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ENRIQUE PINTI VUELVE A LA PANTALLA CHICA CON “EL CLUB DE LA COMEDIA”
“Nada es tan grave en la tele, todo pasa”

Esta vez conduce un ciclo concebido según el modelo de show de comedia televisada en Estados Unidos. Y no se queja porque pueda hablar poco. Al contrario: �Para mí es un descanso�, dice sobre este nuevo rol que cumple.

�Creo en el �stand up comedian�, el
tipo que se para y habla. Es lo que
yo hice siempre, dice Pinti.

Por Oscar Ranzani

Los socios del humor ahora tienen una sede donde encontrar diversión. “El club de la comedia”, un ciclo que tuvo su primer intento a cargo de Jorge Guinzburg el año pasado, volvió a la pantalla de Canal 13, ahora bajo la conducción de quien bien podría merecer el título de “rey del monólogo”, Enrique Pinti. La idea del programa sigue siendo, más allá del cambio de su cara visible, tan concisa como efectiva: cuatro personalidades del espectáculo monologando frente a cámara –en algunas ocasiones escrito por ellos mismos–, mientras el actor-humorista los presenta y dedica un pequeño tiempo para provocar alguna carcajada en el público. Grabado en el Teatro Roma de Avellaneda, escenario que permite afirmar el clima teatral del ciclo, ocupará los próximos once domingos en el horario de las 21. Para Pinti, las cosas están claras. “Para mí es un ciclo de teatro televisado. Es traer a la tele una propuesta absolutamente teatral dándole la posibilidad con juegos de cámara, con edición por corte y porque se puede elegir. Por ejemplo cada monólogo se graba dos veces, entonces se elige cuándo salió mejor, se mecha. Estas son cosas que, en vivo, no se pueden hacer. Pero es fundamentalmente un espectáculo teatral. A mí me atrajo la propuesta por eso, porque yo creo mucho en el stand up comedian, un tipo que se para frente a un micrófono y habla. De hecho yo lo hice toda la vida”, le dijo a Página/12 en una entrevista en la que, como lo hace habitualmente, se permitió opinar sobre otras cuestiones que tienen que ver con su peculiar punto de vista sobre el espectáculo y los medios. –¿Cómo se siente en el rol de presentador de monologuistas, siendo que usted también lo es? ¿No se queda con ganas de hablar?
–No, con todo lo que hablo durante el resto del día estoy fenómeno. Es más, para mí es un descanso, aunque no es un descanso físico porque la televisión agota. Como decía un personaje que tenía Gabriela Acher que hablaba todo con A, “la casa cansa”. Bueno, esto es lo mismo, la TV cansa como la casa. No hay tanto que hacer como en el teatro, yo no transpiro ni la décima parte de lo que sudo en el teatro, pero el programa demora once horas. Vas y venís, lo hacés de nuevo y así. Gente que corre alrededor tuyo y que no sabés para dónde van. En el teatro no, se corre un poco en el ensayo y después se para. La televisión tiene una cosa claustrofóbica, estás metido adentro de un estudio y a las dos horas te duele la cabeza. En cambio, en el teatro termino la función y es como si me viniera un orgasmo múltiple con lo mejor del mundo: estoy cansado, pero como cuando uno está cansado después de tener un orgasmo. En la televisión te cansás como si hubieses estado hombreando bolsas en el puerto, es distinto. La televisión me da la posibilidad de hacer una cosa levemente diferente, el hecho de no estar hablando tanto es insólito para mí. Y además, de alguna manera, me ejercita la posibilidad actoral de hacer un presentador, porque emular a los animadores es un trabajo actoral.
–¿El público que lo sigue no espera mayor protagonismo suyo?
–¡Ah!, siempre... Cuando trabajo poco siempre tengo el mismo puñal clavado en el corazón. Van a decir “¿por qué no trabajás más?”. Pero yo también sé que las cosas son de una determinada manera y que hay que aceptarlas como son. Digo esto porque siempre que hablo lo hago desde el lugar de qué me pasaría a mí como público. Yo sé que Fred Astaire se moría por hacer papeles dramáticos, pero yo quería verlo bailar y no había manera y ¡cuando me dijeron que, en un película de Stanley Kramer llamada La hora final que trataba sobre el fin del mundo, trabajaba y hacía de un corredor de autos y no bailaba!... Era un drama para mí. Después vi el film y estaba fantástico. Y me di cuenta de que Fred Astaire tenía razón.
–¿Cree que este ciclo contribuye a suplir la ausencia de la ficción en la TV? –De alguna manera, sí. En realidad se va a dar trabajo a 48 o 50 actores que van a tener la posibilidad de hacer un monólogo, lo cual para la inmensa mayoría es ficción. Creo que es una ficción cómica, pero es ficción. Yo creo que es bueno hacer este tipo de programas. Hay programas de humor como “Matrimonios y algo más”, pero no abundan mucho.
