió más el presente de la cantante que su pasado: Madonna que arranca como heroína de un mundo devastado, Madonna que se convierte primero en delicada geisha enfundada en un kimono de mangas infinitas y después en furiosa karateca à la Tigre y Dragón flotando y dando patadas por encima del escenario convertido en tatami; Madonna que muta a cowgirl de establo con Gibson Les Paul en bandolera sobre un toro mecánico con asiento especialmente diseñado para acomodar sus posaderas mientras dispara y derriba a uno de sus bailarines; Madonna que desaparece mientras un instrumental “Don’t Cry For Me, Argentina” sirve de fondo fantasmal a parejas tangueras y masculinas (guiño al 65 por ciento de seguidores gays, dicen las encuestas, que bailaron hasta moler sus huesos); Madonna que vuelve psicodélica para “Beautiful Stranger”, bien flamenca para “La Isla Bonita” y disco-diva para el gran final con las festivas “Holiday” y “Music” mientras las pantallas bombardeaban con miles de imágenes de la estrella brillante a lo largo de los largos años y el estadio es arrasado por una tormenta de papel picado dorado. Después, como suelen hacerlo las diosas, se fue para no volver con bises porque todavía quedan cuarenta y siete conciertos y tres meses de gira y, la verdad, no hacía falta nada más. Uno sale de The Drowned World Tour como de las tripas de un dibujo animado o de un sueño húmedo de Andy Warhol y, después, resulta que volviste a tu casa caminando varios kilómetros sin darte cuenta.

TRES A la mañana siguiente, la prensa local –y los quinientos extranjeros que vinieron a presentar la quinta reencarnación de Madonna para la carretera– coinciden en que se trata de su mejor show, calculado al milímetro, las mejores canciones nuevas y buenas con poco de lo viejo y trajinado, todo muy lejos del tufo prostibulario y kitsch de espectáculos anteriores y más cercano a uno de esos circos de luxe última generación. The Drowned World Tour –”una representación teatral de mi música”, definió Madonna– es un gran efecto especial musicalizado por hits que se las han arreglado para formar parte del soundtrack de la cultura popular de las dos últimas décadas y que pasa por nuestras cabezas con potencia delocomotora y gracia de ultraliviano. The Drowned World Tour es, también, el punto de partida de una temporada barcelonesa que viene con todo y para todos los gustos: hoy David Byrne, mañana Moreno Veloso, el próximo fin de semana el festival Sónar con Sonic Youth a la cabeza. Y después, enseguida, Mark Knopfler, Alejandro Sanz, Depeche Mode, Serrat & Sabina en tándem, Guns’N’Roses, el megaconcierto en homenaje a Mandela, Roxette.
Ahora es casi la medianoche de sábado y una chica sale del Palau Sant Jordi y camina colina abajo y se saca la remera de Madonna y, en cueros, le pregunta a su amiga con los ojos bien abiertos por el síndrome de abstinencia: “Dime, desgraciada, ¿cuánto falta para que llegue U2, por Dios?”. “En agosto, linda, en agosto”, le responde su amiga mientras le acaricia el pelo. Y las dos pegan un grito de reinas del rodeo y salen corriendo en busca de un cajero automático de esos que venden entradas para repetir concierto de Madonna este domingo, misma hora y mismo lugar. Y lo bien que hacen, lo bien que hacen...

 

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