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LA POLICIA Y GENDARMERIA AISLARON
EZEIZA PARA IMPEDIR EL PASO DE TRABAJADORES
El día de los piqueteros uniformados

Para evitar que los trabajadores
de Aerolíneas pudieran realizar su asamblea en Ezeiza, la Gendarmería dispuso retenes a lo largo de la Autopista Riccheri, con lo cual provocó un congestionamiento de autos primero y después el cierre del acceso al aeropuerto. Los viajantes sólo pudieron llegar a pie. Escenas de pánico y angustia en la autopista.
Los pocos pasajeros que pudieron superar los retenes y llegar a abordar lo hicieron a pie. Más de treinta cuadras separaban el final del camino en auto hasta el Aeropuerto.


Por Marta Dillon

Quienes ayer transitaron la autopista Riccheri, desde Puente 12 hasta tres kilómetros antes de la entrada del aeropuerto Ministro Pistarini, tuvieron la sensación de haber atravesado el túnel del tiempo. Y lo peor es que ese túnel desembocaba en una postal de otras épocas. No había otra forma de explicar los tres retenes que la Gendarmería Nacional dispuso en esos pocos kilómetros –más de cien efectivos en cada uno– para evitar que los trabajadores de Aerolíneas Argentinas y Austral llegaran hasta el aeropuerto internacional. Como si fuera el mundo del revés, la carrera de obstáculos en que se había transformado la autopista terminaba en una barrera doble de gendarmes y efectivos de la Policía Aeronáutica que de cara a los manifestantes retenidos allí recibían a los gritos un mote particular: “¡Piqueteros!”. En el medio quedaron quienes, pasaje en mano y cargando sus valijas como penitentes, tuvieron que caminar más de tres kilómetros para alcanzar lo que ayer parecía un destino imposible: subir a un avión.
Desde la mañana empezaron a llegar a la autopista Riccheri los camiones cargados de efectivos pertrechados con armas largas, granadas de gases y bastones. Nada había en ese camino que hiciera suponer un conflicto, sólo el pavimento y los uniformes verde oliva que generaban desconcierto entre los conductores de los vehículos que avanzaban a paso de hombre por un único carril. La explicación llegaría más adelante, tres kilómetros antes de llegar al aeropuerto, donde quedaron los trabajadores de Aerolíneas -la mayoría enrolados en la Asociación de Personal Aeronáutico y Aeronavegantes– a los que se fueron sumando, con el correr de las horas, otros gremios como ATE, docentes, telefónicos y representantes de la Central de Trabajadores Argentinos.
“Acá la que corta la ruta es la Gendarmería; nosotros queríamos hacer una asamblea en nuestro lugar de trabajo, incluso ofrecimos hacerla en el estacionamiento para no trabar la salida de los vuelos de otras empresas”, decía Ariel Basteiro, dirigente de APA, mientras le reclamaba desde su celular al ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, que quitara los retenes armados. “¿Qué quiere, que hagamos la asamblea en los bosques de Ezeiza?”, le preguntaba al ministro antes de cortar una comunicación interrumpida desde el inicio. Tampoco hubiera sido fácil hacer una asamblea entre los árboles que rodean la autopista: decenas de policías federales se apostaban allí, acompañados por la división perros. Unos mastines amenazadores que a la vez eran la última barrera por la que debían pasar los atemorizados pasajeros que sudando y lamentándose por los posibles regalos que abultaban el equipaje –y ahora aumentaban su carga– eran advertidos permanentemente: ¡Cuidado, no se acerque!
Los llamados telefónicos con miembros del Poder Ejecutivo fueron la constante de una tarde tensa en la que cualquier movimiento podría haber desatado una violencia contenida que era posible hasta respirar. Los ladridos de los perros, el motor de dos helicópteros que sobrevolaban la zona y el constante repicar de los redoblantes fueron el telón de fondo de las comunicaciones con Ramón Mestre, ministro de Interior, con Ricardo Ostuni, vocero presidencial y con Chrystian Colombo, jefe de Gabinete. “Chrystian, te lo pido por favor, hacé algo, son mis compatriotas los que están acá, sólo quieren hacer una asamblea, hacé algo”, imploraba la diputada María América González, tal vez canalizando una angustia que nadie quería expresar. Cuando cortó, el resto de los diputados allí presentes –Marcela Bordenave, Oscar González, Jorge Rivas, Héctor Polino, Alfredo Bravo y Jorge Giles– se acercó para preguntarle. “Me dijo que me tranquilice”, fue la obvia respuesta del jefe de Gabinete, que además aseguró que lo único que podría cambiar el estado de cosas sería una orden del mismo presidente. Orden que nunca llegó.
“Esto es toda una experiencia, nunca caminé por acá”, decía una pasajera que intentaba llegar a tiempo para tomar un vuelo a Nueva York. Pero suoptimismo no era compartido por el resto de los viajantes que tuvieron que atravesar el laberinto de autos detenidos, gastando las rueditas de sus equipajes sobre el asfalto –los que tenían más suerte– o cargando sobre los hombros unos bolsos que muchos hubieran deseado haber dejado en casa. Más de 25 grados a las cuatro de la tarde enrarecían aún más un aire ya viciado por la poca distancia que había entre los trabajadores y los uniformados. Distancia que los dirigentes y los diputados mantuvieron con esfuerzo durante toda la jornada.
Mientras, en el aeropuerto, los trabajadores que habían logrado burlar los piquetes de la Policía Aeronáutica –con pasajes falsos, la mayoría– demoraban el vuelo de Iberia de las 14.30 y directamente impidieron el embarque del de las 21.40 tapando con sus cuerpos los mostradores del check in. En un espigón elegante y desierto, los trabajadores de las empresas en conflicto hacían sonar una batucada que parecía no tener fin. Los pasajeros de Iberia y Aerolíneas –muchos habían sacado su ticket hace meses– miraban desconcertados las pantallas electrónicas. “Consulte con la compañía”, decía en el espacio destinado a Iberia. Pero los representantes de la empresa estaban ausentes, nadie dio una explicación, no hubo alternativas, ni nadie a quien preguntar. Lejos de allí, a casi un kilómetro de la barrera de uniformados, al final de las mil personas que se reunieron llegando las siete de la tarde, los remiseros aguardaban a los audaces que abandonaban el aeropuerto a pie, caminando por los costados de la ruta, exponiéndose a los perros de ataque.
Ninguna negociación parecía tener éxito. Los diputados pidieron al jefe del operativo que dejaran pasar a los dirigentes para que pudieran comunicarse con sus compañeros dentro del aeropuerto. La Policía Aeronáutica lo concedería siempre que se liberara un carril de la autopista. “Es ridículo –dijo Basteiro–, si son ellos los que cortan la ruta”. Durante todo el día siguieron llegando fuerzas de seguridad, cerca de las ocho ya eran dos tanquetas, un camión hidrante y seis camiones de la Policía Federal los custodiaban el camino hacia el aeropuerto detrás de la barrera de Gendarmería y auguraban una tensa noche que tanto los trabajadores como los uniformados pasaron sobre una autopista que parecía un túnel del tiempo hacia épocas supuestamente pasadas de la Argentina.

