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160 HERIDOS EN EL CIERRE DE LA MAYOR VIOLENCIA ANTICAPITALISTA
La cumbre que acabó a los golpes

Ayer terminó el peor fracaso de relaciones públicas de la economía globalizada, que se cobró su primer mártir el viernes. De aquí a la página 25, la crónica y opiniones contrastantes sobre la antiglobalización en medio de la crisis argentina.

Policías antimotines se acercan a barricadas en llamas en el segundo
y último día del G-8.

El cierre de la cumbre del G-8 fue otro día de batallas campales en Génova. No hubo ningún nuevo muerto, pero quedaron muchos destrozos y la friolera de 160 heridos (50 de ellos policías) y 12 detenidos. En el segundo y último día de la cumbre, nada menos que 200.000 personas se congregaron para marchar hacia el megacordón que rodea al Palacio al Palacio Ducal, donde se reúnen los líderes de los siete países más desarrollados del mundo más Rusia. Pero a la altura de la Plaza Kennedy, grupos del “bloque negro” anarquista, los Black Block, se escindieron de la columna principal y comenzaron a romper los comercios que tenían a su paso. La policía italiana reprimió con la misma virulencia con la que lo había hecho anteayer, cuando las batallas entregaron, por primera vez desde el inicio de las protestas antiglobalización, un muerto, aunque el gobierno informó que el carabinero que le disparó será inculpado por asesinato deliberado. Los trenes ya comenzaron a salir, atestados, de la estación de Brignole hacia distintos puntos de Europa, lo que anuncia el fin de la pesadilla. Pero las manifestaciones en esos países, las reacciones internacionales y hasta las declaraciones del propio G-8 indican que se ha pasado un umbral en la dinámica de la tan mentada globalización.
Manifestaciones en Madrid, Berlín, Francfort, Colonia, Río de Janeiro; todos contra el G-8, contra lo que significa la muerte de Carlo Giuliani. En un comunicado, el propio G-8 tuvo que referirse, por primera vez, a lo que ocurre extramuros, lamentando la muerte del manifestante. Pero además, los más poderosos del mundo ya son conscientes de que hace falta maquillar estas cumbres con un poco menos de fasto y un poco más de amplitud de convocatoria. El presidente francés, Jacques Chirac, y el premier italiano Silvio Berlusconi coincidieron en que las futuras cumbres del G-8 –que seguramente se realizarán en sitios turísticos, alejados y más fáciles de controlar– deberían incluir a representantes de las ONGs. Para esta de Génova, ya invitaron a algunos líderes de países subdesarrollados para que expusieran sus penurias. Y en lo que representa el único acuerdo al que llegó el G-8 (además de un ambiguo apoyo al envío de observadores internacionales a Medio Oriente), el vocero del premier italiano Silvio Berlusconi, Paolo Bonaiuti, anunció que la próxima cumbre será ya no en una ciudad, sino en una localidad montañosa en la provincia de Alberta, Canadá, reduciendo sensiblemente el tamaño de las delegaciones y volviendo al formato de reuniones informales de funcionarios de rango intermedio, como ocurría a fines de los ‘70, tal como propuso el futuro anfitrión, el premier canadiense Jean Chrétien.
El clima en las calles de Génova fue igual al de anteayer, y muchos agradecieron que no haya habido otro muerto. En realidad, al momento de iniciar las marchas, algunos se preguntaron si había que hacerla, exponiéndose a la represión, o multiplicar la presencia en las calles en repudio a la muerte de Carlo Giuliani. Esto último es lo que ocurrió. La manifestación transcurrió tranquilamente hasta que los “black block” se escindieron de la columna principal en la plaza Kennedy y ya nada fue lo mismo. Los “black block” comenzaron a destrozar comercios en la avenida Corso d’Italia y la escena de anteayer se repitió: persecuciones con carros policiales, detenidos apaleados aunque ya no podían ofrecer resistencia, gases lacrimógenos por doquier, humo y sangre.
Más tarde, en una conferencia de prensa, Vittorio Agnoletto, vocero del Foro Social de Génova, denunció que “todo lo que pasó fue una provocación. La policía dejó actuar a los ‘black block’ para luego reprimir indiscriminadamente”. Agnoletto dijo además que “hubo infiltrados en la marcha para provocar violencia”. Entre los oradores principales del acto principal, que a pesar de todo pudo hacerse, estuvo Agnoletto, el vocero de los Tute Bianche, Luca Casarini, el líder sindicalista francés José Bové, y Hebe de Bonafini, titular de las Madres de Plaza de Mayo, que habló de Carlo Giuliani. “Carlo no estás muerto, porque los que mueren porel pueblo nunca mueren”, dijo Hebe y manifestó su intención de reunirse con la madre de la primera víctima mortal de la lucha antiglobalización.

