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ROBERT GELLATELY, AUTOR DE �APOYANDO A HITLER�
�Para saber del Holocausto bastaba con leer los diarios�

¿Los alemanes fueron �seducidos� por Hitler y no sabían nada de los campos de exterminio? ¿Tenían miedo y callaban? ¿O sabían y apoyaban? En su nuevo libro, este historiador canadiense afirma que Dachau era uno de los lugares �más famosos de Alemania�, que Hitler explicó claramente en sus discursos qué estaba haciendo y que aun así mantuvo el apoyo de los alemanes. Y las razones, advierten, no son una congénita maldad de esa nación sino la búsqueda �de ley y orden� en una situación de crisis.

Página/12
en Gran Bretaña

Por Marcelo Justo
Desde Londres

–Usted ataca la idea aceptada por muchos historiadores de que el pueblo alemán fue víctima pasiva de un régimen dictatorial. ¿Cuánto sabía la gente de lo que estaba ocurriendo?
–Muchas veces se asume que todas las dictaduras son iguales. Se les aplica el concepto de Estado policial, pensando que ese Estado aterroriza a todo el mundo por igual. Con el nazismo también tenemos unas cuantas ideas estereotipadas. Una imagen clásica es la de una sociedad totalmente militarizada, sometida a un exhaustivo lavado de cerebro, que obedecen como robots las consignas gubernamentales. En resumen, la idea de la pasividad. En mi investigación yo encontré algo diferente. La relación del nazismo con la sociedad alemana circuló por dos canales: uno de coerción y otro de consentimiento. En cuanto al primero, hay que tener en cuenta que el mecanismo del terror de Estado no fue aplicado masivamente y sin distinción: fue selectivo. En el primer año de gobierno nazi, en 1933, se aplicó a los comunistas. Un año más tarde se había extendido a otros “criminales políticos”. Para 1936 abarcaba a “vagos, violadores, degenerados sexuales y criminales crónicos”, y a la persecución cada vez más sistemática de judíos. Esta “limpieza” era ampliamente reportada en los principales medios periodísticos del país y fue una razón decisiva del apoyo que la clase media dio a Hitler. Muchas veces se piensa que las clases medias respaldaron a Hitler a pesar de sus aspectos represivos. Yo creo lo contrario. Una de las razones fundamentales de la popularidad de Hitler fue esa política represiva, que para un vasto sector de la población alemana era equivalente a la reimposición de la ley y el orden. El régimen es bien consciente de esto. El primer campo de concentración, el de Dachau, en 1933, en las afueras de Munich, es ampliamente publicitado por el gobierno. No como un campo de exterminio, obviamente, pero sí como un campo modelo de reeducación para comunistas.
–Pero no había una estrategia de intimidación en esta propaganda. ¿No se le estaba diciendo a la gente: usted puede ser el próximo?
–Hay que distinguir dos cosas: las historias que publicaba la prensa y cómo eran percibidas por el público. Una de las cosas que disparó mi investigación fue el material que descubrí mientras preparaba mi anterior libro sobre la Gestapo y el pueblo alemán. Había un artículo periodístico en el que se contaba la historia de una mujer, denunciada anónimamente porque “parecía judía”, que fue arrestada, juzgada y deportada a un campo de concentración. Lo que me impactó de la nota no fue tanto el virulento racismo del texto sino el tono de normalidad con que estaba escrita. Era obvio que historias de ese tipo aparecían con frecuencia en los diarios. Revisando sistemáticamente la prensa de la época, me encontré que este tipo de información estaba efectivamente a disposición del público. No sólo el régimen no escondía lo que hacía, sino que lo daba a conocer porque buscaba el apoyo activo del pueblo alemán. De modo que la estrategia de intimidación que usted menciona funcionó en relación al reducidísimo núcleo de personas que estaban en desacuerdo con el nazismo. Para ellos, la publicación de esas historias podía constituir una amenaza. Pero para el resto era una publicitación de la eficacia del gobierno en ejercer la voluntad de la mayoría y limpiar a Alemania de indeseables. Nuevamente el ejemplo del campo de Dachau es emblemático porque coincide con el ascenso al poder nazi en 1933. En mayo de ese año, el diario local se vanagloriaba de que Dachau es el “lugar más famoso de Alemania” y que su campo de concentración era conocido en el mundo entero.