 

“Símbolo del fracaso”

El tradicional periódico conservador The Financial Times calificó ayer, en una nota editorial, a la crisis de Aerolíneas Argentinas como el símbolo del “fracaso de las reformas de mercado de la última década” en el país. “Hoy en día, Aerolíneas está al borde de la desaparición y el país está en quiebra, languideciendo en una recesión y esforzándose para cumplir con los compromisos de una deuda pública creciente”, señala el matutino londinense. El comentario apunta que, en muchos aspectos, Aerolíneas Argentinas ha pasado a ser un símbolo del “fracaso de las reformas de mercado de la última década” y “la razón, dice un grupo creciente de críticos, es una mezcla de corrupción oficial, mala administración de los ejecutivos (privados) e incompetencia de los reguladores, que a menudo han tenido éxito solo en transformar monopolios públicos ineficientes en monopolios privados caros”. Agrega que con las privatizaciones “se vendió casi todo, y las empresas españolas se mostraron interesadas en renovar su presencia en las ex colonias” y refiere que los capitales españoles temen ahora que “un surgimiento del nacionalismo económico pueda poner en peligro sus inversiones”. “La situación ha desatado una ola de indignación en la Argentina, donde la gente acusa a los españoles de todo, desde una administración incompetente y deficiente a directamente un despojo de bienes”, señala el periódico, que sin embargo apunta que “pocos argentinos desean volver a la época de las compañías del Estado”.

