Los políticos
locales no son los únicos que se hayan sentido tan aturdidos
por la fase más reciente y más ominosa de la megacrisis
nacional, que les ha resultado casi imposible pensar en lo que les
convendría hacer para enfrentarla. También están
perplejos los expertos del resto del mundo, de ahí los consejos
contradictorios que sus representantes más célebres
han estado enviándonos. Aunque, como es lógico, la
mayoría es firmemente ortodoxa, se dividen entre
impacientes que quieren que el desenlace se produzca muy pronto
y cautos que apuestan a la prudencia. Según los primeros,
hay que devaluar e ir al default ya porque, insisten, es mejor resignarse
ante lo inevitable que continuar tratando de mantenerlo a raya;
según sus adversarios, que son igualmente contundentes, prestar
atención a quienes quieren un borrón y cuenta nueva
inmediato sería suicida porque significaría que el
grueso de la población se vería obligado a manejarse
con veinte dólares mensuales como los ecuatorianos, destino
éste que acaso complacería a ciertos teóricos
atrincherados en Nueva York al confirmar sus hipótesis favoritas
pero que no podría atraer demasiado a los miembros de la
clase media sin pasaportes europeos que serían los protagonistas
involuntarios del experimento así planteado, pocos de los
cuales tienen interés en descubrir si están en condiciones
de sobrevivir mucho tiempo a penurias comparables con las afrontadas
por los refugiados balcánicos más desamparados.
La verdad es que la confusión imperante en el exterior ante
una emergencia financiera, que a juicio de muchos personajes eminentes
podría terminar arrastrando no sólo a
varias docenas de países frágiles sino también
a los presuntamente más fuertes, es tan notable como el desbarajuste
político interno. Puede que los gobernantes y legisladores
criollos sean excepcionalmente miopes, pero sus homólogos
del Primer Mundo no son mucho más previsores: de lo contrario,
ya hubieran tomado todas las medidas necesarias para blindar a todas
las víctimas en potencia del efecto Tango.
Al fin y al cabo, si los riesgos para la economía internacional
son tan grandes como se dice sería mejor hacer algo drástico
cuanto antes a fin de reducirlos. Sin embargo, parecería
que hasta hace muy poco nadie habría sospechado que la economía
argentina era la más quebradiza de todas, la más indicada
para servir de epicentro del próximo terremoto planetario,
error de cálculo que nos dice mucho sobre el valor científico
de los análisis y previsiones de quienes afirman entender
exactamente cómo funciona el sistema internacional
de nuestro días.
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