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Ultimo tango en México
Por Juan Gelman

Los remezones de la crisis económica argentina llegaron a México, donde el prestigio del gobierno De la Rúa cae en relación inversa con el aumento del riesgo país. La Bolsa Mexicana de Valores registró el lunes 16 su cuarta baja consecutiva, repuntó ligeramente el martes (+0,28 por ciento) cuando los gobernadores justicialistas dijeron sí al ajuste, volvió a descender el miércoles (-0,11 por ciento) cuando se rebelaron los legisladores aliancistas, subió tenuemente el jueves (+0,28 por ciento) y declinó el viernes (-0,46 por ciento) sin recuperar la tendencia alcista dominante en los últimos años (+21 por ciento promedio anual, +13 por ciento en lo que va de 2001). El peso cedió algo frente al dólar y no pocos analistas señalaron que México no es Argentina, entre otras cosas gracias al monopolio estatal del petróleo. No deja de ser irónico: en 1995, al desatarse el “efecto tequila”, el siempre ministro Domingo Cavallo se despachaba despectivamente con un “Argentina no es México”. En efecto.
Los consultores del poderoso grupo financiero Santander incurrieron en regocijos comparativos: el ajuste cavallista significará –profetizaron– “una oportunidad de inversiones en México por las buenas perspectivas que tiene nuestro país. La crisis argentina muestra a los hombres de negocios de otras latitudes que sus capitales invertidos en México presentarán ganancias importantes por la liquidez imperante”. Los titulares de la prensa abundan en expresiones como “Un modelo estéril - Contagio tanguístico” (Excelsior), “Cuesta abajo y de rodada” (sic) (Reforma), “Nuevos líos argentinos” (La Jornada). Los diagnósticos son duros y los calificativos, más.
El articulista de La Jornada Pedro Miguel compara a Cavallo con la bestia apocalíptica del santo de Patmos, “esa serpiente antigua que es el diablo y Satanás” a la que hay que “atar por mil años para que no engañe más a las naciones” (San Juan, 20:10). Agrega que al superministro “no le queda gasolina para otro plan de ajuste, el del mes entrante, por ejemplo, cuando el gabinete de De la Rúa se dé cuenta de que no basta con que el Gobierno ahorre 1500 millones de dólares en lo que resta del año para sacar al país del abismo financiero”. Ugo Pipitone señala en el mismo diario que un aspecto central de esta crisis argentina es “la escasa legitimidad de las instituciones (y especialmente del Gobierno) que añade a los problemas económicos un grave componente político de inestabilidad”. Menciona el escándalo de las coimas en el Senado y estima: “En lugar de comportarse como jefe de Estado, el presidente De la Rúa se comportó como un jefe de banda, que prefiere cuidar a los suyos en lugar de cumplir con sus responsabilidades institucionales. ¿Qué clase de Estado es aquél en que sus representantes se miden a sí mismos con una vara distinta a la que miden al resto de la sociedad?”. Buena pregunta.
Salvador Kalifa recuerda en Reforma que la actividad económica y financiera argentina “ha tenido un continuo deterioro desde 1999”, ahora agravado “por lo poco convincente de la estrategia de Domingo Cavallo... La aureola de efectividad que lo rodeaba ha sido sustituida por la duda y la desconfianza”. Y Cecilia Soto insiste en el mismo periódico: “El gobierno argentino enfrenta la presión de satisfacer antes que nada la confianza de los mercados externos, pero vale la pena recordar que sin la confianza de sus compatriotas poco puede hacer para satisfacer a unos y otros”. El diario Milenio recoge la opinión de la consultora Vanguardia Investment, cuyos analistas piensan que el capítulo argentino no ha llegado a su fin porque el ajuste “representa un paliativo y no una reforma estructural”. Más que un paliativo, augura palos para millones de argentinos. En el Excelsior Mario Méndez Acosta califica el ajuste de “experiencia espeluznante”. Propone que “el derrumbe económico argentino, causado a fin de cuentas por la recesión que provocó Alan Greenspan el año pasado en su afán de ‘enfriar’ a la economía estadounidense... demuestra que no importa qué tan fielmente se sigan las dañinas recetas del neoliberalismo y se apliquen medidas restrictivas al ingreso y al empleo, ningún país capitalista está libre de los ciclos recesivos que impulsan sobre todo los especuladores financieros que controlan el orden económico vigente en todo el mundo”. Afirma que la dolarización impuesta en la Argentina –”uno de los discípulos mejor portador del orden financiero internacional”– no le ha servido “para librarse o resistir siquiera una semana los embates de quienes se dedican a desestabilizar la economía de países enteros para obtener grandes ganancias en cuestión de horas”.
En medio de ese coro crítico, el Presidente argentino ha encontrado en el periodista chileno radicado en EE.UU. Andrés Oppenheimer un inesperado explicador. “De la Rúa –escribió para Reforma– no sólo carece del apoyo de la oposición, sino que es constantemente boicoteado por el presidente de su propio partido, el ex presidente Raúl Alfonsín. La visión generalizada en Estados Unidos es que Argentina es un ejemplo sublime de canibalismo político”. Instala en boca de Arturo Porzecanski, jefe del equipo económico para mercados emergentes de la empresa ABM Amro en Nueva York, la pregunta de cómo es posible que “un presidente que se tuvo que ir con hiperinflación fue elegido presidente de su partido. No es un jubilado que tira bombas, es el presidente del partido de gobierno”. Oppenheimer concluye que “la combinación de un presidente débil y un líder partidario irresponsable puede ser fatal”.
En tanto, una encuesta sobre confianza y seguridad económicas que Dani Rodrick, profesor en Harvard, llevó a cabo en 14 países del continente (Espejo de las Américas), indica que el 61 por ciento de los interrogados opinó que sus padres habían conocido mejores condiciones de vida que ellos. La globalización es así.



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