 

Amenaza de bomba

El vocero de la Fuerza Aérea, comodoro Jorge Reta, informó anoche que el Aeropuerto Internacional de Ezeiza había recibido una “amenaza de bomba”, mediante “un llamado telefónico anónimo”. “El jefe de Aeropuerto acaba de recibir una amenaza de bomba en algún avión que está en el Aeropuerto”, dijo el comodoro en declaraciones a la señal de cable Crónica TV. El uniformado aseguró que “se están tomando todas las medidas de precaución, y como forma preventiva está siendo revisado el equipaje” de todas las aeronaves que se encuentran en la estación aérea. “Fue una llamada anónima que no especificó en qué empresa en particular se habría depositado” el supuesto artefacto explosivo.
No fue el único incidente producido fuera del ámbito de la Autopista Ricchieri. Efectivos de la Policía Federal desalojó anoche por la fuerza a un grupo de trabajadores de Aerolíneas Argentinas que realiza una sentada frente a las puertas de un hotel del barrio porteño de Retiro. La intención de los manifestantes era impedir la partida de un ómnibus con destino al Aeropuerto Internacional de Ezeiza que transportaba a los tripulantes del vuelo de Iberia de las 21.40 horas.
Los efectivos respondieron con empujones y golpes, logrando desbaratar la resistencia de azafatas y otros miembros del personal de Aerolíneas.

 

LA SEPI PEDIRIA HOY LA QUIEBRA DE AEROLINEAS, SEGUN UNA VERSION
Insinuaciones de un final adelantado