–Sin embargo dos meses antes, en las elecciones de marzo del ‘33, Alemania está totalmente dividida. La socialdemocracia, los comunistas y el partido católico de centro obtienen casi la mitad de los votos yobligan al nazismo a formar una alianza para conseguir la mayoría. ¿Cómo se explica que ocho meses más tarde, en las elecciones de noviembre, Hitler consiga un 90 por ciento del apoyo popular, que obviamente incluía gente que había apoyado a la socialdemocracia y los comunistas?
–Alemania era un país en crisis. La experiencia parlamentaria que sigue a la primera guerra mundial, la República de Weimar, era a los ojos de mucha gente un fracaso que había llevado a la humillación internacional, a una gigantesca crisis económica, al caos político y la decadencia de las costumbres. A principios de 1933 había ocho millones de desempleados en Alemania, equivalente a casi el 40 por ciento de la población. Del ‘27 al ‘32 los índices de delincuencia se duplican en muchas ciudades y hay varias olas de delitos que generan una creciente percepción de inseguridad ciudadana. Súmele las batallas callejeras diarias entre nazis y comunistas y los cambios que se estaban operando en las costumbres y las relaciones entre los sexos, y el resultado era para mucha gente una sociedad en estado de descomposición. Esto se visualiza muy claramente en un dato contemporáneo al ascenso del nazismo: en 1932 la tasa de suicidios se cuadruplica. Creo que los alemanes estaban hastiados del experimento democrático y a partir de la elección de marzo de 1933 deciden darle una oportunidad al triunfador, Hitler. Otro elemento muy importante entre las elecciones de marzo y las de noviembre fue el concordato que Hitler alcanzó con el Vaticano que dejó en manos del nazismo una importante fuerza política: los cuatro millones y medio de votos católicos que hasta ahí se habían inclinado por el partido de Centro. De modo que no es tan sorprendente que Hitler haya conseguido un apoyo tan abrumador en las elecciones de noviembre. Si bien se realizaron bajo un sistema de partido único, lo cierto es que ni la estrategia de votos estropeados que utilizó lo que quedaba de oposición –unos tres millones y medio de alemanes– disimula el claro respaldo que obtuvo Hitler del conjunto de la sociedad alemana.
–De esta inmensa mayoría, ¿cuánta gente realmente sabía de la represión, de la persecución de judíos y del Holocausto?
–A partir de la guerra se dejó de hablar de los campos de concentración en Alemania, pero hay que recordar que una buena parte de la población estaba en el ejército, combatiendo en otras partes de Europa. Fuera de las fronteras de Alemania, sobre todo en el este europeo, el Holocausto no tenía nada de secreto. Muchos alemanes trabajaban diariamente en los campos de concentración. La cuestión era a veces tan pública que se podían hacer visitas guiadas a los campos. Pero además creo que muchas veces se hace demasiado hincapié en los campos de concentración y se olvida que el Holocausto ocurrió mucho más en las calles, en el seno de la sociedad, que en lugares supuestamente invisibles. En Polonia se mataba a plena luz del día, sin ocultamientos. El ejército alemán, que estuvo metido hasta el cuello en el tema del Holocausto, ejecutó en una sola jornada a 20 mil judíos en Polonia por la vaga sospecha de que podía haber comunistas entre ellos. Esto quiere decir que había testigos alemanes de estos hechos que, cuando regresaban del frente, comunicaban a familiares y amigos lo que habían visto. Estos relatos orales eran luego retransmitidos y diseminados por el resto de la sociedad. Pero insisto con un punto esencial: para saber del Holocausto bastaba con leer los diarios. En enero de 1939, en un discurso público, Hitler hace una profecía en la que textualmente dice lo siguiente: “Si los financistas internacionales vuelven a sumergir a las naciones en una guerra mundial, la raza judía será aniquilada y eliminada de Europa”. Hitler no vuelve a mencionarlo, pero en septiembre del ‘41 aparecen posters con el texto de esta profecía por toda Alemania. En esos días, en un diario de venta masiva, en primera plana, el ministro de propaganda Josef Goebbels declara que la profecía de Hitler se está cumpliendo. Esto podía tener un solo sentido: los judíos estaban siendo exterminados. En 1942 el mismo Hitler se refiere unas cinco veces a su profecía y confirma que se está realizando. A todo esto se le da amplia cobertura. Por supuesto, en ningún momento le dicen a la gente con todas las letras, “estamos cometiendo un genocidio y queremos que sean parte del mismo”. Genocidio es un término negativo y por lo tanto habría afectado la moral de la población, que necesitaba creer que estaba luchando una guerra justa. Pero están tan cerca de decirlo que en realidad sólo hace falta un mínima deducción intelectual para entender que se está aniquilando a los judíos.
