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UN CURA SUPO POR 13 AÑOS QUE DOS INOCENTES ESTABAN PRESOS
Un terrible secreto de confesión

Hace 13 años un hombre le
confesó al cura norteamericano Joseph Towle un asesinato por el que estaban detenidos dos inocentes. Recién ahora, tras la muerte del hombre, Towle lo contó en la Justicia de Nueva York. Los acusados salen en libertad.

Inocencia: �Es inocente, siempre lo supimos, pero ahora todo el mundo lo sabe�, dijo la madre de Morales, liberado tras 13 años en prisión.

Por Isabel Piquer *
Desde Nueva York

Hace 13 años, el padre Joseph Towle recibió la confesión de un adolescente del Bronx: Jesus Fornes, angustiado por la culpa, le dijo entonces que había matado al miembro de una pandilla rival durante una pelea nocturna, un asesinato por el que dos hombres inocentes estaban a punto de ser juzgados. Fornes no llegó nunca a admitir su crimen ante los tribunales. Unos días después, los dos detenidos, José Morales y Rubén Montalvo, fueron condenados a 15 años de cárcel. Tras mantener el silencio durante todo este tiempo, Towle decidió por fin romper el secreto de confesión. El martes, Morales, encarcelado por nada desde 1988, vivió su primer día de hombre libre.
Tenía 17 años cuando lo detuvieron. Cuando por fin vio las cámaras de televisión que le esperaban a la salida de la sala de juzgados de Manhattan estaba asombrosamente sereno. “Me encuentro bastante bien”, dijo de camino a su casa del Sur del Bronx. “Ahora ya volvemos a ser una familia”, alcanzó a decir su madre, “Es inocente, siempre lo supimos, pero ahora todo el mundo lo sabe”.
Morales se encontró con un Nueva York muy distinto al de 1988. “Hay nuevos edificios, el Bronx ha cambiado mucho. Ya no hay casas abandonadas ni grafitis en las paredes”.
Su compañero de penas, Rubén Montalvo, espera salir de la cárcel dentro de unos días. Caso excepcional, el juez federal Denny Chin, dictaminó que a la vista de las nuevas pruebas, esencialmente el testimonio de Towle, los dos hombres debían ser inmediatamente liberados, algo que no ocurre con frecuencia en el sistema legal norteamericano.
Towle, de 65 años, más conocido como el padre Joe, consultó el arzobispado de Nueva York antes de hacer pública la confesión de Fornes. El elemento decisivo fue que Fornes ya no podía decir nada. Murió asesinado en una calle de Harlem en 1997.
“Hice simplemente lo que él quería, después de todo este tiempo”, dijo el cura católico que lleva años ocupándose de barrios marginales, “Estoy muy contento por los dos hombres y por sus familias”. Towles, que tardó lo suyo en recurrir a los tribunales, también aseguró que la charla con Fornes no fue propiamente dicho una confesión en regla.
Los hechos ocurrieron en la noche del 28 de septiembre de 1987. José Antonio Rivera fue perseguido por la pandilla del Bronx a la que pertenecía Fornes, acuchillado y asesinado con un bate de béisbol en uno de los parques del barrio. Su novia que había estado bebiendo con él uno minutos antes y presenció toda la escena acusó a Morales y Montalvo. No había pruebas materiales pero su testimonio valió para meterles en la cárcel.
La familia de la víctima ha seguido reivindicando hasta ahora la culpabilidad de los dos hombres. “¿Ahora son las víctimas?”, dijo su hija Wanda Rivera ante el tribunal, “Nosotros fuimos las víctimas cuando mi padre fue brutalmente asesinado”.
En enero de 1989, poco antes de la sentencia final, Jesús Fornes, un adolescente de 16 años, llamó inesperadamente a su casa al padre Joe. Allí le confesó que había matado a Rivera y que los dos acusados, que conocía, no habían tenido nada que ver. El cura le pidió que acudiera a los tribunales. “Fornes se sentía muy culpable de que dos personas fueran a ser condenadas por un crimen que había cometido”, dijo el martes en su sentencia final el juez Chin, “Es precisamente este motivo el que da credibilidad a su testimonio, después de tanto tiempo”.
El joven llegó a hablar con uno de los abogados de la defensa pero en el último momento, aconsejado por su propio letrado, se retractó. La única prueba que quedaba era la confesión a Towle y este no podía hablar. Morales y Montalvo querían hasta tal punto demostrar su inocencia que se negaron a aceptar un trato con la fiscalía para reducir los cargos a homicidio en segundo grado, un delito por el que no hubieran cumplido más de dos o tres años de cárcel.
El caso quedó enterrado en el silencio. Después de la muerte de Fornes, su abogado de entonces, el mismo que le aconsejó que se callara, Stanley Cohen, y el padre Towle decidieron que ya no estaban ligados por sus respectivos secretos profesionales. El fiscal se opuso a que se tuvieran en cuenta sus palabras, porque había violado el secreto de confesión, pero el juez no estuvo de acuerdo.