Si algo faltaba para corroborar que Aerolíneas Argentinas vive sus horas cruciales, y que éstas no son muchas, el condimento lo puso la versión que circuló anoche acerca de que la empresa pediría su propia quiebra en el día de mañana y la ambigua respuesta del jefe de Gabinete a dicha especie. “No es necesariamente cierto” que Aerolíneas vaya a quebrar el próximo viernes, respondió Chrystian Colombo, aunque reconociendo que “una de las posibilidades” es que “deje de funcionar”. No son comentarios tranquilizantes, pero son mucho más cercanos a la realidad que todo lo manifestado hasta el momento por funcionario público alguno desde que estalló el conflicto.
Según la versión que divulgó anoche Canal 13, la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales habría adoptado la decisión de pedir su propia quiebra ante la imposibilidad –o falta de voluntad– de seguir operando la empresa, y que la misma ya había sido puesta en conocimiento del ministro de Infraestructura, Carlos Bastos, que anoche mismo arribaba a Madrid.
La novedad no podría sorprender por inoportuna, porque parecido desplante le había hecho la SEPI al gobierno argentino 24 horas atrás, cuando a una intimación para que reanude los vuelos a siete destinos internacionales, le respondió con el corte del servicio a otros dos puntos clave. Pero por otra parte, una decisión de pedido de autoquiebra no iría, necesariamente, a contramano de la estrategia de salida del conflicto que imaginan los hombres de Domingo Cavallo.
Sugerentemente, el presidente Fernando de la Rúa expresó ayer su convicción de que Aerolíneas seguirá operando, pero con los actuales inversores u otros. La alternativa de conformar una nueva empresa que se haga cargo del servicio de Aerolíneas fue ganando fuerza en las filas del gobierno en los últimos días, a medida que se fue convenciendo de la falta de intención de la SEPI de continuar al frente de la empresa. Y la búsqueda tiene, hasta ahora, un único candidato: Eduardo Eurnekian.
Insistentes versiones indican que el titular de Aeropuertos Argentina 2000 ya habría avanzado en las negociaciones con LAPA, de Gustavo Deutsch, y Dinar, de la familia De Simone, para conformar junto a Southern Winds un “pool” que explotaría las rutas a abandonar por Austral y Aerolíneas. El punto de negociación es qué proporción de personal absorbería la flamante empresa, que se denominaría “Nueva Aerolíneas Argentinas”, y en qué condiciones. En tal sentido, la quiebra allanaría el camino al empresario.
Ayer el Senado mostró buenos reflejos para reaccionar ante la versión de una inminente quiebra. La Cámara alta, en un trámite sumarísimo, dio media sanción anoche a un proyecto que, a través de una modificación a la ley de quiebras, propone que sean respetados los puestos de trabajo y los convenios colectivos de los 7000 empleados de Aerolíneas Argentinas, en el caso de que la empresa quede en la situación prevista en esa norma. El proyecto es iniciativa de los senadores justicialistas disidentes Liliana Negre de Alonso y Héctor Torino, quienes recibieron el apoyo del PJ y la oposición mayoritaria del radicalismo, que reclamó mayor tiempo para considerar la propuesta.
El texto modifica los artículos 198 y 199 de la ley de Quiebras (24.522) para que la firma que compre una empresa en la situación contemplada por esa norma se vea obligada a respetar las condiciones laborales preexistentes. Negre de Alonso planteó que la aprobación del proyecto “abre la posibilidad de prevenir un escenario, el de la quiebra, que se ve cada vez como más posible en el caso de Aerolíneas”. Agregó entonces que “esta ley, que modifica las reformas introducidas en 1995, obligará a quien se haga cargo de la empresa a respetar los puestos de trabajo y los convenios colectivos, y evitará que 7000 familias queden en la calle por maniobras financieras”. La intervención de la senadora puntana recibió el apoyo de su compañero del interbloque disidente del PJ, Héctor Maya, y de los justicialistas Ramón Ortega, José Gioja y Carlos Funes, y del radicalAlberto Maglietti. La conducción del bloque radical, encabezada por Jorge Agúndez, intentó sin éxito postergar el debate.

 

