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¿Tinellización o
país banalero?
Por Rudy

Desde hace un par de semanas se ha acuñado un neologismo para designar un viejo fenómeno: muchos medios hablan de “tinellización”. ¿En qué consiste la tinellización? Básicamente nadie lo sabe, aunque casi todos lo repiten, cual “supercalifragilisticaespiralidosa”, “patapúfete” o “sumbudrule” de la Argentina siglo XXI. Lo que se sabe es que en un programa de tevé, conducido por Marcelo Tinelli, hay un imitador del Presidente que lo hace parecer lento, distraído, confundido, “perdido en la noche”. Se dice que:
a) El Gobierno no tolera semejante burla.
b) Las masas enardecidas reconocen en este programa al guía que los llevará hacia la liberación definitiva.
c) El gobierno iniciará una campaña que incluye todo tipo de medidas para frenar el efecto de este fenómeno incontrolable.
Quizá los medios que difunden estas hipótesis se hayan equivocado y resulte que:
La hipótesis (a) está referida a los mercados.
La (b) al programa que la Alianza levantara en el ‘99.
Y la (c) al caos socioeconómico y la desocupación que estamos sufriendo.
Pero de ser cierto que el Gobierno se preocupa tanto por quien lo imita en su aspecto más superficial, el hecho sería grave. ¿Acaso no deberían poner el foco en los que, más allá de la caricatura, lo imitan en los aspectos más profundos? Quiero decir: los verdaderos enemigos, ¿no son quienes, sin ser gobierno, actúan como si lo fueran desde hace rato?
Algunos medios se ocupan mucho en señalar que “los humoristas políticos son inocentes”, y muy poco en señalar a los verdaderos culpables del caos, porque eso vende menos. Más que tinellización, vivimos el triunfo de lo banal; somos, parece, una república banalera.
Por supuesto que Tinelli, y los demás involucrados, agradecidos. A ellos les sube el rating. Los medios, felices porque “venden” con ese tema. Y el Gobierno, contento: tiene un enemigo dócil que sólo le critica el peinado, la lentitud o la pavada. Por unas semanas, parece que ganan todos.
¿Ganan todos? No... ganan los de siempre, gana la farándula. La tragedia se repite como farsa, y la gente común pierde. La gente pierde, por ejemplo, la dimensión de la realidad, cuando se compara el poco afortunado comentario de un funcionario sobre Tinelli y su imitador, con la verdadera censura que se ejerció en la época de la dictadura. O incluso en el ‘92 contra Tato Bores (¿se acuerdan de la jueza Baduburubudía, el ludibrio y la eutrapelia?).
Cuando el Gobierno se queja de que al Presidente lo dibujan narigón, está promoviendo que lo dibujen más narigón y menos “desocupagón”, “recesigón” o “riesgopaigón”. Humor político o de actualidad hubo siempre: algunos se ocuparon de la nariz, otros de la economía; es obvio que el Gobierno va a preferir a los que le critican sólo la nariz, aunque sea para elevarlos como “enemigo” y hacerlos más conocidos.
En medio de todo esto, otro blooper oficial: el Presidente se baja el sueldo, y ahora no le alcanza la plata. Los humoristas deberíamos estar agradecidos por alguien que se preocupa tanto por nuestra fuente de trabajo.
Sin embargo, la realidad es otra: el verdadero humor, el bueno, tiene más que ver con lo que nos angustia que con estos bloopers. Y la realidad es que ni la nariz ni el sueldo del Presidente nos angustian. ¡Ni siquiera su promocionada lentitud! ¿O es que a alguien le gustaría que el Gobierno hiciera esto mismo, pero más rápido?
Siempre sostuve, a contramano de muchos opineitors, que cuando se fuera Menem los humoristas seguiríamos teniendo trabajo. De hecho, el propio ex presidente nos sigue dando de qué hablar, además de los que lo reemplazaron en el gobierno. Pero no es la avispa, no es el peinado. Son las armas, es la Justicia, o que el mismo ministro de Economía, ese santo que lograra el “milagro argentino” en los ‘90, trate ahora de arreglar su propia imagen, no sea cosa de que la gente le rece a otro. Esos son nuestros temas, nuestras fuentes, nuestras angustias de verdad. Lo otro, es el adorno.
Los humoristas no necesitamos que el Presidente sea lento, narigón o pelado, ni que se quede sin plata el día 15 (o sea 10 días después que muchos ciudadanos). Mientras “algo ande mal” tendremos material de trabajo: lo que no funcione en política, economía, fútbol, salud y ecología. Y el día que “todo ande tan bien”, que el malestar en la cultura que describiera Freud hace más de 70 años (y eso que él vivía en Austria, no acá) deje de ser real, el día que no nos angustie nada, bueno, ese día sí le pediremos al Gobierno que nos ayude con algunos bloopers.



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