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FESTEJOS

Por Osvaldo Soriano *
Desde París

No sé si alguna vez les tocó seguir un partido por teléfono a once mil kilómetros de distancia. Mejor dicho: dos partidos al mismo tiempo. A mí sí, ésta es la segunda vez. Solo en la medianoche de París, encerrado en cuarenta metros cuadrados, igual que hace catorce años cuando era joven y San Lorenzo se fue al descenso. ¿Cómo festejo el título ahora? ¿Con quién lo comparto? ¿Qué hago?, ¿cuelgo las doscientas páginas de la novela y me voy a terminar la noche a Pigalle?
Mi hijo Manuel no pudo gozarlo todavía porque se pescó una faringitis que lo tiene durmiendo todo el día. Pucha, tendríamos que haber estado los dos en la cancha, se lo había prometido, le había dicho que nos abrazaríamos con Cheek si fuera necesario. Si había que hacerlo lo haríamos... Qué desastre como diplomático el yanqui... Después del lío que armó no quedaba un solo referí en el mundo capaz de dar un penal para San Lorenzo sin que lo acusaran de estar a sueldo de la Embajada de Estados Unidos. Podían asesinar al Pampa Biaggio en el área sin que nadie se diera por enterado. Durante la inolvidable semana que precedió al partido con nuestros hermanos de Rosario Central, yo me decía: los de Independiente no nos pueden fallar, no van a ir a La Plata a que les bailen en la cara; pero al mismo tiempo los de Gimnasia, si ya hicieron un campañón, no se van a pinchar justo ahora y en su cancha. Y la respuesta que me daba a mí mismo era alentadora: no pueden ganar siempre, no son el Santos de Pelé, alguien los tiene que bajar, ya en el año treinta y tres les robamos un campeonato, por qué no enterrarlos de nuevo si, se sabe, el cartero siempre llama dos veces.
A las once de la noche de Francia la angustia ya me tenía afiebrado y ahora, tres horas más tarde, todavía no se me pasó. Sabrán perdonar los lectores la parcialidad y las tonterías que pueda decir. Estuve hasta recién festejando a gritos, despertando vecinos, tirándome de cabeza en el colchón. ¡Vamos San Lorenzo, carajo! ¡Veinte años después de aquellas campañas inolvidables, el Ciclón vuelve a ser el más grande, el que hizo un estadio nuevo y lo estrenó con un campeonato! Tenía que darse: si uno trabaja como Veira y consigue tener un plantel como éste, y sin encima hay algún Dios, y bien, entonces el campeón no podía ser otro (...)
¿A qué se parece eso de ser campeón, pregunta usted? Mire: es algo así como un champán seco y cálido que baja por la garganta. Una cosquilla ahí donde usted quiere. La piel rejuvenece de golpe. En una sola noche a los calvos les crece el pelo y se cura el ardor de estómago. Yo, por ejemplo, usaba anteojos para leer y escribir. Bueno, ya no, ya se curó. Escribo estas líneas de la mano de Dios todopoderoso, veo las letras de San Lorenzo Campeón con la misma claridad con que Beethoven escuchaba más allá de los zumbidos y la sordera. ¿Si me lo esperaba? Tenía la sospecha, mire. Me parecía que esos volantes (Monserrat, Galetto, Netto, Silas) eran los cuatro buenos jugadores que pedía Dante Panzeri para formar un equipo de primera línea. Además estaba Ruggeri, que ya ganó todos los títulos y les transmite a los otros esa cosa ecuménica, ese aire fenomenal que necesitaba tener el bueno de Arévalo para reventarla de punta. Si hubiera estado en lugar del técnico, yo lo hubiera puesto a Rivadero de cuatro; ya sé que no es su puesto, pero era un pecado que estuviera afuera. Y le haría un monumento a Passet, que atajó penales, balazos, pedradas, moscardones y todo lo que quisieran tirarle. Muchachos del glorioso Ciclón: gracias por todo. Gracias por no arrugar en el momento crucial. Vuelvan a su casa felices. Esto no será Boca ni River, pero tiene su historia y un corazón grande como una lengua de jabalí. Ya están en nuestra pequeña historia. Dentro de algunos años sus nombres se pronunciarán con el fervor con que hoy decimos los de Martino, Sanfilippo, Telch, Cocco y Albrecht. Y el de un tal Cancino, que hace casi cuarenta años sacó una pelota imposible sobre la raya. Pueden pedir lo que quieran y les será concedido. Ganaron con los colores que yo sólo pude vestir en mis sueños.
Ahora son las tres de la mañana del lunes en París. Voy a llamar para alquilar una pilcha de moda y un Rolls Royce Silver Shadow, como Carlitos Gardel, y ya mismo salgo a incendiar la noche. Que me encuentren borracho en un puente del Sena o en brazos de Margarita Gauthier. ¡Abran cancha, llega un campeón!

* Esta nota fue publicada el 27 de junio de 1995, cuando San Lorenzo obtuvo su último título antes del alcanzado el domingo por la tarde.

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