 


 

HABLA EL SOCIOLOGO TORCUATO DI TELLA
“Los extremistas son un mal necesario”

“Los activistas más extremos son un mal necesario. Un movimiento socialdemócrata tiene que enfrentarse contra los extremistas y al mismo tiempo dejarlos actuar un poco”, dice Torcuato Di Tella, en entrevista con Página/12.
–¿Qué opina de la protesta antiglobalización?
–La reacción contra la globalización es positiva, empezando por Seattle, que expresó a una cantidad de gente muy diversa, de los cuales hay sectores más extremistas y violentos, sectores un poco románticos y menos realistas y gente que realmente representa un sector de opinión reaccionario. Ahora, la presencia de grupos muy violentos o que quieren interrumpir las reuniones, me parece prepotente; por supuesto que la globalización financiera es más prepotente, pero igual no es la forma de reaccionar. El movimiento es positivo si se expresa y tiene un impacto en la opinión pública mundial. Esta es una forma de expresarse, pero la principal es a través de los partidos políticos, los sindicatos y de planes de gobierno, para que se proponga una alternativa. Evidentemente los gobiernos, inclusive en los países más fuertes del mundo, tienen muy poco poder con respecto al capital internacional; incluso Estados Unidos no es independiente, y está más endeudado que la Argentina.
–¿Creció la globalifobia en nuestro país?
–Sí. Yo creo que los únicos que están a favor de la globalización es toda la parte financiera; a los sectores agropecuarios no les importa el tema –se puede decir que están a favor–. Ahora, un sector industrial y el llamado grupo productivo, ambos por motivos propios, quieren poner un poco de límites, o sea, que haya un Estado más intervencionista. En Argentina el intervencionismo se hizo mal, en Japón se hizo bien y dio un éxito fantástico.
–¿Es posible un movimiento antiglobalización?
–Sí, yo creo que se va a ir dando en varios niveles de gobiernos, inclusive en cambios en sectores intelectuales, por ejemplo, los economistas, que son mayoritariamente talibanes, fundamentalistas de mercado, aunque bueno, algunos se están empezando a avivar. Estoy convencido de que los activistas más extremos son un mal necesario. En general un movimiento socialdemócrata tiene que enfrentarse contra los extremistas y al mismo tiempo dejarlos actuar un poco; la que yo tengo es una posición cínica. La globalización apreta de modo distinto en cada país, son reacciones distintas y sus intereses difieren también. Los grupos económicos son egoístas, y la política tiene que basarse en el egoísmo de la gente, un poquito mejorado. Pero si se lo mejora demasiado se cae en el ghetto de cierta izquierda teórica argentina. Yo creo que hay una convergencia en el sentido de que se necesita poner límites a esta pseudolibertad de mercados, porque no incluye la libertad del factor mano de obra.
–¿Qué se necesita, entonces, como alternativa a la globalización?
–Un mayor rol del Estado interventor, que sea más organizado. En este momento el Estado argentino desgraciadamente no está en condiciones de implementar una alternativa de izquierda. La izquierda hoy día está dividida.
–¿Argentina podría implementar políticas antineoliberales como hizo Malasia en el ‘98?
–Sí, podría si lo hace con el Mercosur. Ahora, Malasia no es un país democrático, sino semidictatorial; la derecha reprime cualquier espíritu democrático, por eso no es un gran modelo a imitar. Salvo porque sirve para pinchar el modelo neoliberal. Lo mismo sucede con Corea y Taiwan, que hicieron sus modelos bajo regímenes de derecha, pero de manera inteligente y sólida, con capacidad de incorporar la clase media y ciertos sectores populares. Son modelos difíciles, porque son exitosos pero de derecha y represivos.