–El sociólogo sudafricano Stanley Cohen señala que el mecanismo primordial en estas situaciones es la negación, ya no literal –de los hechos mismos– sino interpretativa. No se niega que haya campos de concentración, pero sí su significado, es decir, el genocidio.
–Es cierto. El mecanismo de la negación operaba en los genocidas mismos. Ellos estaban deliberadamente matando de hambre a los judíos y al mismo tiempo decían que la cosa más humana para hacer con ellos era matarlos porque si no iban a sufrir más. Otro ejemplo. Se comenzaba diciendo que esa gente era inferior, se los mataba de hambre para que parecieran efectivamente inferiores, y se justificaba entonces la decisión de eliminarlos porque eran inferiores. Es decir el mecanismo de la profecía autocumplida. En cuanto a la población en su conjunto, uno puede asumir que desconocían el uso industrial de cámaras de gas para la solución final, porque esto no tuvo difusión pública en la prensa, pero tenían suficientes fuentes de información para saber lo que estaba ocurriendo. La sociedad nazi era una sociedad dominada por los medios de difusión masiva. Los alemanes era lectores voraces de diarios y el mismo régimen, que hizo todo lo posible para que cada hogar tuviera acceso a la radio, publicitaba abiertamente su política represiva. La conclusión es inevitable.
–Esa es la tesis central de su libro: la sociedad alemana no podía ignorar lo que estaba sucediendo. ¿En qué se diferencia con la posición adoptada por el historiador Daniel Goldhagen, para quien Hitler no hizo más que liberar el antisemitismo latente de los alemanes?
–Yo creo que el trabajo de Goldhagen fue muy importante por los temas que planteó. No estoy de acuerdo con el enfoque monocausal que adopta. Creo que él subestima el papel de Hitler, al decir que lo único que hizo fue liberar una fuerza que latía en Alemania desde el siglo XVII. Además identifica al nazismo con un mero antisemitismo y cree que su popularidad se debe a que persiguió a los judíos. Esto no es así. En 1933 Alemania era el país menos antisemita de Europa, con la excepción de Gran Bretaña. Los judíos de Alemania eran envidiados por los de Europa central y del este, y durante los años de la República de Weimar tuvieron más oportunidades sociales, para ejercer como jueces o académicos, que en Estados Unidos. Esta situación obligó a los nazis a seguir una política gradual. Las primeras víctimas del nazismo fueron los comunistas y otros sectores considerados por muchos alemanes como una amenaza al orden social, como delincuentes, violadores, etc. Sólo gradualmente, como consecuencia de la progresiva discriminación, y con la radicalización del régimen que ocurre a raíz de la guerra, los judíos se convierten en verdaderos parias.
–¿Qué se puede aprender de la historia?
–Una cosa que no debemos hacer si queremos aprender algo es demonizar a los alemanes porque al hacerlo estamos simplemente negando el fenómeno, haciendo racismo al revés, diciendo que sólo podía pasarle a ellos, por su racismo congénito. En realidad creo que el nazismo podía sucederle a cualquiera que pasara por circunstancias similares de desempleo masivo, de violenta inestabilidad política y de vertiginosos cambios sociales y culturales. Por eso insisto en que la popularidad del nazismo no se basó en sus dementes políticas raciales sino en típicos valores de clase mediacomo el orden, la limpieza, la pulcritud, la obediencia, el amor a la patria. Esos valores no son diferentes a los que encontramos en las sociedades actuales. Por ejemplo, durante el nazismo se tipificó a los criminales, de manera de establecer que si se cometía más de una cantidad de veces el mismo delito, se encerraba al delincuente de por vida. Este tipo de medidas de ley y orden concitaron el apoyo de la clase media alemana y son similares a las que se están proponiendo hoy en día en Estados Unidos, Gran Bretaña y seguramente Argentina, para combatir el problema de la inseguridad ciudadana y suscitar el apoyo de amplias capas de la población. De modo que nunca hay que olvidar que en realidad la democracia es un estado de cosas muy frágil que hay que cuidar. El nazismo es una clara advertencia.

