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Equilibrio y altura musical en el
cuarto concierto de la Filarmónica

Con la dirección del chileno
Juan Pablo Izquierdo, la orquesta de Buenos Aires tocó obras de Kröpfl, Lutoslawski y Beethoven.

El Adagio de Kröpfl fue intenso.
Izquierdo lo dirigió convencido.

Por Diego Fischerman

El cuarto concierto del ciclo de abono de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires tuvo un valor ejemplificador. Por un lado, el de que cuando el director es respetado por la orquesta y cuando uno y otros son capaces de mantener la concentración, el nivel crece considerablemente. Por otra parte, porque las ovaciones recibidas por la obra que abrió el concierto demostraron que, cuando están bien tocadas, las obras contemporáneas están lejos de ser el monstruo que algunos imaginan. La tercera constatación tuvo que ver con el efecto de una programación equilibrada, en la que no faltaron ni las novedades ni los grandes hits. El chileno Juan Pablo Izquierdo, que dirigirá también el próximo concierto de la orquesta, abordó el repertorio elegido con convicción pareja y, sobre todo, poniendo en todos los casos el máximo de sí para que cada una de las obras sonara de la mejor manera posible.
El Adagio In Memoriam de Francisco Kröpfl se une, en un punto, con la obra que le siguió, el Concierto para cello y orquesta de Witold Lutoslwski. Ambas composiciones buscan territorios expresivos fuera del encasillamiento de la tonalidad y encuentran una suerte de modernidad ajena a los lugares comunes de lo que no es tonal. Aunque en rigor ninguna de las dos obras es tonal, no hay allí temor ninguno a las consonancias e, incluso, a acordes y sucesiones melódicas que en otros contextos (y en manos de otros autores) sonarían neoclásicas. El Adagio fue conmovedor. Aquí, quien aparece en los hechos como una de las figuras principales de la música electroacústica en Argentina parece haber abandonado algunos de los tópicos fundamentales de su obra y, sin embargo, escribe una composición paradójicamente menos fechada que otras aparentemente más modernas. El Concierto de Lutoslawski, por su parte (magníficamente tocado por Ricardo Sciammarella) fue electrizante. La segunda parte, con la Sinfonía Nº 7 de Beethoven tuvo una intensidad similar y mostró a la orquesta con una homogeneidad notable.

 

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