Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

KIOSCO12

PANORAMA POLITICO
Por J. M. Pasquini Durán

CONFIANZA

Los “formadores de mercado” desconfían de la fortaleza del Gobierno para cumplir, a rajatablas, el séptimo ajuste en menos de dos años de gestión. En la otra punta, la mayoría popular teme que la debilidad del mismo Gobierno lo vuelva inútil del todo para atender a las urgentes demandas sociales. La diferencia entre esos temores reside en la capacidad de unos y otros para influir sobre el futuro. Mientras los mercados picanean al Poder Ejecutivo mediante la manipulación del riesgo-país y del mercado de capitales, los ciudadanos no encuentran la confianza en sus propias fuerzas ni en las de sus representantes para salir de la depresión que los marchita y los deshoja. Para colmo, todos saben, aunque por diferentes motivos, que este sacrificio forzado sólo es el anticipo de otros que ya vendrán, lo mismo que los anteriores, porque no alcanza para salir del embrollo nacional. Si se cumple tal como fue anunciado, a lo sumo será otro reaseguro para los acreedores de la deuda pública, pero la deuda social tendrá que esperar, otra vez, juntando penurias y bronca. La deducción tiene fundamentos simples: para juzgar decisiones económicas, así sean tan aceptables como reducir el déficit fiscal o combatir la evasión, sólo hay que preguntarse quién gana y quién pierde en la transacción. En este caso, ¿queda alguna duda?
A menos de cuatro meses del rechazo masivo al ajuste diseñado por Ricardo López M., que duró dieciséis días en el Ministerio de Economía, los “formadores de mercado” volvieron a la carga en la misma dirección. Después de bloquear las iniciativas parciales del sucesor en la cartera ministerial, Domingo Cavallo, aunque eran variables dentro del mismo esquema económico, el “piquete” de la “patria financiera” presentó su pliego de reivindicaciones en la última convención de banqueros. El emplazamiento puede compararse con el que hizo Jorge Rafael Videla, en la nochebuena de 1975 desde Tucumán, que desembocó en el golpe de Estado de marzo de 1976. Sólo que esta vez no hubo plazo y que en lugar de tropas y caballería blindada, los golpistas sin uniforme hicieron terrorismo con maniobras financieras y una premeditada campaña de acción psicológica destinada a neutralizar las eventuales resistencias.
Sin alterar la fachada institucional, el miércoles 11 al mediodía, en una reunión del viceministro Daniel Marx con la docena de banqueros que controlan la deuda pública, el “golpe de mercado” quedó consumado. Dos días antes, el Presidente sorprendía con frases duras en un mensaje protocolar. En retroactividad, hoy ese discurso podría ser interpretado como anticipo de la posterior rendición: “¿Cómo podemos creernos independientes si para que los chicos tengan su almuerzo en las escuelas y nuestros abuelos su cobertura social tenemos que recurrir al endeudamiento y al préstamo?”, preguntó Fernando de la Rúa, pretendiendo ignorar que los chicos y los abuelos jamás tuvieron ninguna responsabilidad en la deuda, como no fuese para pagarla con sus privaciones.
La respuesta no demoró en llegar: por decreto de necesidad y urgencia, con su propia firma, decidió rebajar los ingresos de dos millones y medio de jubilados y de 350 mil empleados estatales, quienes resultaron a la postre los mayores perjudicados por el mentado “default” que espantaba a los operadores financieros. Todo para sentar las bases del futuro bienestar, dicen, pero lo único que falta es que Cavallo lagrimee delante de algunos jubilados para que la promesa sea idéntica a las que se vienen escuchando, en vano, durante la última década. Si ésa es la preocupación por los niños y los viejos, habrá que presumir los próximos desguaces del PAMI y la ANSeS, además de restricciones presupuestarias para la educación, según el método de pagar con lo que se recaude. Es difícil, en cambio, imaginar cualquier éxito de verdad en reprimir la evasión, cuando hasta los menos avisados saben quiénes son los que evaden en grande con absoluta impunidad, luego usan el mismo dinero para prestarle al Estado a tasas de usura y, en su condición de acreedores, reclaman más beneficios aunque el Gobierno tenga que asesinar su futuro electoral.
