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RODOLFO TERRAGNO DICE EN VOZ ALTA QUE EL PAIS ESTA EN CESACION DE PAGOS
“Esto no es déficit cero. Es un pagadiós”

Alejado del gobierno, señala algo incómodo: no se puede pagar y en lugar de encararlo, el país trata de disimular con medidas que no generan capacidad de pago. La renegociación, dice, es el único camino posible.

Falso: “Es como si alguien dijera que tiene equilibradas las cuentas familiares porque sólo paga 85 por ciento de las expensas, de la luz y el teléfono”.

“Tengo una lucecita de esperanza de que el gobierno lo esté haciendo”, dice Terragno sobre la renegociación.

Aunque debió alejarse del gobierno por sus diferencias con el ortodoxo círculo áulico del presidente Fernando de la Rúa, el ex jefe de Gabinete Rodolfo Terragno fue el primer miembro de la Alianza en decir en voz alta aquello que la mayoría reserva para las reuniones privadas: que la Argentina está de hecho en cesación de pagos. En diálogo desde Londres con Página/12, y contrariando la perspectiva optimista de voceros de los organismos financieros internacionales y del gobierno estadounidense, sostuvo que la única alternativa para evitar una crisis de proporciones con alcance regional y global consiste en una renegociación de pagos con los acreedores. También que las actuales medidas que impulsa el gobierno no servirán para superar la crisis.
–¿Argentina debe dejar de pagar su deuda?
–Las deudas hay que pagarlas. El que no paga o paga mal termina perjudicado, porque se queda sin crédito. Pero puede pasar que el deudor quiera pagar y no tenga cómo. En ese caso puede hacer dos cosas: reconocer que ha entrado en cesación de pagos y buscar un arreglo con sus acreedores, lo que normalmente se traduce en quitas y esperas, o disimular. Esto es lo que está haciendo la Argentina. Pero el disimulo es una solución sólo si, mientras los acreedores se entretienen con lo que uno les muestra –por ejemplo, recortes de gastos–, uno genera los recursos para pagarles.
–¿Entonces ya estamos en cesación de pagos?
–Argentina no puede pagar todo lo que debe y no tiene más crédito. Eso es, técnicamente, la cesación de pagos. Frente a esto el gobierno dijo: “Lo único que no podemos dejar de pagar son los intereses de la deuda”. Entonces decidió que era mejor no pagarle a los jubilados, a los empleados públicos, a los proveedores más allá de lo que permite la recaudación. Hubo gente que dijo: “No, esto es una barbaridad”, ¡y es una barbaridad! Pero lo notable es que los que elaboraron propuestas alternativas también aceptan que lo único que no se puede dejar de pagar son los intereses de la deuda. Inventan entonces otras cosas, que también afectan la seguridad jurídica y el crédito del país, como poner impuestos imprevistos. Prefieren castigar a las empresas que invierten en el país, y dan empleo en el país, para producir bienes o proveer servicios, y proteger indirectamente a los especuladores, a los tenedores de bonos, porque los bonos son el colchón de los ricos.
–¿Cree que la meta del déficit cero bastará para generar los recursos necesarios para hacer frente a los compromisos con los acreedores?
–Esto no tiene nada que ver con el déficit cero. Esto es un pagadiós. Usted tiene déficit cero cuando sus ingresos igualan sus gastos devengados. Lo que ha anunciado el gobierno es que, por encima de los ingresos, no va a pagar las obligaciones devengadas. Por ejemplo, le va a decir a los proveedores del Estado: Que Dios se lo pague. O va a pagarles en bonos. Es como si alguien dijera que tiene equilibradas las cuentas familiares porque, como el sueldo no le alcanza, sólo paga 85 por ciento de las expensas, 85 por ciento de la luz y 85 por ciento del teléfono. Además, todo esto es deprimir aún más la demanda, demorando la reactivación y afectando la recaudación impositiva. Y va a traer más problemas sociales. Mire cómo será que en Inglaterra el Economist, que es un semanario conservador, thatcherista, calificó a las medidas de Cavallo de “draconianas”. Y estas medidas draconianas no sirven para crecer.
–¿Cómo se supera entonces el problema de la deuda?
–Cuando es imposible cumplir todas las obligaciones, es necesario establecer prioridades. Cavallo ha conseguido poner a mucha gente a discutir si hay que embromar a los jubilados o a las empresas de servicios públicos. La primera prioridad del Estado es no embromar a nadie que viva de un ingreso fijo y a nadie que genere riqueza y pague impuestos. Para eso tiene que hacer crecer la economía, con lo cual se benefician losempleados, los jubilados, las empresas de servicios, las industrias, el Estado y hasta los acreedores.
–Esa es una expresión de deseos. Los servicios de la deuda hay que pagarlos ahora...
–Keynes decía: “Si usted le debe 100 dólares a un banco, usted tiene un problema; pero si le debe un millón, el que tiene un problema es el banco”. Y éste es el caso. El que tiene un problema con la deuda argentina es el sistema financiero internacional. Nuestra deuda externa es casi tan grande como lo era la de Rusia en 1998, y el colapso ruso causó una crisis mundial. Además, diga lo que diga Paul O’Neill (secretario estadounidense del Tesoro), una crisis argentina se extendería, cuanto menos, a la región. Argentina, Brasil y México deben en conjunto más de 500 mil millones de dólares. Como dicen unos expertos en Londres, la Argentina podría desatar una crisis latinoamericana y comprometer así las inversiones en todo el mundo, forzando incluso a los bancos centrales de las potencias a intervenir.
–¿Por qué el gobierno no encara ya la renegociación con los acreedores?
–Tengo una lucecita de esperanza de que el gobierno lo esté haciendo, porque naturalmente una renegociación para reducir la deuda no se puede llevar a cabo con movileros en la puerta: necesita mucha reserva. Pero no tengo ningún indicio; sólo mi necesidad de creer. Lo que habría que hacer es sentarse con los organismos multilaterales de crédito, el Tesoro norteamericano, representantes de los acreedores, y mostrarles que, si no vamos a una moratoria consensuada ya mismo, caeremos en una moratoria forzosa, pero con la economía argentina más deteriorada, por lo cual van a terminar cobrando mucho menos que lo que cobrarían ahora con una quita razonable de, digamos, un tercio del total. Habría que mostrarles también que la dilación del problema puede traer tantos males económicos y sociales a la Argentina que podrían derivar, no sólo en la moratoria forzosa, sino en una indeseable devaluación, que contagiaría a otras economías y tendría un costo enorme.