* El País de Madrid, especial para Página/12.

 

“Que se sepa la verdad”

Aún está en la cárcel, pero sabe que le falta poco. La liberación de Rubén Montalvo se demoró un poco más que la de Morales, simplemente porque presentó una apelación más tarde. Pero no hay duda de que se siente feliz. “Es un gran alivio –le dijo al New York Post–. Me sentía como si tuviera el Empire State Building en mi espalda. Estuve con ese peso todos estos años. Ahora finalmente me puedo parar derecho”.
Montalvo no le reprocha al cura no haber hablado antes. “Sólo quiero agradecerle –dijo–. No tengo ninguna animosidad para con él. El no me mandó a prisión”.
Ahora quiere volver a su casa y estar con su hija, de 12 años, que nació cuando él ya estaba en prisión. “Me han quitado mi juventud, me han negado una carrera. Perdí a mi mujer y mi hija ha vivido toda su vida sin mí –se lamentó–. Nada de eso puede ser reemplazado. No puedo ir a casa, chasquear mis dedos y tener todo de vuelta. Ahora sólo quiero que se sepa la verdad”.

 

QUE IMPLICA GUARDAR EL SECRETO DE CONFESION
“Es una obligación del sacerdote”

Difícilmente pueda pensarse en un sacerdote como un profesional sujeto a una deontología impuesta por su actividad. Pero es así, según explica Evelio Ferrara, miembro de la orden de los dominicos. “Cuando una persona acude a un sacerdote para confesar un pecado y obtener la absolución a través del sacramento de la confesión, el sacerdote tiene la obligación de conservar esa charla bajo secreto: se lo exige la ética de su profesión, basada en la Doctrina de la Iglesia”, explicó a Página/12 Ferrara. “Si el cura incurriera en una falta y violara ese secreto, aun bajo el argumento de buscar el bien de otra persona, la Iglesia lo sancionaría, por estar violando un atributo del ministerio eclesiástico que le otorga la comunidad”.
–¿Qué sucede cuando la confesión no se produce en el ámbito formal del sacramento de la confesión? –preguntó este diario.
–La persona puede recurrir a un sacerdote buscando orientación, por la confianza que siente hacia él. Si la confesión se dio en ese ámbito y yo lo revelo mientras esa persona está viva, no violo las disposiciones de la Iglesia, pero sí violo la ética de mi profesión, y provoco un desprestigio para mí y mis colegas –explicó Ferrara–. Pero si la persona está muerta, en cambio, el tema se convierte en un dilema íntimo: ¿qué vale más, esa confiabilidad que la persona depositó en mí, o salvar a un tercero?
Ferrara recuerda que, en su España natal, se han dado casos de curas que se negaron a declarar amparándose en el derecho de conciencia. Para él es “prácticamente imposible” que la Iglesia ampare a un cura que viole el secreto de confesión: “es uno de los pilares del derecho eclesiástico; violarlo significaría violar la dignidad humana y los atributos del ministerio que ejerce el sacerdote”.

 

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