–¿Qué cosas del teatro pueden servir para la televisión?
–Para la televisión lo único que puede servir, en este tipo de programas, es el repentismo y el hecho de que en el teatro no se corta. Esto puede ser bueno para el director de cámara que sabe que no vas a decirle a cada momento “che, salió esto mal” o “me olvidé, me olvidé”, porque en el teatro todo eso no se puede hacer. Entonces para este tipo de shows y, en general, el tipo que hace teatro sigue para adelante, no corta y eso te ahorra tiempo de filmación. Otra cosa importante que tiene el teatro es la concentración; los actores de teatro son muy concentrados generalmente y en la TV tenés que concentrarte porque sino se cae todo, porque en el estudio hay ruidos, quilombo, etc. Después, lo demás es todo en contra: los gestos ampulosos, el excesivo volumen, la mano porque se va de cuadro. Este tipo de cosas son exactamente lo contrario de lo que hay que hacer en televisión.
–¿Qué ama y qué detesta de la TV?
–Amo la penetración, con perdón del término... Amo la posibilidad de ir por todo el mundo, la cosa fantástica e inmediata que tiene, la llegada a la gente y la inmediatez. Nada es tan grave en la televisión, todo pasa, lo cual también es bueno. Lo que odio es el peligro que puede ser cuando está mal utilizada, la malformación educativa que puede tener sobre la gente y, sobre todo, en la televisión de ahora, el canibalismo al que llegó, aunque no es la televisión sola sino que hay un canibalismo en general en la economía despiadada donde lo único que importan son los números y no es que yo me haga el romántico. En la televisión, ahora se llegó a la perversión de que el número tampoco importa, porque vos podés tener el mejor rating en tu horario y romperle el culo a la competencia, pero igual te levantan porque es más negocio “la Copa”. Después no se hace la copa y te vuelven a llamar. La televisión está reducida a unos niveles que, en el teatro, no se usan y en el cine tampoco. Hay una mayor dignidad que en la TV se perdió y eso es lo que a mí me molesta del medio.
–¿Cómo se las ingenia para evitar la utilización de términos que en la televisión todavía son considerados “malas palabras”?
–No hay problema. Es parte de la actuación y yo siempre potencié la puteada como elemento dramático, desde mi primer espectáculo que fue para la historia de la tragedia. Yo hacía de un profesor loco que hablaba sobre Sófocles y Edipo. Entonces, la manera de lograr el contraste, de contar Electra a alguien que nunca oyó hablar de ella, era atizarla con una serie de puteadas que tuvieran que ver con la trama de Electra. Por ejemplo, hacer hablar a la sirvienta de Electra, donde esa mujer no tenía un solo derecho, la cagaban a patadas, el marido cogía con un pibe, se tenía que guardar ella porque ella era griega, esclava y mujer. Entonces, si yo metía en el monólogo frases como “la concha de tu madre” o “la puta que te parió”, eso era gracioso si lo hacía desde una tragedia griega. En realidad desde una contratragedia griega: desde la mirada de la sirvienta de Electra. Esa malhablada producía no sólo risa sino que era algo que tenía que ver. También de chico era muy mal hablado. Pero a esa edad ya me di cuenta de que había una contradicción total con este tema: toda la gente puritana putea para no decir que le gusta la puteada. Toda la gente puritana no coge y al no coger le viene como un ataque de nervios y quiere matar al que coge. De chico me di cuenta.
–Desde un punto de vista político, ¿usted se considera, de alguna manera, representante del pensamiento de un ciudadano medio?
–Yo creo que se basan en lo que pienso y parece que lo piensa una gran cantidad de gente. Esto es lo que tiene el teatro: de la gente que me viene a ver, generalmente el 80 por ciento está de acuerdo de antemano. En la televisión y en la radio eso no sucede, porque me escucha cualquiera.
–¿Por qué los humoristas no tienen sus propios programas y apenas participan de otros, de distinto estilo?
–Se ha generado una manera de hacer humor que está incrustada dentro de grandes producciones como Tinelli, en alguna época “CQC”, “Sábado Bus” o lo que sea. Entonces la vedette que está ahí es Tinelli, Repetto o Pergolini y ellos convocan a cómicos. Lo que está muy bien porque es fuente de laburo, pero no es el programa de fulano de tal. Es como que se acabaron un poco los divos de la televisión y los divos ahora son otros. Me parece que es un cambio normal dentro del mundo del espectáculo.

 

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