Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira


A LOS 76 AÑOS MURIO AYER, DE CANCER, EL NOTABLE ACTOR JACK LEMMON
Los héroes pueden ser gente común

El actor de "Piso de soltero" y �Desaparecido� llevó adelante una carrera en la que con el mismo talento fue del drama a la comedia. Su vinculación con Billy Wilder y Walter Matthau marcó una época de Hollywood.

Lemmon junto con Sissy Spacek en “Desaparecido”, uno de sus mejores trabajos dramáticos.

Por Luciano Monteagudo

Bajo la máscara de la comedia o del drama, que manejaba con la misma ductilidad, fue siempre el hombre común, el estadounidense medio, el individuo gris sometido a la alienación del mundo contemporáneo, o a circunstancias superiores a sus fuerzas. No se puede decir que Jack Lemmon –fallecido ayer en Los Angeles, a los 76 años, de cáncer– no haya luchado férreamente contra los encasillamientos y los estereotipos, al punto que más de una vez abandonó Hollywood para probar su talento en el gran teatro de Broadway, pero el cine fijó en él esa impronta, tan alejada del típico, indestructible héroe norteamericano. En Lemmon había una fragilidad que lo hacía siempre humano, próximo, entrañable, en el humor o en el dolor, ya fuera el divertido saxofonista en fuga de Una Eva y dos Adanes o aquel padre consumido por la angustia de saber a su hijo desaparecido en Missing, que le valió la Palma al mejor actor en el Festival de Cannes 1982.
Cosa rara entre los actores de su generación, Lemmon tuvo una formación universitaria (en Harvard nada menos), que ya a fines de los años 40 le permitió hacerse de un nombre en el teatro de Nueva York, aunque pagaba las cuentas con frecuentes apariciones en los programas pioneros de la televisión norteamericana, cuando todavía se hacía en vivo, sin red. Un buscador de talentos de la Columbia no tardó en llevárselo a Hollywood, donde debutó junto a Judy Holliday en La rubia fenómeno (1954). Cuenta la leyenda (que el mismo Lemmon ayudó a difundir) que el director George Cukor le dio allí una lección que el actor no olvidaría jamás. “Menos, siempre menos, mi querido muchacho”, dicen que le dijo Cukor, con esa finura tan propia de su estilo. “¿Me está pidiendo que no actúe?”, se enfureció el joven Lemmon. “Oh, mi Dios, por supuesto”, le respondió el director.
Desde su primera película, Lemmon supo entonces que en cine menos es más y esa experiencia no tardó en abrirle camino en Hollywood, al punto que un año después ya se llevaba un Oscar al mejor actor secundario por su arrolladora interpretación del irreprimible alférez Pulver en Mister Roberts (1955), el film bélico codirigido por Melvyn LeRoy y John Ford. Sus dotes de comediante comenzaron a ser pulidas por Richard Quine en Sortilegio de amor (1958), junto a Kim Novak, pero fue el encuentro con el maestro Billy Wilder, en Una Eva y dos Adanes (1959), en compañía de Marilyn Monroe y Tony Curtis, el que marcaría no sólo su carrera sino toda una etapa del cine de comedia norteamericano. Lemmon fue a Wilder lo que Marcello Mastroianni a Fellini: un rostro capaz de reflejar todo un imaginario, una figura perfecta para expresar la visión del director.
“La felicidad, eso es trabajar con Jack “, solía decir Wilder (que tiene 95 años, cumplidos el viernes pasado), un genio indiscutido de la comedia, que convocó al actor para otros seis films, entre ellos auténticos clásicos, como Piso de soltero (1960) e Irma la dulce (1963), donde la ternura de Shirley MacLaine la convirtió en la perfecta partenaire del actor. Otro encuentro decisivo en la carrera de Lemmon fue el que mantuvo con Walter Matthau (fallecido el año pasado), con quien hizo diez films, empezando con Por dinero casi todo (1966), también de Wilder y terminando con la serie de Viejos gruñones con que reaparecieron en los años 90. La rutina de ambos era un equivalente a la de Stan Laurel y Oliver Hardy, con Lemmon haciendo siempre el personaje de un tímido y neurótico avasallado por el brusco pragmatismo de Matthau. Quien mejor supo aprovechar esos personajes fue el comediógrafo de Broadway Neil Simon, en su clásico Extraña pareja (1968), donde Lemmon interpretaba a un hipocondríaco insoportable, que anticipaba al paranoico de Prisionero de la Segunda Avenida (1975), otra popular comedia de Simon.
Mientras consolidaba una y otra vez su fama de comediante, se propuso también demostrar que era un soberbio actor dramático. El primero en darle esa oportunidad fue, paradójicamente, Blake Edwards, el director de La fiesta inolvidable y La pantera rosa, que en Días de vino y rosas (1962) le dio el papel de un dipsómano incurable, que arrastra su matrimonio a la ruina. “Fue la película más importante de mi vida”, afirmó más de una vez Lemmon, refiriéndose a las posibilidades que le abrió al margen de la comedia. De hecho, el único Oscar al mejor actor protagónico que consiguió fue por otro papel dramático, ese comerciante en crisis con su vida de Sueños del pasado (1973). En la misma cuerda dramática,consiguió llevarse la Palma de Cannes al mejor actor por El síndrome de China (1979) y Desaparecido (1982), donde Costa Gavras utilizó su máscara del hombre común para contrastarla con una realidad –las dictaduras de América latina sostenidas por la CIA– que por entonces el estadounidense medio se negaba a reconocer. En los últimos años, el único papel a esa altura fue el que compuso para Oliver Stone en JFK (1991), un siniestro Jack Ruby con el que se animó a arriesgar esa imagen tierna y benigna que ha quedado de él en la memoria colectiva.