¿POR QUE GELLATELY?

Por M. J.

Una advertencia del pasado

El nazismo es el paradigma del mal humano, el corazón de las tinieblas que acecha a cada sociedad e individuo. Como tal se ha convertido en un invalorable objeto de estudio y debate para comprender no sólo lo que pasó alguna vez, sino lo que podría repetirse en alguna de las complicadas vueltas de la historia. Nuevas revelaciones sobre los vínculos del nazismo con respetabilísimas empresas como la IBM o con estados como Suiza emergen con perturbadora regularidad, revelando el entramado de intereses y complicidades que culminó en el Holocausto. La reciente biografía de Hitler del historiador Ian Kershaw arroja nueva luz sobre esa encarnación demónica que fue el Führer y el papel que cumplió como artífice y demiurgo de la atroz maquinaria nazi.
Uno de los puntos más polémicos e inquietante de la compleja madeja de interrogantes que plantea el nazismo es el papel que cumplió la sociedad alemana. Sobre todo una pregunta que resuena con particular ferocidad en los oídos argentinos: ¿supo o no la sociedad que el Holocausto estaba ocurriendo? Durante mucho tiempo los historiadores asumieron que los alemanes se habían volcado a Hitler por la crisis económica que vivían, pero que no sabía nada de la aniquilación de judíos, gitanos, eslavos, y un largo etcétera. En un estudio clásico de 1966, el ex director de uno de los más prestigiosos “colleges” de Oxford, Lord Dahrendorf, indicaba que “la mayoría de los alemanes no tenía conocimiento de los crímenes violentos perpetrados por las autoridades nazis” y 20 años más tarde, el prestigioso historiador alemán Hans-Ulrich Thamer sugería que los nazis habían “seducido” y “engañado” a una sociedad pasiva o renuente a aceptar su mensaje apocalíptico.
En su magnífico libro, Backing Hitler (Apoyando a Hitler), el historiador canadiense Robert Gellately, profesor de Historia del Holocausto en la Universidad de Massachusetts y autor de La Gestapo y la Sociedad Alemana, demuestra que los alemanes sabían mucho más de lo que quieren reconocer. Lejos de ignorar la política represiva nazi, la apoyaron con entusiasmo, como demuestra la vasta publicidad que tuvo el primer campo de concentración, el de Dachau, en 1933. Esta tesis puede parecer a primera vista similar a la que Daniel Goldhagen expuso en su polémico Hitler’s Willing Executioners (Los verdugos voluntarios de Hitler): la sociedad alemana en su conjunto fue la “entusiasta ejecutora” del Holocausto. Sin embargo, Backing Hitler se inclina por una explicación mucho más inquietante que la del racismo al revés de Goldhagen, que convierte a los alemanes en perversos congénitos e irrepetibles. Según Gellately, la sociedad alemana de aquella época no se diferencia mucho de las sociedades occidentales del presente. Una crisis económica, la sensación de caos e inseguridad ciudadana, el desaliento ante el presente y la desesperación por la falta de futuro pueden desembocar en turbulentos fenómenos políticos. Ni siquiera la actual solidez económica de los países desarrollados los hace inmunes a estos peligros, como demuestra el florecimiento de movimientos de extrema derecha en Europa. Desde esta perspectiva, el nazismo es el grito de alerta que nos lanza el pasado desde no muy lejos.

 

 

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