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Consternación
Por Antonio Dal Masetto

¿Es posible que un fulano que está preso sea elegido para un cargo público? En el bar todos concuerdan en que quien la hizo, la tiene que pagar. Aun así las opiniones están divididas. Hay quienes sostienen que sí, que es posible que sea elegido, que mientras la condena no esté firme el tipo sigue teniendo los mismos derechos que cualquier ciudadano. Para otros, es simplemente impensable que alguien encanado por chorro pueda acceder a un cargo desde donde administre el bien común.
Hoy nos visita don Eliseo el Asturiano y, después de escuchar las diferentes posturas, pide la palabra.
–Si me permiten, quisiera contarles de mi estadía en la República de Nananga, donde recalé durante uno de mis viajes. En Nananga tenían un gobierno corrupto que robaba sin pausas y sin disimulo. Tanto robaba que al final se levantó el clamor popular, intervino la Justicia y fueron todos presos, el presidente, los ministros, el Poder Legislativo, los diplomáticos. Se llamó a elecciones y asumió un nuevo gobierno. No pasaron muchos meses y quedó en evidencia que también éstos metían la mano en la lata de lo lindo. Otra vez se levantó el clamor popular, el gobierno en pleno fue a la cárcel y a empezar de nuevo. La historia se repitió seis veces con idénticas características. Seis gobiernos presos. Y así fue como se acabaron los dirigentes en la República de Nananga. Toda la clase política del país estaba a la sombra. Los nananguinos se encontraron con un serio problema: no había quien los administrara. Aquella era gente simple y tradicionalista, tenía un respeto religioso por las profesiones y los oficios. El plomero era plomero, el maestro era maestro, el panadero era panadero y los administradores del bien público eran administradores del bien público. Roles claros, fijos e inamovibles. Los nananguinos deambulaban por las calles, consternados y meditabundos. Daba pena verlos, eran como niños abandonados. Nadie dudaba de que los que estaban a la sombra debían seguir allá porque eran unos tremebundos chorros, pero hacían falta y, después de pensarlo y pensarlo, los nananguinos vislumbraron una solución: que los encanados administraran el país desde la cárcel. La idea fue aprobada. Se largó la campaña política y durante días fui a escuchar con el resto de la población los fogosos discursos que los candidatos pronunciaban desde los calabozos, agitando los brazos a través de las rejas. De pronto hubo un cambio. Teniendo en cuenta la gravedad de la situación y para evitar derroche de energías en una extensa campaña electoral, pérdida de tiempo y gastos innecesarios, los seis administradores presos anunciaron que en un acto patriótico renunciarían a las apetencias personales y establecerían un gobierno de coalición, un gobierno de salvación nacional. Así se hizo y de este modo en Nananga se dio la situación de un gobierno ejerciendo desde la cárcel a la que había sido condenado por la Justicia a pedido de sus propios administrados. No sé si la historia les sirve para echar un poco de claridad sobre el tema que están debatiendo esta noche.
–No estamos seguros en cuanto a la claridad –decimos todos–, pero sí nos interesa mucho saber cómo resultó la cosa en Nananga con esa clase de administración.
–¿Cómo quieren que resulte? Los administradores, desde la cárcel, se las ingeniaron para seguir haciendo lo que mejor sabían hacer, que era robar. Corrupción y estafas a mansalva. Por lo tanto, a poco de andar, una vez más se elevó el clamor popular y fueron condenados de nuevo. Y acá siguieron los problemas para los sufridos nananguinos: ¿cómo se hace para meter preso al que ya está preso? Además, en caso de que se encontrara la forma de re-encarcelar a los encarcelados, tendrían que volver a ofrecerles el gobierno, porque alguien debía administrar Nananga. Y seguían más interrogantes: si los dos veces encanados volvían a delinquir, ¿de qué manera los encarcelarían por tercera vez? ¿Y hasta cuándo seguirían sucediéndose los eslabones de encarcelamientos, otorgamientos de poder y nuevas condenas? La situación de aquella pobre gente no era nada fácil y el futuro se les presentaba complicado. En eso estaban cuando llegó mi barco y tuve que partir. Apoyado en la borda, mientras la costa de Nananga se esfumaba, les deseé buena suerte con todo mi corazón.



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