 


 

HOLLYWOOD, EL OFICIO, LA CARRERA Y LA SUERTE
“Yo no creo en el talento”

Estos son algunas frases extraídas de entrevistas de Jack Lemmon:
“El cine cambió por completo en los últimos 40 años. Se hace difícil filmar, porque una película cuesta en promedio 30 millones de dólares, y eso sin muchos efectos. No me gusta que cada vez se dé más importancia a los efectos especiales en vez de las relaciones humanas. Se dejan llevar por la violencia y el sexo de manera exagerada, pasan a representar un papel principal. En este momento atravesamos una larga serie de películas supertaquilleras donde vuelan cabezas, automóviles y edificios.”
“A medida que voy envejeciendo aprendo más sobre mi oficio. Descubrí que me río cada vez menos con los chistes, y que lo que realmente me atrapa es aquello que revela la conducta humana. Lo bueno es encontrar el lado cómico de nuestras pequeñas tragedias.”
“Todos hacemos malas películas. Ocurre más menudo que las buenas. Pero fui capaz de trabajar en películas que funcionaron, no sólo en la boletería sino también para la crítica y el público... lo suficiente como para que siga dando vueltas. Gracias a Dios, todavía consigo papeles buenos. Me apasiona actuar, lo amo, lo respeto. Me puede.”
“Mi infancia fue muy triste, signada por las borracheras de mi padre. El alcohol es una esclavitud de la cual hay que liberarse cuanto antes.”
“Me gustan las películas que tienen un punto de vista. No es estrictamente necesario que esté de acuerdo con el punto de vista para actuar, pero siempre me atraen los films que hacen que la gente piense.”
“En algún momento me volqué a la música. Aprendí a tocar el piano y eso me atrapó durante algún tiempo. Después, en un rasgo de omnipotencia, escribí, actué y dirigí un musical en el colegio. Fue una osadía.”
“Mi carrera fue bendecida. Nadie tuvo oportunidades más valiosas, con excelentes papeles, guiones magníficamente escritos y una gran diversidad. Me siento muy privilegiado.”
“Más de una vez, a la noche, mientras cambio canales en la TV encuentro algo mío que no vi en el último cuarto de siglo, y puedo decir ‘eso está bastante bien, mejor de lo que pensaba’. Pero por lo general me digo ‘¿Por qué lo interpreté de esa forma?’.”
“En este negocio hay un enorme porcentaje de suerte. No creo en la teoría del talento. Llegué a Hollywood para trabajar en un pequeño papel en una tonta comedia. Pero en esa misma época buscaban a alguien que pudiera ser la coestrella de Judy Hollyday en su próxima película. Alguien me vio en esa estúpida comedia y me propuso hacer una prueba. Y resultó que fui la persona indicada. No creo que eso sea talento. Sé que soy buen actor, pero otra persona pudo haber pasado la prueba y ser la coestrella de Judy Hollyday.”

 

Camarones fritos con helado

Una anécdota podría definir el carácter absurdo y el eterno humor que caracterizaron a Jack Lemmon. En 1960, Walter Matthau estaba comiendo en un restaurante. Entró Jack Lemmon y pidió camarones fritos con helado de chocolate. Matthau le reprochó: “¿Cómo puede pedir una cosa así en un restaurante judío?”. “Buenos días”, le respondió Lemmon, a lo que Matthau replicó: “Sentate”. A partir de este momento, ambos actores fueron casi inseparables, formando una de las parejas legendarias del séptimo arte. La unidad perfecta se rompió hace casi un año, cuando el 1º de julio Matthau falleció víctima de un infarto.
Lemmon y Matthau comenzaron a trabajar juntos en 1966 en el film de Wilder Por dinero casi todo, y el mismo año rodaron Extraña pareja. En su tercer film juntos, Primera Plana (1974), también dirigidos por Wilder, hicieron una parodia sobre la vida de los periodistas de sucesos. El cuarto fue Aquí un amigo, también de Wilder (1981). Su siguiente aparición tardó trece años (Dos viejos gruñones), y la última obra a dúo fue Bailando sobre el mar, de 1998. En total, existen diez películas con la seña de identidad de esta pareja: el rostro pétreo y los rudos comentarios de Matthau y el humor seco de Lemmon. “Somos un viejo matrimonio”, dijo Matthau en 1994. “¿Por qué deberíamos competir? El es pequeño y dulce y yo soy grande e imponente”.

 

PRINCIPAL