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Don Jorge
Por Miguel Bonasso

Ayer murió a los noventa años de edad don Jorge Taiana, que fue, a la vez, una de las grandes figuras del peronismo histórico y un maestro de la cirugía torácica en la Argentina. Su firma elegante y clara puede observarse al calce de dos estratégicos certificados de defunción: el de María Eva Duarte de Perón, el 26 de julio de 1952, y el de su viudo Juan Domingo Perón, el 1º de julio de 1974. Un dato que lo convierte en el único médico que asistió en sus respectivos finales a los dos personajes más populares de la historia argentina contemporánea. Pero Taiana, además de cosechar lauros como especialista, académico, político y diplomático, fue una de las expresiones más tolerantes e inteligentes del gigantesco movimiento de masas que para bien y mal gravita en la política argentina desde 1945. Su adscripción a ese peronismo democrático que encarnaba Héctor Cámpora y fue sepultado por personajes subalternos como el Brujo José López Rega no era producto de la casualidad o el oportunismo, sino de su propio temperamento amplio y sereno y de una formación humanística que lo iguala con algunos otros grandes médicos argentinos que fueron a la vez escritores, periodistas o políticos. No es de extrañar que en una historia cruel como la argentina su fidelidad a esos principios le valiera cárcel y destierro y la persecución de propios y ajenos. Persecución a la que alude, de manera tangencial y pudorosa, en su libro El último Perón (Testimonio de su médico y amigo) que lanzó el año pasado.
En esa obra postrera, Taiana revela algunos secretos reveladores, como la mala salud terminal de aquel último Perón que accedió al drama de su tercera presidencia a pesar del cauteloso consejo de sus médicos (el propio Taiana y el cardiólogo Pedro Cossio).
Con finura, sin acritud, Taiana relata los entretelones de aquella mala salud que fue secreto de Estado y sólo su elegancia natural le permite disimular la náusea que le provocó verlo al mucamo López Rega tirando de los pies del cadáver más importante de la Argentina, para restituir a la vida “al Faraón”.
Poco después de esa escena macabra, don Jorge debería abandonar por algunos meses el país porque su nombre fue uno de los primeros que figuró en las listas de Alianza Anticomunista Argentina, la tétrica Triple A, creada por el mucamo. Regresó en 1975 para tratar de que Isabel Perón .que tanto le debía– liberase a su hijo Jorge, pero no lo consiguió y el primogénito tuvo que bancarse los años de la dictadura en varias prisiones, entre ellas el famoso “pabellón de la muerte” de La Plata, de donde sacaron a Dardo Cabo y otros compañeros para fusilarlos en descampado. (Un cuarto de siglo más tarde, el antiguo preso político llegaría a ser secretario general de la CIDH de la OEA.)
En la dictadura militar, don Jorge haría su propio recorrido carcelario: primero en el barco “33 Orientales” y luego en Magdalena, hasta sumar cinco años de prisión a los que debe agregarse otro año de arresto domiciliario. Igual que a Héctor Cámpora, los militares le dictaron una interdicción sobre sus bienes y lo investigaron hasta la minucia para tener que admitir a regañadientes que su patrimonio era absolutamente legítimo y bien habido.
El primer gobierno constitucional, presidido por Raúl Alfonsín, le hizo justicia al integrarlo a un consejo especial de defensa de la democracia y nombrarlo embajador en Yugoslavia y Austria. Taiana regresaba entonces a la brillante parábola iniciada cuando se recibió con medalla de oro y fue becado, sucesivamente, en grandes centros médicos de Bruselas, París, Berlín y Estocolmo o en el Massachusetts General Hospital de la Universidad de Harvard.
En los primeros 40, de regreso en el país, fue discípulo del gran José Arce y en el Clínicas fue adquiriendo maestría en la cirugía torácica,hasta convertirse en el primer profesor de esa materia y luego en el creador del Instituto de Cirugía Torácica.
Su acercamiento al peronismo vino a través de la medicina, como admirador y seguidor de ese formidable sanitarista que fue Ramón Carrillo. Pronto sería, junto a los Finochietto, uno de esos bisturíes de oro que el gobierno peronista exhibiría ante una “contra”, elitista y racista, que acusaba al poder popular de carecer de “materia gris”. Primero fue decano de la Facultad de Medicina (1952) y luego rector de la Universidad Nacional de Buenos Aires (1952-1954). Naturalmente, cuando llegó la llamada “Revolución Libertadora” fue erradicado de la vida pública y de la cátedra. Se dedicó entonces por entero a la profesión y le fue tan bien como para llegar a ser vicepresidente del International College of Surgeons y mucho después, tras las tormentas de los setenta, profesor emérito de la UBA.
En los años de oscuridad y exilio interno que fueron desde 1955 hasta comienzos de los setenta, Taiana se vio y carteó con Perón, que estaba exiliado en Madrid, y el viejo líder lo hizo miembro del Consejo Superior del Partido Justicialista y de la Comisión que organizó su retorno en noviembre de 1972. Durante los gobiernos de Cámpora, Raúl Lastiri y Perón, fue un ministro de Educación amplio y progresista, opuesto visceralmente a la derecha cavernaria que habría de sucederlo, con personajes como Oscar Ivanissevich.
En marzo había cumplido 90 años y estaba muy lúcido. Su hijo Jorge me confió que en estos últimos días de su vida leía poesía. Nada extraño en un humanista apasionado por las más diversas disciplinas, que escribió ensayos sobre el Quito colonial, los dibujos anatómicos de Leonardo Da Vinci o la religión y la ciencia en el antiguo Egipto. El patriarca, al que sobreviven su segunda esposa, cinco hijos y dieciséis nietos, lucía sereno, pero estaba minado por una secreta angustia: que la Argentina de la rapacidad y la indiferencia destruya de manera total y definitiva aquella sociedad que levantó como bandera la justicia social, la independencia económica y la soberanía política y a la que don Jorge entregó sus mejores años de médico y ciudadano.



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