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PANORAMA POLITICO
Por J.M. Pasquini Durán

ESPECTROS

Versiones tejidas con malicia o con ignorancia revolotean sobre los conflictos sociales, cubriéndolos con sombrías sospechas para confundir los orígenes, los métodos y los fines de actos que son, en última instancia, hijos de la desesperación. Dado que la miseria excluyente afecta a millones de compatriotas y ninguna estadística puede ignorar el dato porque está a la vista de todos, las víctimas son comparadas con rebaños de mansas ovejas azuzados por malévolos pastores, presuntos causantes últimos de cada estampida. Con ese truco de ilusionismo publicitario pretenden que el desempleo, los salarios míseros, los subsidios escasos y transitorios, los abusos y la indiferencia de los poderes, las políticas públicas empecinadas en vulnerar la justicia social, aparezcan ajenos, inocentes, de las convulsiones que trastornan el orden establecido, en vez de reconocer la responsabilidad directa que les cabe por tantos trastornos. En lugar de mirar con prismáticos invertidos, que alejan en lugar de acercar la realidad, más de uno debería preguntarse por qué no hay más estallidos teniendo en cuenta los daños que sufren tan vastas porciones de la sociedad, sobre todo en sus capas más vulnerables.
Los desamparados que forman piquetes como los de General Mosconi (Salta), según esas versiones interesadas, son excitados y manipulados por agitadores extraños a esas comunidades. Antes de aceptar ese argumento falaz, deberían repasar el diario de campaña de Che Guevara en Bolivia para recordar que aún en condiciones misérrimas de vida ninguna persona está dispuesta a poner el cuerpo para que lo muelan a palos o le peguen un balazo sin la convicción íntima y la decisión de participar. Cualquiera en el país sabe, además, que para atraer la atención de los poderes hay que aparecer en los medios de difusión masiva, los audiovisuales en primer lugar, pero que éstos sólo acuden si las conductas son alborotadas y espectaculares. Nadie más que la mayoría de los gobernantes confirma aquello de que “si no está en TV, no existe”.
Asimismo, sin el concurso voluntario de esos mismos medios cuántas injusticias, cuántos crímenes, cuántas lacras, seguirían encerradas en las gavetas de los dispensadores de impunidad y entre los pliegues de los dobles y triples discursos. Por algo, la libertad de prensa, aun a riesgo de algunos excesos, es condición primordial de la democracia y es el derecho que más pronto cancelan las dictaduras y sus cómplices. A veces, en la democracia aparecen falsos magos de la propaganda que susurran, en oídos predispuestos, que las insatisfacciones populares se deben a que la prensa se ocupa más de los alborotadores que de la silenciosa fatiga de los administradores temporarios del Estado. También el hombre que cava un pozo de día y lo tapa de noche encontrará a la madrugada siguiente que el terreno está igual que en la jornada anterior, a pesar de las energías invertidas en labor tan ardua como fútil. A esa inutilidad se refiere el dicho popular sobre “los que no sirven ni para dar la hora”. La mala comunicación no engendra hambre, desocupación ni otras humillantes privaciones que emergen de la injusta distribución de las riquezas. Por otra parte, si las innovaciones económicas del oficialismo son improductivas se debe a la desmesurada avidez de los especuladores financieros y a los privilegios de “los mercados”, sin culpas de los piqueteros, de los manifestantes callejeros o de la prensa.
Otra de las capciosas versiones atribuye a los voceros o caudillos sobresalientes de los hijos de la desesperación extrañas maniobras con los subsidios o los alimentos en beneficio propio, con un método que es habitual en la práctica de muchos punteros de los partidos mayoritarios. Si no hubiera intención de desprestigiar a esos movimientos y el cuento fuese cierto en este o aquel lugar, la tentación está disponible porque el reparto desde el propio Estado está pensado para cazar votos o para apaciguar los focos de furia allí donde se encienden, en lugar de proponer soluciones generales como el subsidio que se propone para jefes/as de hogar sin trabajo con ayuda suplementaria para los hijos en edad escolar. Esta decisión, cuyo costo anual causa gracia contrastado con los compromisos del megacanje de bonos, evitaría la confusión entre ciudadano y cliente de la política. En cambio, lo que percibe el desamparado es que esos moralistas que ven la paja en ojo ajeno son parte de “la mediocridad de una vida política canibalista en que los unos se devoran a los otros”, de acuerdo con la enumeración de las posibles razones de la decadencia argentina que escribió en el diario español El País, reproducido ayer en La Nación, el ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti.