 


 

CALIFICACION DE ECOLATINA
Una ilusión tardía

La consultora Ecolatina, que dirige el economista Roberto Lavagna, no parece tener mucha confianza en el plan de “déficit cero”, al que consideró una “ilusión”. El último informe económico de la entidad traza un diagnóstico muy pesimista para el corto plazo e insiste en la ineficacia del paquete de medidas del Gobierno. “Es probable que la regla del déficit cero llegue tarde, debido a que se incrementó la desconfianza internacional sobre la estabilidad del sistema cambiario argentino.”
El final del informe es elocuente: “No hay nada que discutir: la regla del déficit cero es absolutamente ineficaz”. Para llegar a esa conclusión, la consultora analiza varios aspectos de la realidad: primero, reconoce que la necesidad de ajustar las cuentas públicas “no es objetable” dado el contexto internacional de “ausencia de crédito”. Pero luego llama la atención sobre “el problema de la demanda insuficiente”, que no permite corregir “las condiciones de insolvencia del sector público”.
“El déficit cero es como la ilusión óptica de correr tras el horizonte -continúa el informe–. El ajuste es perpetuo en la medida que castiga la actividad económica, retrae la recaudación y, secuencialmente, reinicia sucesivas fases de recortes de gasto que deberán ajustarse a los ingresos públicos declinantes.”