 


 

ATILIO BORON, SECRETARIO EJECUTIVO DE CLACSO
“Luchan, como aquí, contra el saqueo”

“El G-8 no puede reunirse con tranquilidad y otra vez se plantea que el capitalismo adquiere un rostro despótico y represivo”, dice Atilio Borón a Página/12.
–¿Cómo se lee la protesta antiglobalización en la cumbre G-8 en Génova en el marco de nuestra crisis económica?
–Lo que está pasando en Génova de alguna manera es una ratificación extraordinaria a escala mundial de la resistencia creciente que el movimiento antimundialización se está oponiendo a los proyectos diversos de ajuste o de reestructuración de las economías siguiendo los mandatos del capital financiero. Los programas de ajuste neoliberal no solamente son ilegítimos en un país como el nuestro, sino también en el mundo superdesarrollado, porque nadie puede decir que a Génova fueron a manifestarse “los condenados de la tierra”, si es el corazón de la Europa opulenta; sin embargo, el G-8 no puede reunirse con tranquilidad y otra vez se plantea que el capitalismo adquiere un rostro despótico y represivo. Hay que tener en cuenta que para que esto fuera posible la Unión Europea tuvo que tirar por la borda su propia legislación y el principio de circulación de las personas, para asegurar el predominio y la tranquilidad del capital, lo cual habla que el derecho de libre circulación está condicionado por la libérrima circulación de los capitales que exigen esto.
–¿Qué nos une y qué nos separa de los globalifóbicos en Génova?
–Ellos, como nosotros, están luchando contra el verdadero saqueo: el capitalismo internacional, sobre todo bajo la hegemonía del capital financiero, que es el sector que realmente comanda todo este proceso que se lleva a cabo contra los pueblos de Asia, Africa, América latina. Y también los pueblos de los países del Primer Mundo están viendo amenazadas sus conquistas sociales históricas, sus derechos de ciudadanía por el predominio del gran capital. Otro elementos común, en segundo lugar, es estar en contra de las políticas de degradación del trabajo, de exclusión social; en tercer lugar, la preocupación por el medio ambiente y la sustentabilidad a largo plazo del planeta, en cuarto lugar, estar de acuerdo con una política de distensión para poner fin a un orden mundial cada vez más unipolar y despótico, donde Estados Unidos asume el papel de gendarme internacional. Hay muchos puntos de contacto que potencian la resistencia que hay en la Argentina.
–¿Creció esta resistencia en Argentina?
–Claro, el problema fundamental son las respuestas que se han dado a los desafíos de la globalización. Acá hay que subrayar que no se trata más de una cuestión doctrinaria –no estamos discutiendo las virtudes de la reestructuración neoliberal contra otros modelos económicos– sino que se discuten resultados concretos, negativos en todo el mundo.
–¿Podría haber acá un movimiento antiglobalización en vista de la ruina del modelo económico?
–Todavía no, pero estamos lentamente avanzando en ese sentido. Hubo una participación en la Argentina muy grande en lo que fue el Foro Social Mundial de Porto Alegre de este año; hay toda una multiplicidad de grupos que están coordinando la participación de los argentinos en el plano internacional, por ejemplo “Attac”, la CTA, Jubileo 2000, mismo Clacso. La consigna, bien interesante, es que el mundo no es una mercancía.
–En el 1998, Malasia cerró su economía e impuso políticas antiliberales, Argentina ¿podría hacer lo mismo?
–Argentina está padeciendo una serie de problemas económicos que se resuelven fácilmente si se abandona este rumbo suicida al que nos internamos a comienzos de la década de los ‘90. Argentina puede cambiar el rumbo, y no significaría un aislamiento del mundo, por ejemplo, podría colocar el nivel de impuestos a las ganancias en el nivel medio que tienen los países del tercer mundo. El Gobierno así se haría de 9000 millones de pesos genuinos, con lo que desaparece este discurso de los 6500 millones de déficit fiscal y encima nos quedaría excedente para políticas sociales y activas antirrecesión en la Argentina.