A propósito de los episodios de violencia ocurridos en General Mosconi, con francotiradores incluidos, de inmediato hubo voces dispuestas a imitar la de aquel pastor mentiroso que asustaba al poblado anunciando la presencia del lobo (hasta que un día llegó de verdad pero nadie le hizo caso). La fábula, sin ninguna evidencia que la corrobore, habla de comandos de lucha armada que tendrían campamento, hasta puestos sanitarios para atender a los propios heridos, en el monte cerrado, adonde los gendarmes no llegan, según dichos de su comandante, para no molestar a los vecinos del lugar, mientras allanaban casas de Mosconi sin detenerse en las buenas maneras para localizar “subversivos” urbanos. De ser verídicas esas presunciones, el presidente Fernando de la Rúa debería despedir de un plumazo a los servicios de inteligencia, incluido el de la Gendarmería Nacional, por desavisados. Si de imaginar se trata, con la ventaja de numerosos antecedentes, bien podría suponerse un acto de provocación organizado por los que quieren “demonizar” a los piqueteros y justificar la represión abierta, hasta involucrar a las mismísimas fuerzas armadas. Dado que los uniformados son tan proclives a celebrar efemérides y conductas de los próceres, vaya esta cita: “La Patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyo sacrificio se mantiene”. El que la tenía clara era José de San Martín, que la pronunció en Mendoza en setiembre de 1816.
Basta releer la crónica de Clarín de ayer, acerca de la acción de una veintena de “encapuchados de origen dudoso” que actuaron después de la marcha de apoyo a los piqueteros de Salta, promovida por CTA y Corriente Combativa, con miles de manifestantes que caminaron desde Liniers a Plaza de Mayo y se desconcentraron sin un solo incidente, hasta que de pronto aparecieron estos agentes de la capucha. Escribe la cronista Mariana García, entre otros elementos de juicio: “Sobre la calle Chacabuco, a veinte metros de donde explotó la molotov contra el Banco Francés, ocho policías custodiaban otro banco, el HSBC. El grupo [de encapuchados] pasó por la esquina, con sus rostros cubiertos y palos en las manos. Los policías siguieron allí, sin moverse. No había banderas ni consignas que pudieran identificar a los encapuchados [...] Uno de ellos [a rostro descubierto] saludó con un ‘qué hacés vieja’ al fotógrafo de Clarín. El mismo con quien se había cruzado el lunes pasado, cuando fue destrozada la Casa de Salta. Desaparecieron tan rápido como aparecieron. A cien metros, otros ocho policías miraban hacia el sur de la avenida. La dirección contraria por donde habían aparecido los encapuchados”.
Comentando esta descripción, el vocero gubernamental Juan Pablo Baylac aseguró en una radio porteña que tampoco le constaba que los citados policías de uniforme fueran verdaderos. Increíble, ¿no? Tanto como que las mayorías del Congreso no hayan pedido los informes pertinentes del Gobierno, de la Gendarmería y de la Justicia para develar todas las versiones maliciosas y la identidad de los que pueden actuar en “zona liberada”. Por el momento, lo único indiscutible es que el 62,3 por ciento de los 22 mil habitantes de General Mosconi no tiene trabajo y lo mismo el 56,7 por ciento de los 60 mil habitantes de Tartagal. En la Casa Rosada estudian un plan de empleos para esta zona y otras del sur (Cutral-Có y Plaza Huincul), que de concretarse sería un paso adelante respecto de los criterios anteriores, como el que expone con frecuencia la ministra Patricia Bullrich, que sueñan con los espectros de los que quieren desestabilizar la democracia y cuando lo dicen miran hacia los sindicatos y los hambrientos.
Del mismo modo, hay que resaltar el compromiso que acaba de asumir el Estado en el problema de Aerolíneas Argentinas, después de negarse durante mucho tiempo a hacerse cargo de las consecuencias del vaciamiento de esa empresa. Son actitudes valiosas pero todavía aisladas, porque ayer mismo el Presidente insistió ante cronistas paraguayos que en Argentina no hay riesgo social. El ex gobernador bonaerense Eduardo Duhalde comentó esta semana que De la Rúa debe estar muy agotado porque es diferente al que conoció en el Senado. Ni qué decir si su vida perdiera sentido porque no puede alimentar a la familia, ni encontrar trabajo, ni tener médicos que lo curen, ni poder alguno que se interese por su suerte, como le sucede a los excluidos de la Argentina que lo hizo Presidente por mayoría de votos.


 

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