OPINION
Por J. M. Pasquini Durán

Conducta

Son las Malvinas aéreas. Idénticos sentimientos de pertenencia y, a la vez, de indignación por el despojo aletean en la opinión general de los argentinos, aun entre aquellos que ni las conocen, más allá de cualquier racionalidad vulgar o simplificadora. El vaciamiento, por incompetencia o premeditación, de Aerolíneas Argentinas (AA), al parecer es la gota que rebalsa la copa en la saturada sensación de hastío y frustración que agobia a tantos compatriotas. La empresa de bandera fue cedida por el Estado nacional al Estado español, en la ola privatizadora de los años 90, con la repetida excusa de sanear las cuentas públicas para echar bases de futuros bienestares y progresos. ¿Cuántos creyentes de entonces comprenden ahora que compraron un buzón? En todo caso, más vale tarde que nunca.
El gobierno nacional, con los reflejos esclerósicos, en lugar de hacerse cargo del conflicto lo corre de atrás, con los pies maneados por las sospechas de confabulaciones opositoras. Será por eso que su aproximación a la defensa de lo que la mayoría considera patrimonio a preservar es semejante a la “política de seducción” que el menemismo aplicó en vano a la recuperación de las islas Malvinas. Tampoco es casual que el negociador oficial en España sea el ministro de Infraestructura, Carlos Bastos, privatizador militante en la década menemista y que el ministro de Economía, Domingo Cavallo, protagonista principal en la gestión de gobierno, sea también el mismo de aquella época. Desde la cartera de Trabajo, Patricia Bullrich cumple la instrucción de agradar a “los mercados” y bajar, por lo menos, en 20 por ciento del costo laboral en el país. La decadencia argentina ha llegado al punto de ofrecer en el mercado internacional sólo dos cualidades: pagar a cualquier costo la deuda pública y proveer mano de obra muy barata.
Cuando ya la actitud de la empresa estatal española cerraba filas alrededor de un plan que proponía, entre otras medidas, el inmediato despido de mil cuatrocientos empleados de AA, lo primero que se le ocurrió al presidente Fernando de la Rúa, antes de la obstrucción de su arteria coronaria derecha, fue desentenderse del problema porque se trataba de una “empresa privada” y lo último, después que lo destaparon, según otro nuevo vocero, fue culpar a un sindicalista por obstrucción deliberada del reajuste planificado por los operadores españoles, principales responsables de esta crisis. El Presidente tiene varios voceros, pero nada bueno para comunicar cuando el asunto le interesa a la mayoría social.
No es el único atolondrado por el pensamiento único que instalaron los conservadores en el mundo y el menemismo en el país. Anteayer se reunieron los gobernadores justicialistas, pero en lugar de concentrarse en la suerte futura de los siete mil trabajadores de AA y de la empresa de bandera argentina perdieron horas discutiendo si iban o no a visitar a Carlos Menem en la prisión residencial de Don Torcuato. Casi al unísono, los senadores del PJ también estaban ocupados con sus propias deliberaciones acerca del mismo juego de las visitas. Los plenarios legislativos siguen como espectadores el drama que tiene en vilo al ánimo nacional. Sus pecados son tan bíblicos, según parece, que no se animan a tirar la primera piedra, aunque más no sea para hacerse ver a cuatro meses de las elecciones de octubre.
Una vez más, salvo las consabidas excepciones minoritarias, los ciudadanos en problemas carecen de amparo suficiente en las instituciones representativas del Estado. Cuando se trata de políticas públicas en las dimensiones que se requieren para modificarlas sin un tremendo desgaste de todos los involucrados en el pleito, sobre todo de los trabajadores que están sin salario ni horizontes, el compromiso de las representaciones gremiales en defensa de sus asociados es necesaria y meritoria pero insuficiente. Hace falta el consenso público, que hoy existe, y la voluntad política de los niveles Ejecutivo y Legislativo del Estado, hoy carentes de energía, aunque más no sea para proteger aquello que está al cuidado de la administración pública, como es el control de los derechos y obligaciones de las concesiones que otorga para determinados servicios de interés general.
La seguridad jurídica figura casi siempre en las demandas de cualquier empresa, nacional o extranjera, porque esa condición les garantiza que ninguna mutación imprevista en el cuadro político pueda alterar las reglas del juego. En su nombre, la Alianza recibió la herencia de su antecesor sin beneficio de inventario, a libro cerrado, con el mismo argumento que usó Menem para justificarse: “Si no los pueden vencer, únete a ellos”. Esa seguridad, sin embargo, si quiere ser válida al interés general, tiene que apoyarse en el principio básico de la igualdad ante la ley. Es verdad que AA fue transferida al control externo durante la administración menemista, pero eso no exime a las partes de los compromisos adquiridos, como está haciendo el concesionario español cuando por su propia voluntad cancela rutas y abandona otras obligaciones.
Cuando la situación se examina sin perderse en la maraña de argumentos técnicos o jurídicos que pueden exhibir los especialistas, es fácil comprender que no se trata de un conflicto entre el capital y el trabajo, sino de una responsabilidad político-institucional del Estado en la custodia de bienes que han sido puestos bajo su custodia, no sólo en cuestión de rutas internacionales sino incluso de justicia social. Con la pretensión de delegar esa competencia en uno o más gremios de trabajadores, lo único que está haciendo es renegar de sus mandatos primarios. Si la máxima autoridad del gobierno reniega de sus deberes, o los desvía, está rebajando la calidad institucional de la democracia y envía uno de los peores mensajes a la sociedad: “Sálvese quien pueda”. Podrá o no actuar sobre las causas, pero tarde o temprano deberá enfrentar las consecuencias de su conducta.

 

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