Los “formadores de mercado” no se quedan en la economía, sino que avanzan también hacia el control de la política. Pretenden realinear a los partidos en una alianza transversal alrededor del programa conservador, con Cavallo u otro del mismo talante como pivote central, a la manera de Berlusconi en Italia. El chantaje, en la ocasión, agita el fantasma de una caída prematura del Gobierno y su reemplazo por quien esté dispuesto a honrar a los mercados según la norma básica de la pedagogía anacrónica: la letra con sangre entra. El planteo supone las fracturas de la UCR, del PJ y del Frepaso para reagrupar a los que estén dispuestos a formar la unión nacional para el ajuste perpetuo y la exclusión social. O sea, un partido conservador y autoritario orgulloso de esa condición, que no vacile en militarizar la represión si es necesario, en nombre del “orden social”. En las tres fuerzas hay dirigentes dispuestos a atender la propuesta por diferentes consideraciones.
En la UCR, además de sus conservadores, están los que vivieron el final del alfonsinismo y temen, más que nada, a la ingobernabilidad. Para evitarla, están dispuestos a conceder más allá de sus propias convicciones. El PJ, desde su fundación, contuvo alas fascistoides, que se afirmaron como nunca antes durante los diez años de menemismo. En el Frepaso la fragmentación casi está terminada y los que quedan, por codicia o por convicción, quieren conservar las posiciones remanentes en los cuadros institucionales, escudándose en la eficacia de la cultura del poder, aun con la derecha, antes que la testimonial con la izquierda, porque desde esas posiciones –suponen– tendrán mejor oportunidad de “luchar desde adentro” y mantener influencia en la toma de decisiones sobre las políticas públicas. Por supuesto, estas fracciones pretenden mantener reunidos a sus partidarios y a sus votantes, de ahí que permanezcan en asamblea permanente a puertas cerradas, con opiniones públicas plagadas de contradicciones del tipo: “esto es insoportable, pero hay que seguir”. La desorientación, a veces fingida y otras auténtica, castra su vigor para contener y encauzar las demandas sociales mayoritarias y los vacía de sentido, por lo cual al final contribuyen a debilitar la estabilidad democrática, en lugar de fortalecerla como suponen.
Sobre la vereda de los que se oponen al rumbo de la economía que sacrifica a tantos en beneficio de tan pocos, la fragmentación no encuentra cauces firmes para reunirse en su propia convergencia transversal, aunque muchos de ellos estén parados sobre el mismo meridiano de la geografía política nacional. Los que aún permanecen en los partidos de origen son renuentes a cambiar de piel y los que ya dieron ese paso son todavía débiles o carecen de trayectoria instalada en el tiempo, aunque algunos de ellos ya muestran fuertes atractivos electorales entre los ciudadanos ansiosos por renovar la calidad de sus representaciones político–institucionales. A pesar de sus divisiones formales, casi todos ellos tienen algún tipo de compromiso con los movimientos populares de resistencia. El ARI, con Elisa Carrió, el Frente para el Cambio con Alicia Castro y el Polo Social con el cura Luis Farinello son promesas abiertas, sometidas al juicio de la experiencia social. Por lo pronto, sus miembros son aliados naturales y más de una vez activos importantes para los que luchan, según se vio en la batalla en defensa de Aerolíneas Argentinas y en momentos sustanciales de la lucha piquetera. Allí también suelen hacerse presente militantes de partidos marxistas, en un mosaico de siglas multivariadas.
En el ámbito de las tres centrales obreras, las diferencias son parecidas a las de los partidos mayores. La fracción conservadora sigue nucleada en la CGT de Azopardo, en tanto que sectores más combativos mezclados con los que tratan de navegar a dos aguas responden a la CGT de Hugo Moyano, quien se volcó estos días a la interna peronista, y, por su parte, la CTA compromete sus energías en alentar la resistencia y, a la vez, en agrupar a fuerzas multisectoriales para construir un frente único contra la pobreza y para peticionar la consulta popular como un instrumento legítimo de la democracia auténtica. La nómina de resistentes no se agota, ni mucho menos, en esta rápida enumeración, tampoco sus expectativas de crecimiento puede cerrarse sin más trámite, pero alcanza para advertir que existen los embriones necesarios para confiar en la probabilidad de opciones diferentes, de un movimiento de bandera que encuentre nuevas rutas hacia el porvenir.


 

PRINCIPAL