 


 

CARLOS ESCUDE, EX ASESOR DE LA CANCILLERIA
“No podemos patear el tablero”

“Argentina es dependiente del crédito externo; al ir contrayendo año tras año más deuda, nos metimos en la parte más profunda de la globalización, sea por irresponsabilidad o corrupción”, dice Carlos Escudé a Página/12, en el marco de los hechos de Génova.
–¿Qué significado tiene la manifestación antiglobalización de este fin de semana en Génova para la Argentina?
–Partamos del significado intrínseco de la globalización. Hay dos dimensiones: una está vinculada a los acuerdos internacionales –de orden político y económico– que facilitan el comercio y el movimiento de capitales y que da una impronta imprevisible a la coyuntura cambiante que se vive en distintos países y que se sufre de modo asimétrico, según se trate de un país del centro o la periferia. La otra dimensión es la tecnológica, y tiene que ver con el desarrollo de las telecomunicaciones, de la informática e Internet. Hay una paradoja: lo que compete a la primera dimensión es reversible pero la globalización tecnológica es irreversible. Esto significa que todo colapso de las instituciones políticas y económicas que regulan la globalización genera enormes peligros porque ya la otra globalización, la tecnológica, es de destrucción masiva. Motivo más que justificado para los antiglobalización. Los Estados son ajenos a la globalización tecnológica, lo único que pueden hacer es intentar regularla y para eso se globaliza la economía y la política, vaya paradoja. Por eso ningún país patea el tablero de la globalización.
–¿Cómo ve los movimientos antiglobalización en este contexto paradojal?
–Lo bueno es que no tienen el patrocinio de los Estados. Son los sectores perjudicados los que tienden a organizarse; a veces luchan constructivamente y otras veces rechazan como totalidad a un proceso que no tiene vuelta atrás. Podemos tratar de mejorar la distribución de los costos pero es utópico y destructivo pensar que se puede detener la globalización. Es legítimo que los sectores perjudicados reivindiquen un proceso más equitativo, en organizaciones no gubernamentales (ONG) que están “globalizadas” a través de Internet, por ejemplo.
–¿Qué pasa con Argentina?
–Argentina no puede patear el tablero por ser un país periférico y vivir el proceso globalización con altos costos. Yo creo que son muy pocos los sectores que han reflexionado sobre el tema. Por ejemplo, no se ve la relación entre la globalización y el ajuste de Cavallo. La Argentina es dependiente del crédito externo, al ir contrayendo año tras año más deuda, nos metimos en la parte más profunda de la globalización; sea por irresponsabilidad o corrupción, siempre se gastó más de lo que se tenía.
–¿Qué punto en común encuentra entre los antiglobalización locales y los de Génova?
–Lo común es la objeción al modelo económico.
–En 1998, Malasia cerró su economía y promovió políticas antiliberales. ¿Argentina podría hacer lo mismo?
–Sería un costo mayor para nuestro país, dado que es un mercado mucho más chico con una estructura más compleja; terminaría aislándose del mundo, sin el petróleo de Chávez y sin la mística de Cuba. Además, Malasia ocupa un lugar geoestratégico mejor, nosotros no somos importantes ni por lo que le podamos dar a las potencias, ni para hacerles daño. Argentina correría con todos los costos, porque para el resto del mundo, significa poco.

 

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