 

OPINION
Por Jorge Gaggero *

Cuando muere el dinero

Por este camino podemos entrar en “hiperrecesión” y acelerar el proceso de destrucción de empleos y moneda, alcanzando más rápidamente el default abierto y sin red.
La política fiscal de “déficit cero ya” intenta reemplazar a la hasta ahora vigente (“déficit cero en el 2005”), con este argumento: como ya no le prestan al Estado, el “déficit cero” nos permitiría “vivir con lo nuestro” en lo inmediato (hasta tanto se pueda volver a los mercados, conseguir mejores tasas y crecer, una vez que el mundo vea que “lo logramos”). El problema es que esta propuesta de los banqueros ultras en principio aceptada por el gobierno nacional resulta inconsistente e inviable.
Inconsistente, porque la Argentina no tiene un resultado fiscal estructural negativo (o, a lo sumo, tiene un déficit estructural muy pequeño); el resultado estructural es el que todos los países serios toman en cuenta para fijar políticas. En el caso argentino debe calcularse corrigiendo el resultado fiscal corriente (el que todos conocemos) de modo de sumar a los recursos que efectivamente se recaudan los ingresos perdidos como consecuencia del ciclo económico (la depresión) y –también- los cedidos por la reforma previsional de 1994 (más de $ 4.000 M/año). Lo que ya no se logra en Argentina es financiamiento voluntario para cubrir una brecha fiscal producida por más de 3 años de recesión. No resultará posible cerrarla por completo (ni por la vía del gasto ni por la de la recaudación). Se dice –a pesar de ello– que se busca este imposible superávit operativo para pagar todos los intereses de la deuda, unos u$s 12.000/año, cuando los acreedores ya no nos financian voluntariamente los vencimientos de capital. El propio ajuste realimentaría la depresión y erosionaría aún más los ingresos fiscales (en un momento en que comienza a despuntar la rebeldía de los contribuyentes), lo que terminaría frustrando el cumplimiento del objetivo proclamado.
Inviable, porque este camino no puede intentarse seriamente sin daño sustancial para el sistema democrático y la cohesión social.
La pérdida de instrumentos que supone la vigencia del actual régimen de política económica, en condiciones de sobreendeudamiento y corte del influjo de capitales, termina siendo patéticamente expresada por esta política de “déficit cero ya” que se intenta imponer como “único camino”. Creo que este “sendero luminoso” de banqueros al borde de un ataque de nervios y sin ideas no tiene destino. Salvo que se trate de un capítulo más de la historia negra que nos provee periódicamente el segmento más cerril del establishment (1975-’76, 1982-’83, 1989-’91): es bueno recordar que el último “ciclo largo” de crecimiento lento de la economía argentina (1975-2001) fue iniciado y estuvo jalonado por sucesivas crisis que han supuesto “pisos” cada vez más bajos de potencial productivo, cohesión social, equidad, creatividad económico-social y orgullo nacional.
Hay alternativas, por supuesto, aunque nada fáciles. Coincido con la apreciación del economista americano Jeffrey Sachs (Página/12, 21 de julio) de que “la debilidad central de la economía argentina no será resuelta en los mercados de cambio y deuda”, si no se genera “un nuevo marco de competitividad” apoyado en investigación y desarrollo y en inversiones en educación (tampoco podrá sostenerse la democracia si esto no se hace). Debemos valorar también el valiente gesto de su colega Paul Krugman (Clarín, 19 de julio), cuando pide que se suspenda el “castigo gratuito” que se está propinando a la Argentina desde Wall Street y el FMI, al presionarse a favor de “un drástico recorte del gasto que agravará aún más la caída (depresión económica)”. Krugman nos sugiere a los argentinos no escuchar “a estos hombres de traje (banqueros y tecnócratas) y hacer lo que hacemos nosotros (los EE.UU.), no lo que decimos”. Esto último es lo que intentaba Argentina hasta 1974. Cuando se vio obligada adesviarse del rumbo casi no creció, destruyó su mercado interno (junto con su trama social y su competitividad) y acumuló una enorme deuda externa.
¿Es posible retomar un camino virtuoso? Para intentarlo parece necesario un importante cambio político interno, que permita impulsar las grandes transformaciones requeridas (institucionales y de políticas) y buscar a la vez un nuevo “trato global” (que incluya un proceso de reprogramación de la deuda, lo menos disruptivo posible) con la ayuda de un buen escudo regional (solos, sería mucho más difícil). La alternativa a este “nuevo trato” (un New Deal propio, aggiornado y con respaldo externo) no resulta deseable ni para nosotros ni para nuestros acreedores: sería, muy probablemente, el default disruptivo y una crisis político-económica descontrolada.

* Economista

 

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